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Columna
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Hacia una ética de la economía

En el Foro Económico Mundial de 1999, el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, propuso un pacto global sobre la producción que incluía principios éticos de respeto de derechos humanos, con especial hincapié en los laborales, y de protección del medio ambiente. En el foro que se celebró el año pasado en Nueva York se abundó en aspectos éticos al proponer el estudio de las causas que generan los conflictos, incluidos los terroristas, como el que acababa de producirse en esa misma ciudad. En el Foro Económico Mundial de Davos clausurado ayer, constatando el fracaso de los citados propósitos, los líderes mundiales no han tenido reparo en confesar su objetivo de superar la actual crisis de confianza que atraviesa una economía internacional incapaz de crecer, y mucho menos de distribuir, plagada de escándalos financieros y que, para colmo, tiene por delante la incertidumbre de la guerra.

A la vista de los resultados que se vienen cosechando en tres décadas de foros económicos mundiales por los que han pasado unos miles de líderes políticos, dirigentes empresariales y expertos de distintas áreas, y con el actual panorama, nada parece indicar que se vayan a afrontar en serio los graves problemas económicos de la humanidad, de modo que propuestas como las de Lula abogando por un mundo más solidario, sin barreras proteccionistas al desarrollo de terceros, o como la menos creíble de Powell defendiendo el comercio libre de todos los bienes y servicios, la eliminación de subsidios y el destino de gran parte de los beneficios que se derivarían de ello a los países en desarrollo no tienen visos de prosperar.

Lo cierto es que está lejos de generalizarse en los responsables políticos, económicos y sociales el convencimiento de que los principios éticos deben estar presentes en sus decisiones.

A pesar de cuanto se diga en foros alternativos como el también clausurado ayer en Porto Alegre y de las cada vez más nutridas manifestaciones populares, se siguen consintiendo prácticas de insolidaridad, corrupción y falta de transparencia y se pierde la oportunidad de gozar de un mundo más justo, extendiendo los beneficios de la actividad económica a toda la humanidad y con controles medioambientales que garanticen la vida de las generaciones futuras.

La participación de intelectuales de diversas disciplinas, como ha ocurrido en Porto Alegre, puede contribuir a llevar este convencimiento a la clase dirigente y, sobre todo, a una ciudadanía que no debe limitar su participación democrática al ejercicio del voto, controlando el alcance de las medidas que toman sus representantes y que tan directamente le afectan. Un buen ejemplo de contribución intelectual lo podemos encontrar en el libro Por una ética del consumo (Taurus, 2002), de la catedrática de æpermil;tica y Filosofía política de la Universidad de Valencia Adela Cortina, donde con excelente sistematización se defiende la necesidad de retomar los aspectos éticos que debieran presidir la actividad económica, y se demuestra que si el ejercicio filosófico de intentar explicar la naturaleza y relaciones causales de los hechos resulta importante para cualquier disciplina, en la economía es esencial.

Adela Cortina repasa las distintas teorías económicas sobre el consumo, en las que generalmente se hace abstracción del trasfondo social de sus pautas de comportamiento, y propone una igualdad de acceso a los bienes de consumo, como tarea ética pendiente, que consista en universalizar estilos de vida incluyentes que presten a las personas una digna identidad social. En este sentido, defiende fortalecer la libertad de todas las personas y respetar la naturaleza, extender a todos el consumo de productos y servicios sanitarios y educativos y el acceso a los bienes básicos, sentar las bases para que el trabajo sea libre y gratificante, desactivar los mecanismos que identifican realización personal con éxito social y acopio de bienes costosos y utilizar los bienes al servicio de la felicidad.

Metas lejanas, a la vista de cuanto acontece y, como señala la propia autora, de la permanente inducción a un consumo compulsivo imposible de generalizar por falta de recursos, agresivo con el medio ambiente y que, para remate, ni siquiera produce satisfacción en las sociedades que, supuestamente, debieran estar satisfechas.

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