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Tribuna
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La moneda única mundial, algo inevitable

Es innegable que la economía y más concretamente los sistemas económicos constituyen sistemas complejos, que responden a una serie de leyes de funcionamiento que son diferentes a las leyes según las que actúan de forma individual cada uno de los sujetos o agentes económicos que integran dichos sistemas.

Dicho de otro modo, sistemas tan complejos como los económicos tienden inevitablemente a dirigirse al estado de mayor probabilidad, o en definitiva, y en base a la segunda ley de la termodinámica, tienden de forma natural a un estado de máxima entropía, o lo que es lo mismo, al nivel máximo de homogeneidad en clave de desorden, o de dispersión estable, lo cual les viene a otorgar una mayor estabilidad a largo plazo.

Dicha tendencia viene a constituir una realidad inevitable, y en el mismo sentido lo es la tendencia a disponer en el futuro de una moneda única mundial (MUM), como un estado necesario e inevitable al que tarde o temprano tenderán los cambios, desarrollos y avances propios de un sistema tan complejo y globalizado como es el sistema económico mundial.

La llegada a ese trance final podrá resultar más larga y dolorosa, o bien más fluida y racional, y ello va a depender en buen medida del nivel de clarividencia, arrojo y deseos de hacer bien las cosas de los políticos, sobre todo de aquellos pertenecientes al mundo desarrollado, y más concretamente a los de la Unión Europea y Estados Unidos (en este orden).

No vamos a dedicar estas líneas a describir los evidentes y espectaculares efectos positivos de una moneda única mundial para el conjunto de la sociedad internacional, tanto a nivel económico, financiero o comercial, como en equidad y transparencia social, e incluso en el terreno de la democracia y la lucha contra los fundamentalismos y corrupciones locales. Tampoco vamos a limitarnos a hacer un mero canto utópico sobre la necesidad histórica de este proceso de integración monetaria, sino que vamos a permitirnos formular unas propuestas específicas a este respecto.

Entendemos que este largo proceso hacia la moneda única mundial habría de pasar por una serie de medidas o de fases concretas que nos atrevemos a formular a continuación:

Desde un punto de vista técnico, sería necesaria la formación previa de un grupo de trabajo multidisciplinar dedicado a un análisis sosegado y posibilista de las vías de actuación, los contenidos, y la planificación temporal y espacial del proceso hacia la moneda única mundial.

Los análisis y conclusiones de este grupo podrían servir como base y herramientas previas de trabajo para la creación posterior de un comité bancario internacional, o al menos tripartito, con representantes del Banco Central Europeo (BCE), de la Reserva Federal de Estados Unidos y del Banco de Japón, con el objeto de concretar la operatoria, los trámites y las etapas concretas a desarrollar en este proceso.

A nivel general, creemos que un primer paso u objetivo a cumplir en el proceso hacia una moneda única mundial, sería el logro de un acuerdo para vincular o trabar de una forma permanente e indefinida las tres monedas o divisas fundamentales en el contexto monetario internacional, esto es, el dólar, el euro y el yen.

De esta forma, se llegaría inicialmente a la constitución de una triada monetaria, o unidad común de cuenta para estas tres áreas geográficas tan fundamentales en la economía mundial.

Una vinculación cambiaria razonable entre las tres monedas bien podría ser, como reconocen algunos expertos, la siguiente: un dólar = un euro = 100 yenes, valoraciones cambiarias no muy alejadas de las cotizaciones actualmente vigentes entre las tres monedas.

Por lo que se refiere a la denominación de esta unidad de cuenta, no es un tema fundamental, si bien opinamos que podría optarse por una denominación simple, y fácilmente pronunciable y legible en la mayor parte de los idiomas existentes, por ejemplo: DEY (acrónimo de dólar, euro y yen), o bien: EDY, YED, o DYE. Cualquiera de estas denominaciones respeta las iniciales de las tres monedas integrantes y sería fácilmente comprensible y expresable de forma verbal y escrita en los distintos países.

Una vez cumplido el objetivo anterior, y acordada la vinculación cambiaria entre las tres monedas, se debería pasar a un proceso de homogeneización consensuada de los tipos de interés por parte de los tres bancos centrales citados, lo que contribuiría aún más a una definitiva estabilidad económica y monetaria en estas tres áreas (e incluso a nivel mundial). Dicha integración no sería muy difícil de conseguir, dados los cercanos y bajos niveles actuales de tipos de interés en esas tres zonas monetarias. En cualquier caso, y en función del diseño e instrumentación del propio proceso hacia la moneda única mundial, y de las posturas políticas e intereses de los protagonistas, esta etapa podría ser paralela, o incluso previa, a la etapa anterior.

La vigencia de esa triada o unidad de cuenta común con un carácter estable de cara al futuro determinaría sin duda un progresivo y rápido anclaje con la misma de la mayor parte -por no decir todas- de las restantes monedas del mundo. Con esto se llegaría realmente a una integración y estabilidad cambiaria a nivel mundial, objetivo previo y fundamental de la moneda única mundial.

Tras la etapa anterior, y conseguida la integración cambiaria internacional, se podría pasar a adoptar de una forma transitoria una doble nominación de las magnitudes y transacciones monetarias, de los precios, etcétera, tanto en la correspondiente moneda local, como en la unidad de cuenta común (DEY, por ejemplo). Ello sería algo similar a lo acaecido durante tres años en los países de la Unión Europea respecto al euro.

Una vez cumplida la fase transitoria anterior, en la que habría existido de facto una moneda común en el contexto internacional, sólo quedaría pasar a la adopción y emisión física efectiva de la moneda única mundial, que podría tener la denominación previamente utilizada para la unidad de cuenta común. Además, y con el fin de facilitar el proceso e incluso de limar asperezas y nostalgias nacionalistas en determinados países, se podría establecer que, durante un determinado periodo de años, tanto en las monedas como en los billetes de la moneda única mundial, por una cara figurara la propia MUM, mientras que por la otra se imprimirían los motivos o grabados de las monedas locales anteriormente vigentes.

Una vez descrito el proceso hacia la moneda única mundial, y reflexionando en clave realista, no cabe duda, desde un punto de vista político, del escollo inherente a que algunos organismos y/o países de fuera de la Unión Europea, podrían tener ciertos reparos y voluntad de obstaculizar este proceso de integración monetaria mundial.

En este sentido, creemos llegado el momento de un despertar de la Unión Europea, que le permita hacer ver y hacer valer sus valores sociales (que son muchos) y asumir un protagonismo real y equilibrado en este ámbito monetario, impulsando así un proceso que puede generar en el contexto internacional una trasparencia y un bienestar económico hasta ahora impensables, y ayudando de paso a enterrar algunos prejuicios históricos y simbolistas que caracterizan a ciertos nacionalismos trasnochados pero significativos en la escena internacional.

Desde un punto de vista técnico, los problemas inherentes al proceso de implantación de una moneda única mundial se nos antojan mucho menos sustantivos que los obstáculos políticos. En todo caso, los diversos problemas que pudieran ir presentándose en relación con el posible surgimiento de algunos shocks asimétricos (sucesivos, parciales o generales), la negociación del señoreaje, la dispersión normativa de bancos centrales y sistemas financieros, etcétera, podrían ir abordándose por el grupo o el comité bancario internacional que postulamos en la primera fase del proceso descrito.

Sin entrar ahora en estos temas, nos vamos a permitir únicamente proponer que los ingentes ingresos que en concepto de señoreaje se podrían generar en las distintas fases del proceso, dada su condición de juego de suma positiva inherente al mismo, bien podrían destinarse a la realización de inversiones (de interés público y transparentes) en los países menos desarrollados, tanto a nivel de infraestructuras, como de sanidad, educación, etcétera.

Finalmente, si nos paramos a contemplar el devenir histórico internacional desde una cierta distancia analítica, espacial y temporal, podremos comprobar que es realmente irreversible el actual y creciente proceso de integración económica que se viene registrando en el contexto mundial: el proceso de integración europea abarcará dentro de poco a 27 países, el proceso de integración previsto en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en pocos años podrá agrupar a 34 países, esto aparte de otros muchos procesos fácticos de integración económica territorial, y todo ello dentro de un sistema comercial global como es el de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se acaba de completar a escala mundial con la entrada de China.

Todo lo anterior no es más que la lógica consecuencia de esa tendencia natural que viene experimentando la economía mundial, propia de un sistema cada vez más permeable y complejo, dentro del cual no resulta difícil extrapolar una tendencia hacia la integración monetaria, y la viabilidad futura del proceso aquí descrito hacia una moneda única mundial, proceso que venimos así a considerar tan políticamente necesario como económicamente inevitable.

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