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Columna
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Lula, un estadista en Argentina

Antonio Gutiérrez Vegara

Desde la victoria electoral de Lula se venía hablando de su viaje a Washington. Tras el respaldo del Fondo Monetario Internacional (FMI) a las medidas económicas consensuadas con el presidente saliente, Fernando Henrique Cardoso, todas las expectativas se dirigían hacia su encuentro con el presidente estadounidense.

En algunas crónicas se daba la impresión de que su incuestionable legitimación como presidente lograda en las urnas estuviera pendiente de ratificación definitiva por la Casa Blanca y que desde allí obtendría también el beneplácito a su nuevo Gobierno. No obstante, cuando Luiz Ignacio da Silva se entreviste con George Bush la próxima semana ya habrá hecho pública la lista de los miembros del Gobierno que designará oficialmente a partir del 1 de enero y habrá cumplido con su compromiso, adquirido en la campaña electoral, de viajar antes a Buenos Aires y a Santiago de Chile.

Pero durante su estancia en la capital argentina no se ha limitado a cubrir un expediente diplomático atendiendo a las rituales relaciones de vecindad ni aun a expresar testimonialmente su solidaridad con el pueblo argentino. Además de alentarle a superar su crisis y mostrarle su respeto, Lula ha escogido Buenos Aires para reafirmar su voluntad de relanzar el proyecto de integración regional encarnado en Mercosur y de materializar su solidaridad fortaleciendo los vínculos políticos y económicos entre Brasil y Argentina dentro de ese proyecto común.

Tal vez los intereses políticos inmediatos de Lula, dadas las circunstancias en las que ha tenido que librar la batalla electoral, con los grupos financieros más influyentes en los mercados internacionales en contra y en las que va a tener que empezar su mandato, con la divisa brasileña debilitada, habrían justificado una perspectiva más doméstica inicialmente. Además son conocidos los temores al contagio con los que buena parte del empresariado y algunos sectores de la población brasileña examinan cualquier relación con Argentina. También son muy fuertes los recelos que Mercosur suscita en la Administración republicana de EE UU, que acaba de aprobar la vía rápida para extender acuerdos bilaterales con los países latinoamericanos.

Sin embargo, Lula ha demostrado mayor amplitud de miras declarando su convicción de que precisamente consolidando Mercosur y forjando acuerdos en la comunidad de países andinos es como mejor podrán negociar con EE UU el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y profundizar las relaciones con la UE. Lo que ha vinculado con los objetivos nacionales de defensa de sus sistemas productivos y la superación de las desigualdades sociales.

Con bastante honestidad y coraje ha reconocido que la crisis actual del Mercado Común del Sur, fundado en 1991 entre Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil, está causada fundamentalmente por los países que lo integran, sin descargar simplemente toda la responsabilidad en la coyuntura económica internacional y en la consecuencias de las turbulencias macroeconómicas que se extendieron por la región desde la crisis del sureste asiático de finales de los noventa.

Efectivamente, los problemas de Mercosur empezaron antes de aquella sacudida internacional y por tanto son anteriores también a la devaluación del real brasileño de 1999 o a la eclosión de la crisis de la economía argentina en diciembre de 2001.

Las divergencias que muy pronto empezaron a florar en su seno entre quienes querían limitarlo a simple unión aduanera (Brasil) y quienes aspiraban a un área de libre comercio, que dado su menor tamaño (Argentina y Uruguay), pudieran compensar el costo de una estructura común con su mejor acceso al mercado del socio mayor, fueron difuminando rápidamente los objetivos comunes que habían impulsado el nacimiento del proceso de integración.

Ala recuperación de aquellos ideales se ha remitido Lula, propugnando un esquema similar al empleado en la construcción de la UE como vía más equilibrada para superar anteriores diferencias. Pese a todo, Mercosur contribuyó a crear un clima en la zona más propicio para consolidar la democracia (no fue un freno de menor importancia al golpismo en Paraguay) y ayudó a estrechar los vínculos económicos en la región y a que los países miembro tuvieran un papel internacional más activo del que hubieran ejercido individualmente.

En todo caso, restablecer ahora el sentido del interés común es un primer paso en la buena dirección, la que mejor puede conducir a la inserción de la región en la economía mundial, estimulando el crecimiento y mayores cotas de equidad social.

Revitalizar Mercosur es al tiempo una buena aportación para unas relaciones comerciales más equilibradas a escala mundial y su culminación un ingrediente necesario para democratizar la globalización. Es la apuesta con la que un antiguo metalúrgico se ha revelado como un gran estadista, que además de los paternalistas consejos de líderes políticos de épocas pasadas bien merecería el apoyo de la UE, porque en la suerte de Mercosur se juega también, en buena medida, el papel futuro de Europa en un nuevo orden internacional.

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