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TRIBUNA

<I>¿Es culpable la Reserva Federal de EE UU? </I>

Alfonso Novales explica las dificultades que tiene la Reserva Federal para aplicar su política monetaria y el papel de la entidad que preside Alan Greenspan en el enfriamiento de la larga fase expansiva de la economía de Estados Unidos.

Junto con recortes en los tipos de intervención en el Reino Unido y Japón, la pasada semana nos trajo una cadena de opiniones, unas positivas, otras negativas, acerca de la actuación de la Reserva Federal estadouinidense (Fed) desde mitad de 1999, y del papel que ésta ha podido jugar en el proceso de enfriamiento de la larga y duradera fase expansiva de la economía de EE UU.

Una dura crítica hacia Greenspan proviene de quienes opinan que la elevación en 175 puntos base de los tipos de intervención en los meses posteriores a junio de 1999 se llevó a cabo por una evidencia sólo leve de tensiones inflacionistas, pues la tasa subyacente de inflación se había elevado en aquel país sólo desde el 2% al 2,5%. En presencia de unas tasas de crecimiento cercanas al 5%, la Fed apeló a una posible relación negativa entre crecimiento e inflación, cuya relevancia muchos discuten, para cambiar el tono de su política.

Como contraposición, también hay quienes piensan que la baja tasa de paro del momento y la burbuja bursátil estimulaban un excesivo crecimiento del consumo privado que la Fed hizo bien en desincentivar. La mitad del aumento de tipos que en aquel momento se produjo no hacía sino recuperar los recortes producidos durante la crisis financiera de otoño de 1998, y parece difícil mantener que el resto de la elevación de tipos pueda ser causante de la rápida caída de la demanda interna a que ahora asistimos.

Otros críticos apuntan que el problema no reside en la magnitud del incremento de tipos, sino en el timing del mismo, pues la política monetaria se mantuvo restrictiva incluso cuando la encuesta NAPM de gerentes de compras mostraba ya un año de continuado descenso.

Este es un comentario interesante, pues se refiere a la manera en que la autoridad económica debe procesar unos indicadores de que dispone regularmente desde no hace muchos años.

Son indicadores de naturaleza cualitativa que provienen de encuestas de opinión a consumidores, empresas, gestores de compras, etcétera, relativos a la situación económica en general, a las carteras de pedidos de distintos tipos de bienes, a la conveniencia de llevar a cabo planes de consumo o de inversión, a la confianza de consumidores y empresarios sobre la situación económica actual y futura.

Han proporcionado señales muy útiles acerca de los cambios de contexto de distinto signo que en los últimos años se han producido en distintas economías, por lo que, aunque su relevancia numérica no es sencilla de evaluar, están llamados a jugar un papel crecientemente impor-tante en el diagnóstico de una determinada coyuntura económica.

Sin embargo, pedir que la autoridad reaccione a cambios de tendencia en todos ellos es seguramente excesivo, y refleja lo difícil que resulta ejecutar la política monetaria cuando las distintas instituciones que sobre ellas actúan le asignan, consciente o inconscientemente, una variedad de objetivos: supuestamente se orienta a lograr la estabilidad de precios, pero se recurre a ella asimismo tanto cuando se produce una crisis en la valoración de las carteras de los agentes privados, como cuando aparecen indicios de descenso en la expansión de los componentes de la demanda interna. Necesitamos cambiar la manera en que pensamos acerca de la política monetaria, tanto en lo relativo a sus posibilidades como en cuanto a su definición e instrumentación.

En cuanto al papel que ha podido jugar la Fed en la actual (moderada) recesión, creo que no debe olvidarse que durante el año 2000 los tipos de interés reales a corto y largo plazo en EE UU fueron, respectivamente, de 3,1% y 2,9%. Estos niveles son similares a los registrados en la segunda mitad de los noventa, y muy inferiores a los registrados durante la década de los ochenta, por lo que no parece evidente que se pueda acusar a la Fed de haber seguido una política excesivamente restrictiva desde 1999 hasta finales de 2000. Tan sólo en la primera mitad de los noventa, a raíz del estancamiento de los años 1990 y 1991, con tipos de interés reales a corto plazo del 1,5% en media, se siguió una política monetaria claramente más relajada. Quién sabe si no fue entonces cuando se comenzó a fraguar la larga fase de expansión que recientemente hemos dado por terminada.

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