¿Por qué los inversores verdes siguen dejándose llevar?
El auge de estas tecnologías guarda similitudes con el que llevó a la burbuja de las energías alternativas

Parafraseando a Mark Twain, las burbujas especulativas no se repiten, pero a menudo riman. El auge de las tecnologías verdes que ha implosionado en los últimos tres años es notablemente similar a la burbuja de las energías alternativas que se infló antes de la crisis financiera mundial de 2008. Ambos frenesíes fueron impulsados por las expectativas poco realistas de los inversores sobre la rapidez con la que se adoptarían las nuevas tecnologías energéticas.
Lo que ahora se conoce como el auge de las tecnologías limpias 1.0 despegó en 2005 después de que el Congreso de Estados Unidos promulgara créditos fiscales para las energías renovables. El documental de 2006 del exvicepresidente Al Gore Una verdad incómoda concienció al público sobre el cambio climático. A principios de 2007, el inversor de capital riesgo John Doerr dio una charla corta muy publicitada en la que afirmó que “las tecnologías verdes –ser ecológico– son más grandes que internet. Podrían ser la mayor oportunidad del siglo XXI”. La firma de Doerr, Kleiner Perkins, lanzó posteriormente un fondo para “ayudar a acelerar la adopción masiva de soluciones a la crisis climática”. Muchos otros inversores de riesgo se sumaron a la iniciativa.
El índice de energía limpia WilderHill, lanzado en 2004, creció más del doble entre mayo de 2005 y diciembre de 2007. Decenas de startups se lanzaron para invertir en baterías, energía solar, biomasa y eólica. Better Place, una empresa de vehículos eléctricos fundada en Silicon Valley en 2007, recaudó casi mil millones de dólares para construir una red de estaciones de carga. Solyndra, un innovador fabricante de paneles solares, atrajo a numerosos inversores de renombre y posteriormente recibió más de 500 millones de dólares en garantías de préstamos de la Administración del presidente Barack Obama.
Ningún factor por sí solo fue responsable de la explosión de la burbuja. La quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 desalentó el optimismo; los avances en la tecnología de fracturación hidráulica propiciaron un gas natural estadounidense más barato; España y Alemania redujeron sus subsidios a las energías renovables; y las empresas solares estadounidenses se mostraron incapaces de competir con los competidores chinos subvencionados. Casi todas las 150 startups de energías renovables fundadas en Silicon Valley durante el auge fracasaron posteriormente, incluyendo Solyndra y Better Place. Los fondos de capital riesgo en tecnologías limpias lanzados durante la burbuja generaron rentabilidades negativas. A finales de 2012, el índice WilderHill había caído un 85% desde su máximo, situándose en torno a 40. Casualmente, ese es el valor actual del índice de referencia.
La reciente burbuja tecnológica verde fue más extrema. El índice WilderHill subió de 47 en marzo de 2020 a 281 menos de un año después. Mientras que los inversores de riesgo estadounidenses gastaron aproximadamente 25.000 millones de dólares en la financiación de startups de energía limpia entre 2006 y 2011, Silicon Valley despilfarró más del doble de esa suma solo en 2021, según Silicon Valley Bank. Las valoraciones del mercado fueron bastante absurdas. A finales de 2020, la empresa de baterías QuantumScape, que salió al mercado tras fusionarse con una empresa SPAC (empresa de adquisición con propósito especial), estaba valorada en más de 100.000 millones de dólares, a pesar de no tener ventas.
Menos ayudas
El frenesí del mercado ya pasó. Las acciones de QuantumScape han caído más del 95% desde su punto máximo, mientras que el índice WilderHill ha caído un 85%. Varias empresas de vehículos eléctricos que cotizan en Bolsa, incluido el fabricante de camiones Nikola, han solicitado protección contra los acreedores. La Administración del presidente Donald Trump está reduciendo los subsidios a las energías renovables y a los vehículos eléctricos. Los gigantes petroleros BP y Shell están recortando sus inversiones en energías alternativas, tal como lo hicieron tras el auge de las tecnologías limpias 1.0. El futuro del capital riesgo verde sigue siendo incierto, pero la evidencia anecdótica sugiere que muchos fondos están cambiando de manos con grandes descuentos respecto a sus valoraciones.
El error común de los inversores durante ambos auges fue dejarse llevar por pronósticos de crecimiento extravagantes. En su libro, Cada vez más y más. Una historia absorbente de la energía, Jean-Baptiste Fressoz critica la aplicación de la función sigmoidea, también conocida como curva S, para predecir el curso de la transición energética. Este modelo describe la adopción de una nueva tecnología como un proceso que comienza lentamente, gana impulso rápidamente y finalmente se estabiliza cuando el mercado se satura. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas ha utilizado la curva S en sus proyecciones de la demanda de energía renovable y el consiguiente declive de los combustibles fósiles.
La curva S se descubrió originalmente hace cien años para describir cómo cambia la población de moscas drosófilas en condiciones de laboratorio. Posteriormente se aplicó, con distintos grados de éxito, para proyectar el crecimiento de la población humana. El científico energético estadounidense M. King Hubbert fue el primero en utilizar la curva S para pronosticar la producción de energía. En la década de 1950, los defensores de la energía nuclear utilizaron el modelo para predecir lo que consideraban la inevitable transición de los combustibles fósiles a un futuro basado en la energía atómica. Hubbert también utilizó la curva S para su famoso pronóstico de que la producción petrolera estadounidense alcanzaría su punto máximo en 1970.
Vaclav Smil, un destacado historiador especializado en energía, señala que las transiciones energéticas son lentas, intrínsecamente impredecibles y requieren inversiones extraordinarias. Fressoz va más allá y afirma que, cuando se analiza el consumo de energía en términos absolutos y no relativos, históricamente nunca ha habido una transición. Es cierto que el carbón sustituyó a la madera como principal fuente de energía del mundo en el siglo XIX y que, más tarde, el petróleo y el gas natural pasaron a ser dominantes. Sin embargo, el consumo de todas estas fuentes de energía siguió aumentando. El mundo nunca ha quemado tanta madera como hoy en día. En términos absolutos, el uso del carbón sigue creciendo.
La curva en S también se ha utilizado para predecir la adopción de diversas tecnologías verdes. Como observó Rob West, de la empresa de investigación Thunder Said Energy, en un informe publicado el pasado septiembre, tanto la velocidad de adopción como la tasa de penetración final de las nuevas invenciones son variables. Por ejemplo, la demanda de frigoríficos y televisores por parte de los hogares estadounidenses creció muy rápidamente desde el principio, alcanzando ambos una tasa de penetración de casi el 100% en solo unas décadas.
Sin embargo, la calefacción a gas tardó más de medio siglo en llegar al 60% de los hogares estadounidenses, momento en el que su cuota de mercado se estancó. “Es importante no caer en la trampa de asumir que la cima de la S es un punto final de adopción del 100%“, escribe West.
No hace mucho, se preveía que los vehículos eléctricos sustituirían rápidamente al motor de combustión interna, pero ahora se están reduciendo las previsiones de ventas en los mercados desarrollados. West prevé que la cuota de mercado final de los coches eléctricos no superará el 30%. Se trata de una estimación. El resultado real dependerá del estado de la tecnología en el futuro, que es imposible de conocer. Esto deja mucho margen para que los inversores ecológicos vuelvan a equivocarse.