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Tribuna
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Porto Alegre y Davos

En estos días las comparaciones entre el Foro de Davos y el de Porto Alegre, clausurados ayer, son inevitables. Y la primera a tener en cuenta es la percepción que la opinión pública mundial tiene sobre ambos. Una empresa de sondeos canadiense ha tenido el privilegio de recibir encargos de los organizadores de ambos foros para realizar encuestas sobre temas de interés de cara a la orientación de los mismos. Y presentó resultados para 15 países de varios continentes.

En el caso de Porto Alegre, las preguntas estaban relacionadas con las percepciones sobre la globalización, quiénes se benefician de ella, quién la controla. Una amplia mayoría de las personas encuestadas afirmaron que la globalización, tal y como se lleva a cabo hoy, beneficia a los que más tienen y habría que controlarla en beneficio de las necesidades sociales de las personas.

El Foro Económico Mundial eligió como tema la confianza en el liderazgo internacional. Y en este caso los resultados son aún más significativos. Entre ocho posibles grupos, los líderes de ONG y organizaciones sociales internacionales ocupan el primer lugar en la confianza del público mundial, seguidos de los líderes religiosos y de los responsables de agencias multilaterales y de Naciones Unidas. La cola está ocupada por los responsables del Gobierno de EE UU, y en uno de los últimos lugares se sitúan los dirigentes de las grandes multinacionales.

Como afirmaba Finantial Times hace unos días, Davos ha perdido la brillantez de los triunfadores, sumidos ahora en escándalos fruto de la ambición y en puertas de una guerra innecesaria y no querida por la mayoría aplastante de la población mundial. Mientras la participación en Porto Alegre se ha doblado cada año, la rica diversidad permanece, pero fraguan convergencias en campañas e iniciativas globales que reúnen a cientos de grupos. Las propuestas y alternativas van tomando forma y en ciertos temas cruciales, como el no a la guerra en Irak, se alcanzan acuerdos unánimes entre todos los participantes, que conducen a movilizaciones para intentar frenar la guerra.

En Davos la retórica ha cambiado. Ahora también se habla de la pobreza, de la necesidad de erradicarla y cómo hacerlo. Se afirma estar dispuesto a reformar las políticas, pero la realidad es tozuda y finalmente esa retórica no se transforma en cambios efectivos en las políticas y las prácticas en relación con los países empobrecidos. Por ejemplo:

Se afirma que hay que aportar recursos para luchar contra la pobreza y sus manifestaciones: carencias en la salud, la alimentación, la educación básica, el acceso al agua, etcétera. Pero la ayuda oficial al desarrollo descendió un tercio durante los noventa y sigue estancada sin que los compromisos de la Cumbre de Monterrey se hayan plasmado en nuevos fondos para 2003. Una vez más la vieja promesa incumplida.

En Davos se habla de los cambios en el marco de políticas económicas llamado el Consenso de Washington. Sin embargo, el seguimiento que desde Oxfam Internacional hacemos de la nueva gama de programas de ajuste estructural, los PRGF del FMI, nos permite afirmar que no hay cambios sustanciales, que se siguen imponiendo docenas de condiciones a los países del sur y que medidas tan cuestionadas como la apertura acelerada de sus mercados siguen siendo un paradigma de estos programas.

Tras las fuertes presiones sociales, los países desarrollados, el Banco Mundial y el FMI pusieron en marcha una iniciativa de condonación de la deuda externa de los países más afectados. Hoy el banco reconoce el escaso alcance de la iniciativa y el hecho de que la mayoría de los países seguirán teniendo niveles insostenibles de deuda.

No ha cambiado ni la retórica en lo referente a la bondad de la liberalización y la apertura comercial. Pero eso sí, sólo para los países pobres. Los desarrollados, con EE UU a la cabeza, protegen y subvencionan cada vez más sus sectores productivos vulnerables a la competencia de los países pobres. Una subvención que provoca la exportación en forma de dumping de productos agrícolas. Es una de las mayores hipocresías globales, con un efecto devastador sobre los sectores agrícolas de los países del sur, arrojando a la pobreza a millones de familias.

Los líderes occidentales reiteran la necesidad de que los países del sur asuman su responsabilidad y avancen en la democracia, el buen gobierno y los derechos humanos para erradicar la pobreza. Totalmente de acuerdo. Pero que expliquen entonces el doble rasero para colaborar por razones económicas o geoestratégicas con Gobiernos de pésima trayectoria en el respeto a los derechos humanos. Y la rapidez para defender a empresas de sus propios países que fomentan estos regímenes con corrupción para acceder a la explotación de los recursos de su territorio.

El cambio en la retórica en Davos ha sido inevitable, dada la magnitud de la pobreza en el mundo. Pero la retórica quedará vacía si no hay cambios reales en las políticas económicas que enfrenten el problema desde una óptica distinta. No más de lo mismo, por favor; los resultados están a la vista.

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