La advertencia de Soros sobre la deuda de EE UU en los 80 resuena hoy
Su ominoso aviso sobre la amenaza que supone el exceso de deuda pública se materializó en el lunes negro
El bum bursátil ha desviado nuestra atención del deterioro fundamental de la situación financiera de Estados Unidos”. Así escribía el titán de los fondos de cobertura George Soros a finales de 1986 en su clásico de inversión La alquimia de las finanzas. Su ominosa advertencia sobre la amenaza que pueden suponer unas finanzas públicas insostenibles se materializó espectacularmente en el octubre siguiente, cuando el mercado de renta variable de EE UU registró el desplome más rápido de su historia.
En vísperas de las elecciones presidenciales del martes, el S&P 500 cotizaba a 25 veces los beneficios –más de un 50% por encima de su media a largo plazo– y la Oficina Presupuestaria del Congreso pronosticaba que la deuda pública del país superaría en 2027 el récord establecido inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en relación con el PIB. Ahora que parece probable que los republicanos barran en el Congreso, incluso esa previsión parece insuficiente. El Comité para un Presupuesto Federal Responsable calcula que, para 2035, los planes de campaña del presidente electo Donald Trump añadirán 15,6 billones de dólares a la deuda pública del país. Los rendimientos del Tesoro han subido con fuerza. La advertencia de Soros de hace cuatro décadas vuelve a ser demasiado pertinente.
Esta vez, sin embargo, el problema no se limitará únicamente al Tío Sam, ya que no es solo la situación financiera del Gobierno estadounidense la que se encuentra en una situación desesperada. El FMI calcula que la deuda pública mundial superará este año los 100 billones de dólares (93 billones de euros), es decir, el 93% del PIB global, y prevé que alcance el 100% en 2030. Esa es la versión optimista. Como el propio FMI observa secamente: “La experiencia demuestra que las proyecciones tienden a subestimar sistemáticamente los niveles de deuda”.
¿Qué pueden hacer los Gobiernos para evitar que se repita el desastroso desenlace de 1987? No hay respuestas fáciles. Vitor Gaspar, jefe del departamento de asuntos fiscales del FMI, califica la situación de “trilema fiscal”. La preferencia revelada de los electores actuales es por las tres cosas: mayor gasto, menos impuestos y estabilidad financiera. Desgraciadamente, los políticos se encuentran sistemáticamente con que es imposible ofrecer más de dos de ellas a la vez.
La forma tradicional de controlar la deuda es la austeridad, que implica sacrificar la pata del gasto público más elevado. Francia es el último recluta de este método de la vieja escuela. “El primer remedio contra la deuda son los recortes del gasto público”, declaró la semana pasada el primer ministro Michel Barnier. Pero incluso su propuesta, que consiste en recortar menos del 1% de la factura de las pensiones retrasando medio año la subida de la inflación, ha sido recibida con aullidos de resistencia. Tras la nefasta experiencia de la década de 2010, la austeridad ya no es una salida políticamente viable.
Por ello, el nuevo Gobierno laborista británico ha optado por una estrategia alternativa, consistente en impulsar la inversión pública para estimular el crecimiento. En cuanto al trilema fiscal, el primer Presupuesto de la ministra de Economía, Rachel Reeves, la semana pasada, pretendía combinar mayor gasto público y estabilidad financiera, a costa de subir los impuestos en 40.000 millones de libras (48.000 millones de euros).
Esta nueva estrategia británica tampoco ha impresionado. El propio organismo de control fiscal del Gobierno, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, afirma que las medidas “impulsarán temporalmente la producción a corto plazo, pero dejarán el PIB prácticamente sin cambios en cinco años”, al tiempo que harán subir la inflación y los tipos de interés. Eso es estanflación, no crecimiento. El resultado es que la Oficina espera que la deuda pública, medida sobre una base comparable a la de años anteriores, siga aumentando.
Por último, está el método estadounidense de navegar por el trilema fiscal: aumentar el gasto público, recortar impuestos y esperar que la estabilidad financiera se cuide sola. Dejando a un lado el pequeño problema de la subida del 20% del nivel de los precios en los últimos cuatro años, esta fórmula ha funcionado muy bien últimamente. Atraídos por la supremacía geopolítica y financiera de Estados Unidos, que sigue sin tener rival, los inversores están dispuestos a pasar por alto los déficits y la deuda del país.
Pero ni siquiera ese hechizo durará para siempre. En algún momento, los tenedores de bonos de EE UU también se rebelarán. Con el rendimiento de los bonos a 30 años subiendo unos 70 puntos básicos desde el recorte de tipos de la Reserva Federal a mediados de septiembre, el ajuste de cuentas puede estar más cerca de lo que muchos creen.
La ironía es que la raíz de la crisis de la deuda de las economías avanzadas no es realmente el trilema fiscal. Los niveles históricos actuales de endeudamiento público se deben esencialmente a dos calamidades distintas. La primera es la crisis financiera mundial. La segunda es la pandemia de covid. Para el conjunto de los países del Grupo de los Siete, la ratio deuda/PIB saltó del 81% en 2008 al 112% en 2010, y de nuevo del 118% en 2019 al 140% en 2020.
Esto no quiere decir que estos decisivos puntos de inflexión fueran giros inevitables del destino. La deuda pública es siempre y en todas partes el resultado de decisiones políticas, no de simples causas de fuerza mayor. Islandia permitió la quiebra de sus bancos; Irlanda rescató a las entidades. Diez años después de la crisis, la ratio de deuda pública de Islandia estaba al mismo nivel que en 2007. En Irlanda, seguía siendo tres veces superior.
Los confinamientos por la covid en Reino Unido fueron largos y rigurosos. Suecia apenas confinó. Gran Bretaña añadió 20 puntos porcentuales a su ratio de deuda durante la pandemia, estableciendo las perversas compensaciones presupuestarias de hoy. Suecia salió de la pandemia con una ratio de deuda pública inferior al de 2019. En lugar de tratar de suavizar el trilema fiscal, tal vez los Gobiernos deberían centrarse en acertar con la próxima gran crisis.
Para los inversores, la cuestión es si merece la pena recordar la alerta roja de Soros de hace 40 años, especialmente en medio de un rugiente mercado alcista estadounidense que acaba de tomar un segundo aire. Puede que el panorama presupuestario sea feo. Puede que mercado de bonos esté de capa caída. Pero, tras la victoria de Trump, el S&P 500 registró nuevos máximos históricos.
He aquí una visión alternativa. Berkshire Hathaway, de Warren Buffett, lleva ocho trimestres seguidos vendiendo acciones. El mayor inversor en valor de todos ha acumulado más de 325.000 millones de dólares en pólvora seca. Si los inversores no se dejan convencer por el mayor especulador de divisas de la historia, quizá hagan caso al Oráculo de Omaha.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías