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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La esperanza de la UE en crear paladines se estrellará contra la dura realidad de las fusiones

A los políticos y los inversores nacionales no les suelen gustar las combinaciones transfronterizas

Teresa Ribera, próxima vicepresidenta europea y responsable de Competencia.
Teresa Ribera, próxima vicepresidenta europea y responsable de Competencia.Delmi Álvarez

Bruselas quiere que las empresas europeas se unan y compitan con sus rivales estadounidenses y chinas. En muchos casos, sin embargo, los políticos e inversores nacionales pueden tener ideas diferentes. A menos que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, pueda resolver esa tensión, no conseguirá los paladines corporativos europeos que ella y sus colegas desean.

Para los banqueros de inversión de larga memoria, resulta irónico que la Comisión, históricamente escéptica a las operaciones corporativas, esté ahora preocupada por la falta de peso empresarial. La jefa antimonopolio saliente, Margrethe Vestager, y sus predecesores bloquearon acuerdos que iban desde la compra por parte de Schneider Electric de su rival Legrand por 6.400 millones de euros en 2001, hasta la fusión prevista de Alstom y la unidad de trenes de Siemens en 2019, pasando por la adquisición de NYSE Euronext por parte de Deutsche Börse en 2012. Según la Comisión, esas operaciones podrían haber creado empresas con demasiada influencia en el mercado y con poder para subir los precios a los clientes.

Los tiempos han cambiado, sin embargo, y los peces gordos de Bruselas parecen ahora más preocupados por el enclenque tamaño de sus empresas nacionales. En una “carta de misión” dirigida en septiembre a la próxima responsable de Competencia, Teresa Ribera, que asumirá el cargo a finales de año, Von der Leyen pedía una revisión de las directrices europeas sobre fusiones, centrándose en la necesidad de mayor “resistencia, eficiencia e innovación”. En clave antimonopolio, significa: “Queremos concentración”. Pocos días después, Ribera prometió que las normas “evolucionarían” para ayudar a las empresas europeas a concentrarse. El bloque no está solo: el nuevo Gobierno laborista británico pedirá a su autoridad de competencia que dé prioridad al crecimiento, la inversión y la innovación como parte de una guerra más amplia contra la llamada “burocracia”, informó Sky News el lunes.

El cambio de actitud refleja la constatación de que el sector privado de la UE, a menudo de escala reducida, puede tener dificultades para hacer frente a tendencias que requieren grandes inversiones de capital, como el aumento de las necesidades de defensa, el paso a una economía verde y la inteligencia artificial. El reciente informe de Mario Draghi calcula que la transición energética, la inversión digital y el necesario gasto militar adicional podrían requerir hasta 800.000 millones de inversión anual tanto en el sector público como en el privado.

Las relativamente enclenques empresas europeas pueden tener dificultades para reunir ese tipo de recursos. La región alberga solo 99 de las 500 mayores empresas públicas del mundo por capitalización bursátil, según datos de LSEG, frente a las 112 de Asia y las 277 de América. Amazon por sí sola invertirá este año unos 66.000 millones de dólares en gastos de capital, según las estimaciones de los analistas recogidas por LSEG. Esta cifra es superior a la de los tres mayores inversores de la UE juntos: Volkswagen, Deutsche Telekom y TotalEnergies. La capitalización bursátil agregada de cinco grandes tecnológicas estadounidenses –Apple, Nvidia, Microsoft, Alphabet y Amazon– casi supera el valor de todo el índice Stoxx Europe 600, que también incluye grupos cotizados en Reino Unido.

La cuestión es si una política de competencia más laxa puede resolver esto por sí sola. El informe de Draghi menciona la necesidad de concentración en sus capítulos sobre telecomunicaciones, semiconductores y defensa. Con razón: los tres sectores son geopolíticamente importantes y también de tamaño ínfimo en comparación con sus homólogos chinos y de EE UU. El problema es que no es obvio que las fusiones y adquisiciones sean la solución adecuada.

Empecemos por las telecos. La mayoría de los países tienen un puñado de operadores de telefonía móvil y banda ancha, y la mayor cuota de mercado suele corresponder a un antiguo monopolio estatal como Telecom Italia y Telefónica. Las operaciones dentro de un mismo mercado pueden ayudar a ahorrar costes: Orange, por ejemplo, planea generar 490 millones de euros de sinergias anuales combinando su unidad española con MásMóvil. Pero la concentración dentro de un mismo país no creará gigantes al estilo de EE UU. Incluso si todos los mercados principales pasaran de la típica estructura de cuatro operadores a tres, Europa seguiría teniendo un mosaico de empresas locales en lugar de paladines transfronterizos.

Mientras, los acuerdos que generarían una escala significativa tienen poco sentido desde el punto de vista financiero. Una fusión Deutsche Telekom-Orange, por ejemplo, crearía un campeón de banda ancha y telefonía móvil de 160.000 millones, con unos ingresos de 156.000 millones este año, más que Verizon, el peso pesado de EE UU, según las estimaciones de los analistas recogidas por LSEG. Pero más allá del tamaño, es difícil ver la lógica industrial. Según banqueros y analistas, los mercados de telecomunicaciones europeos, fragmentados y muy politizados, carecen de sinergias transfronterizas. Y los operadores con una expansión global tienden a incurrir en una penalización en el precio de las acciones. Vodafone, por ejemplo, ha disgregado sus activos tras no convencer a sus accionistas de las ventajas de un modelo de negocio que abarca muchos países europeos.

Los chips son otro ejemplo. El fabricante de equipos ASML, de 300.000 millones, es la única empresa europea del sector con una capitalización bursátil de 12 dígitos. Dos de los otros grandes fabricantes regionales de chips, el alemán Infineon (40.000 millones) y el francoitaliano STMicroelectronics (23.000 millones), parecen sobre el papel posibles candidatas a una fusión para aumentar su escala. Pero, cuentan los analistas a Breaking­views, la lógica para los inversores se limitaría probablemente a tener un conjunto más diversificado de clientes, lo cual podría no ser suficiente para compensar la controversia política de un proyecto de este tipo. Los países tienden a proteger celosamente las inversiones locales en chips, lo que significa que el ahorro de costes podría ser mínimo.

Existe un riesgo similar en la industria de defensa, donde las combinaciones en las que participan actores nacionales como el francés Thales, el italiano Leonardo y el alemán Rheinmetall solo funcionarían con la ayuda del respaldo político nacional. Hasta ahora no lo ha habido, y no está claro que Von der Leyen tenga el peso necesario para cambiarlo.

El tema común, por tanto, es que los acuerdos transfronterizos en sectores estratégicamente clave son complicados desde el punto de vista financiero o político, y a menudo ambas cosas. Tampoco ayuda el hecho de que los inversores parezcan a menudo alérgicos a la idea de cerrar acuerdos ambiciosos. Las acciones de la petrolera noruega Equinor cayeron un 4% inmediatamente después de que revelara una participación del 10% en el grupo eólico danés Orsted la semana pasada. Ya en 2019, cuando Infineon anunció una adquisición transatlántica de 10.000 millones de dólares, sus acciones se vendieron un 5% en esa mañana, y siguieron a la zaga de STM durante los meses siguientes. Es comprensible que los accionistas desconfíen en general de los proyectos expansionistas que añaden riesgo y complejidad a la historia patrimonial de una empresa.

Esto no quiere decir que los esfuerzos de Von der Leyen y Ribera sean inútiles. Permitir la expansión de las telecos locales aliviaría la presión sobre los presupuestos de inversión de las operadoras, lo cual podría impulsar la inversión en fibra de banda ancha. Y en situaciones en las que las capitales nacionales respaldan un acuerdo, como fue el caso de Siemens-Alstom, parece probable que la Comisión deje de ser un obstáculo. Pero los casos en los que políticos, CEO e inversores se ponen de acuerdo en una fusión transfronteriza son relativamente raros. Von der Leyen y Ribera no pueden hacer mucho solas.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías


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