El reto de la transición energética: activar la demanda eléctrica
No hemos hecho los cambios necesarios a fin de que la rentabilidad para los inversores sea atractiva y estable
Vivimos una transición energética sin vuelta atrás, fruto de una firme decisión internacional, con la aquiescencia tanto de actores públicos como privados. Hemos alcanzado, por decisión política, un ritmo acelerado de cambio en la oferta energética que ha introducido disfuncionalidades en el funcionamiento de sistemas y mercados, más acostumbrados a procesos de cambio suaves y controlados por el sector empresarial, y que han tenido comportamientos reactivos de aquellos agentes a los que la aceleración les suponía una pérdida de hegemonía en su posicionamiento en el mercado y el deterioro de activos en su balance, por la obsolescencia de estos al ser desplazados por las nuevas tecnologías y modelos de negocio.
La Unión Europea ha decidido actuar bajo tres directrices: el firme compromiso de lucha contra el cambio climático, la creación de una nueva economía basada en la electrificación de la demanda con fuentes de energía renovables, y alcanzar la independencia energética, tecnológica e industrial que permita cubrir nuestras necesidades presentes y futuras de forma segura. En definitiva, alcanzar la seguridad de suministro energético con menores costes y que esta sea el motor de una nueva economía verde.
Hasta ahora, la base del modelo se ha centrado, principalmente, en promover un cambio en la oferta de energía, desde los combustibles fósiles a las renovables, manteniendo el funcionamiento tradicional del mercado y la apuesta por el marginalismo en la fijación de precios. De hecho, la nueva directiva del mercado, erróneamente, no ha querido cambiar el modelo de fijación de precios, a pesar de las diferencias en las características de funcionamiento de las alternativas introducidas, tanto en disponibilidad y flexibilidad como en intensidad de los costes de capital.
Hemos incrementado nuestra oferta renovable en la generación de electricidad, tanto en instalaciones centralizadas como en las ligadas al consumo. Pero todavía no hemos realizado los cambios necesarios para que la entrada en tromba de nueva potencia tenga una rentabilidad atractiva y estable para que los inversores sigan participando en el proceso de transición que tenemos por delante. La volatilidad de precios y las dudas sobre su proyección futura que tiene el mercado mayorista actual exigen mayores niveles de rentabilidad y, por lo tanto, introduce un coste del kWh generado mayor. Si queremos un sistema eléctrico 100% renovable, tenemos que resolver las disfunciones que ya han venido produciéndose, a pesar de que no hemos alcanzado el 50% de electrificación con renovables.
Para que la transición energética sea un éxito, esta no debe basarse solo en el crecimiento de la oferta renovable, sino en que el sistema eléctrico sea capaz de funcionar teniendo en cuanta la estacionalidad y variabilidad de las fuentes renovables. Es necesario disponer de un mix versátil e integrado, de capacidad de almacenamiento para poder trasladar la energía de períodos de exceso de oferta a otros de déficit y, sobre todo, un crecimiento de la demanda de electricidad que cuente con las señales de precio necesarias, transparentes y claras para ser gestionable y flexible.
Nuestro modelo debe dejar de ser un modelo exclusivo de gestión de la oferta para convertirse en otro de gestión conjunta de la oferta y la demanda. Hasta ahora disponíamos de tecnologías y de fuentes de energía flexibles que eran capaces de seguir cualquier variación de la demanda, pero necesitamos, si mantenemos la apuesta renovable, que sea la demanda la que tenga la capacidad de disminuir o aumentar según la oferta y el precio disponible. Tenemos que potenciar que el papel de los consumidores tenga un valor superior al que tiene ahora, dejando de ser consumidores pasivos, sujetos a contratos de adhesión, para convertirnos en consumidores activos con capacidad de decisión y de intercambio económico bidireccional con el sistema. No es una película de ciencia ficción que un vehículo eléctrico, conectado a la red, pueda estar, de acuerdo con la exigencia programada de uso, comprando o vendiendo electricidad de la red, porque el precio de venta y el no uso programado como vehículo puede ser económicamente rentable. Tampoco lo es que todas nuestras instalaciones de autoconsumo y de generación centralizada tengan almacenamiento y puedan verter la energía a la red cuando sea económicamente más rentable o que nuestros consumos programables se hagan efectivos según la proyección horaria de precios que tenemos del mercado.
Los avances en la gestión del big data, el blockchain o el desarrollo de la inteligencia artificial pueden hacer que el origen de nuestro suministro eléctrico sea más diverso y con procesos temporales de compra y venta más cortos. Esto nos permitirá gestionar nuestra demanda en función de la disponibilidad energética y, por lo tanto, del precio. No obstante, salvo alguna excepción, el sector tradicional está más por la labor de mantener el modelo de funcionamiento actual negando el empoderamiento del consumidor y las capacidades tecnológicas disponibles.
Las señales de precio y de funcionamiento del mercado que la regulación debe marcar para que la demanda eléctrica crezca y para que el almacenamiento sea una realidad integrada, en la oferta y en la demanda, no están disponibles. El tiempo que ya hemos perdido y el que nos demoremos en disponer de una regulación adecuada aumentarán los factores de riesgo en el funcionamiento del sistema, y estos acabarán formando parte de los costes futuros de suministro. Almacenar energía y producir hidrógeno o gases renovables no pueden ser desarrollos, al calor de las ayudas de los diferentes Perte, solo por el lado de la oferta, sin generar en paralelo una demanda real que configure un mercado competitivo y adaptado.
Por estos motivos, en este nuevo periodo legislativo es muy importante desarrollar la regulación necesaria y promover iniciativas para hacer crecer la demanda eléctrica, aumentando su gestionabilidad, adecuando las infraestructuras eléctricas a las necesidades de un modelo basado en la electricidad e introduciendo el almacenamiento en todas sus vertientes, tanto integradas en oferta como en la demanda.
Necesitamos un consenso político amplio que reafirme el trabajo común y dejar al margen la politización de la transición energética. En el fondo, salvo incomprensibles posicionamientos reaccionarios, nadie niega que el futuro va a ser renovable y que en nuestro caso somos un país privilegiado, esta vez sí, tanto en recursos energéticos como en capacidad de agentes para aprovechar nuestro potencial y adaptar nuestra economía.
Fernando Ferrando es presidente de la Fundación Renovables