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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que Masayoshi Son, CEO de SoftBank, puede enseñarnos sobre inversión

El japonés, que ahora apuesta por OpenAI, ha sabido identificar varias tendencias seculares

Masayoshi Son, fundador de SoftBank, en Tokio en 2018.
Masayoshi Son, fundador de SoftBank, en Tokio en 2018.KIM KYUNG-HOON (Reuters)

Cuando OpenAI recaudó 6.600 millones de dólares de capital fresco la semana pasada, la valoración implícita de 157.000 millones de dólares de la empresa pionera en inteligencia artificial fue la noticia que acaparó los titulares. Sin embargo, en su lista de nuevos accionistas había otra revelación sorprendente.

Junto a la firma de capital riesgo tecnológico Thrive Capital, entidades financieras como Khosla Ventures y Fidelity Management & Research, y socios corporativos de peso como Microsoft y Nvidia, se incluía una aportación de 500 millones de SoftBank, el grupo japonés sinónimo de su excéntrico fundador Masayoshi Son.

Decir que hay división de opiniones sobre el valor del respaldo financiero de SoftBank sería decir poco. Son es probablemente el capitalista de riesgo más controvertido que el mundo haya visto jamás. Su carrera de montaña rusa representa un caso de estudio para el enigma original de la inversión activa: ¿existe realmente la habilidad, o todo es cuestión de suerte?

Es fácil considerar a Son como un apostador de alto riesgo. Una apasionante biografía de Lionel Barber, antiguo director del Financial Times, hace precisamente eso. La pista está en el título: Gambling Man: The Wild Ride of Japan’s Masayoshi Son (El hombre de las apuestas: el alocado viaje del japonés Masayoshi Son).

La primera prueba es el historial de inversiones de Son, que claramente presenta altibajos. En el lado positivo del balance, detectó el potencial del buscador Yahoo cuando el bum de las puntocom estaba en sus primeras etapas, y compró el 30% de Alibaba por unos míseros 20 millones de dólares en 1999, tras una reunión de seis minutos con su fundador, Jack Ma. En el lado negativo, hundió 14.000 millones en la startup de oficinas compartidas WeWork, antes de su espectacular colapso en 2019. (“Fue como alimentar a un mono con alcohol” es la pesarosa forma en que recuerda la asociación uno de los inversores de Son, cuenta Barber). También perdió 1.500 millones apostando por Lex Greensill, el agricultor australiano de sandías convertido en alquimista financiero trotamundos cuya firma homónima de financiación de la cadena de suministro explotó en 2021.

Luego está la persistente sospecha de que, a pesar de toda la apariencia de presciencia tecnológica y astucia en la selección de valores, el éxito de Son se debió en realidad a los enormes vientos de cola macroeconómicos. Desde este punto de vista, los primeros éxitos de SoftBank en la tecnología de EE UU se debieron a la fortaleza del yen a mediados de los 90. Cuando el dólar se recuperó posteriormente, las inversiones japonesas en EE UU disfrutaron de una gran ganancia en divisas. Mientras, en los 2000, el Banco de Japón fue la primera autoridad monetaria en fijar su tipo de interés oficial en cero. Es más fácil hacer inversiones con éxito cuando la financiación es prácticamente gratuita.

La afición de Son por el apalancamiento se considera otro síntoma de oportunismo. Barber capta la dependencia de SoftBank de la deuda en su relato del único encuentro de Son con Warren Buffett. En 2017, el ejecutivo japonés voló 10.000 kilómetros hasta la sede de Berkshire Hathaway para persuadir al legendario inversor de que respaldara su Vision Fund, de 100.000 millones. La cosa duró apenas 20 minutos. “Soy un hombre de flujo de caja”, fue la lacónica respuesta de Buffett.

Pero la historia no es tan sencilla. Para empezar, es vital recordar cómo funciona el capital riesgo. La mayoría de las nuevas empresas fracasan y, de paso, se llevan por delante a quienes las financian. La habilidad consiste en asegurarse de que las empresas que sobreviven multiplican su valor por diez o por cien. En este sentido, Son no se queda atrás. Puede que su racha de cuatro décadas se haya basado en elegir solo un puñado de ganadoras entre un ejército de fracasadas. Pero las ganadoras ganaron de verdad.

Es cierto que los éxitos de Son se produjeron en el marco de olas macroeconómicas más amplias. Pero su ventaja ha consistido precisamente en identificar tendencias seculares, como el crecimiento explosivo de la informática personal en los 90, la banda ancha japonesa en los 2000 y el comercio electrónico chino en los 10, y luego apostar por una serie de empresas que tienen posibilidades de beneficiarse del cambio. En términos de inversión, Son entiende que la selección de tendencias es tan valiosa como la de valores, si la tendencia es lo suficientemente grande.

El enfoque de Son es la antítesis del de Buffett. El Oráculo de Omaha es famoso por su devoción a las empresas con defensas sólidas y duraderas frente a la competencia. SoftBank, por el contrario, se ha enorgullecido de la réplica desvergonzada. Fue trasplantando despiadadamente empresas de EE UU de éxito, como la firma de datos financieros Morningstar y el bróker online E*Trade, como Son acabó controlando el 70% de la economía de internet de Japón.

Mientras Buffett es famoso por su alergia a pagar de más por las inversiones, Son lo ve como un medio para alcanzar un fin. Su primer gran golpe en EE UU fue pagar más del doble de lo que pedía por la mayor convención informática del país el magnate de Las Vegas Sheldon Adelson en 1993. Cuando internet despegó, la operación dejó de parecer tan tonta. “Sheldon jugaba a las damas”, reflexionó más tarde la mano derecha de Adelson. “Masa jugaba al ajedrez”.

Detrás de la sospechas sobre Son está la creencia errónea de que toda habilidad inversora es una farsa temporal. La hipótesis del mercado eficiente, que postula erróneamente que es imposible batir sistemáticamente al mercado, y el implacable auge de los fondos ETF, han inducido una profunda crisis de confianza en los inversores activos. A muchos les cuesta aceptar que los grandes gestores de capital riesgo necesitan una vena creativa. Pero parte de la habilidad de respaldar a empresas emergentes es precisamente que uno crea su propia suerte.

En 2016, SoftBank adquirió Arm, líder mundial en diseño de chips. Este pasado julio se hizo con Graphcore, un apurado fabricante británico de chips de IA que en su día se presentó como competidor de Nvidia. Con su inversión en OpenAI, la próxima gran apuesta de Son –las perspectivas de la IA generativa– está tomando forma. Dado que Son vendió las acciones de Nvidia de SoftBank en 2019, perdiéndose así gran parte del meteórico ascenso del gigante, ¿se trata de otra tirada de dados del temerario “hombre de las apuestas”?

En 2001, Son le dijo a Sir Peter Bonfield, entonces CEO de BT, que planeaba desarrollar un proveedor de banda ancha japonés líder desde cero reduciendo los precios a la mitad. Bonfield se quedó perplejo: ¿quién gana vendiendo con pérdidas? En tres años, SoftBank era uno de los tres principales proveedores de banda ancha de la segunda economía mundial. Como escribe Barber, “Masa había captado la nueva economía de la revolución digital mucho antes que sus rivales”. El veredicto de Bonfield fue aún más simple: “Él tenía razón y nosotros estábamos equivocados”.

Los escépticos de la última aventura de Son –y de la gestión activa de fondos en general– quizá quieran tomar nota.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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