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Tribuna
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Otra visión de la productividad en Europa

El milagro económico de EE UU en los noventa se está poniendo en entredicho. No tiene ni la amplitud que se le atribuye ni la continuidad que se esperaba y, respecto a una cuestión tan importante como la productividad, es Europa la que domina (si se mide correctamen-te) y no EE UU, como ha puesto de manifiesto un reciente estudio de la OCDE.

Al examinar las fuentes de crecimiento, la OCDE ha reunido un conjunto de datos que permiten hacer nuevos análisis de la productividad relativa en ambos lados del Atlántico. Se podría creer en dicho milagro cuando se utiliza la medida usual de productividad por ocupado, pero la cosa cambia radicalmente si se tiene en cuenta que en Europa se trabajan muchas me-nos horas al año que en EE UU (25% menos en 2000).

Si se emplea la productividad por hora trabajada los resultados para Europa son muy diferentes: Alemania, por ejemplo, que presenta unos resultados mediocres en cuanto a crecimiento, que la pone a la cola entre sus socios, pasa a la cabeza en el ritmo de productividad así medida.

Esto se debe en parte a que el mercado de trabajo europeo presenta importantes desventajas cuando se compara con el norteamericano. Está demasiado reglamentado, no es suficientemente flexible y el costo por hora trabajada es demasiado elevado a pesar de la debilidad del euro. No tiene, pues, nada de extrañar que las empresas europeas hayan centrado su estrategia de crecimiento en mejorar su rentabilidad, es decir, su productividad, y no en aumentar su mano de obra. Al hacer esta comparación de los niveles y evolución de la productividad entre países no se pueden olvidar los problemas que presenta la media de sus componentes: el número de horas trabajadas efectivamente por persona y la producción en términos reales, y muy particularmente en el sector servicios.

Por eso cabe pensar que parte de la ventaja inicial en el nivel de productividad de EE UU sobre Europa se debe a que allí se empezó a tener en cuenta mucho antes que en este lado del Atlántico la mejora de la calidad al estimar el valor añadido en términos reales en algunos componentes importantes del sector servicios, que representa el 60% del PIB. Por la misma razón, esa ventaja se ha ido eliminando a medida que esa práctica se empezó a aplicar aquí con algún retraso.

Hay, sin embargo, otro factor, quizás más importante y sobre todo con mayor proyección de futuro, que ha contribuido no sólo a la convergencia del nivel de productividad por hora trabajada de Europa con EE UU sino incluso a superarlo. Se trata de la difusión y transferencia hacia Europa del stock de conocimiento, que es la fuerza que impulsa el progreso tecnológico y determina el nivel de productividad en un proceso que viene facilitado por la creciente apertura y globalización de las economías.

La economía española presenta un caso un tanto particular al respecto en el contexto europeo. Su nivel de productividad en euros es naturalmente inferior a la media europea, tanto si se mide por ocupado como, y sobre todo, por horas trabajadas, que en España superaba un 20% la media europea en 2000.

Es revelador de ese bajo crecimiento de la productividad que, según un reciente e interesante trabajo del Banco de España (La contribución de las ramas productivas de bienes y servicios TIC al crecimiento de la economía española, Soledad Núñez Ramos), la productividad por ocupado en estos sectores, relacionados con las tecnología de la información y comunicación, creció en 1996-1999 en promedio anual un 3,07%, menos de la mitad que en la UE. Curiosamente, el mismo diferencial con la zona que presenta el aumento anual del 0,5% en 1996-2000 para el conjunto de la economía.

Este bajo nivel de productividad se puede achacar a varias causas, pero entre ellas habría que destacar la insuficiencia de políticas microeconómicas o estructurales dedicadas a ese fin. En particular las dirigidas a aumentar el potencial de la economía, acrecentando la oferta de ma-no de obra cualificada y de capital o haciendo más eficiente su empleo, y las que buscan mayor competencia en los mercados y los productos con el fin de reducir los costos en el conjunto de la economía.

Medir la postura de la política monetaria o fiscal es relativamente fácil, pero es mucho más complicado hacerlo con las políticas estructurales dirigidas a mejorar el funcionamiento de la economía. Sin embargo, los economistas de la casa Lehman Brothers han desarrollado un método que utilizando no menos de 400 variables (cualitativas y cuantitativas) para 21 países llega a establecer un índice para ordenarlos según la importancia de la aplicación de dichas políticas.

Es sobradamente conocida la dificultad que encierre la construcción de estos índices, especialmente el fijar criterios adecuados en la ponderación de las variables utilizadas para llegar a resultados medianamente aceptables. Sin embargo, siempre se pueden tomar como indicadores de órdenes de magnitud y en este caso no parecen alejarse demasiado de la realidad. Es bastante significativo en efecto que en la ordenación de países a que se ha llegado, Francia, la actual locomotora europea, se sitúe por encima de Alemania, ahora el vagón de cola (ver gráfico). Tampoco sorprende que España sea el país 17 de los 21 examinados, y el 20 en el subgrupo de políticas que favorecen el crecimiento a largo plazo.

Este estudio da una idea de lo mucho que queda por hacer para aproximar el nivel de flexibilidad y eficiencia de la economía española al de las más avanzadas. Y en la fase de práctico estancamiento en el que se está entrando se hacen urgentes las actuaciones con ese objetivo. En efecto, el paro registrado corregido de variaciones estacionales crecía en enero más del 10% en tasa anual comparado con siete meses antes, tendencia que con toda seguridad se va a mantener e incluso acelerar a lo largo del año y podría adentrarse en el próximo si no se actúa en este campo decidida, eficaz y oportunamente.

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