Volkswagen muestra la debilidad del modelo empresarial alemán
El fabricante se enfrenta a los sindicatos mientras intenta profundizar en un programa de reducción de costes
Una empresa cuyo director financiero dice que solo tiene «uno, quizá dos» años para dar la vuelta a su marca principal debe haber hecho algo mal. Por eso, el discurso que Arno Antlitz, presidente de Volkswagen, dirigió el miércoles a 25.000 trabajadores del fabricante de automóviles sonó casi como una confesión. Se produjo solo unos días después de que el grupo alemán dijera que estaba considerando cerrar plantas en su país de origen, rompiendo un tabú de larga data. También es una crisis del modelo de gobierno corporativo de VW y de Alemania.
No cabe duda de que Volkswagen está en mala forma. Las acciones han bajado cerca de un tercio desde que el actual CEO, Oliver Blume, asumió el cargo en septiembre de 2022, con una rentabilidad total de casi el 30%, en comparación con la rentabilidad positiva de sus principales rivales europeos. Su margen operativo dentro del negocio principal fue de solo el 6,3% en el primer semestre del año, junto al 10% de Stellantis. Según Antlitz, se enfrenta a un déficit de demanda de unos 500.000 vehículos, el equivalente a la producción de dos fábricas.
El grupo se ha visto afectado por una tormenta perfecta producida por los altos precios de la energía, la ralentización del mercado chino, los elevados tipos de interés y la incertidumbre sobre el apetito de los consumidores occidentales por los vehículos eléctricos, ilustrada por la caída del 37% de las matriculaciones de VE el mes pasado en la propia Alemania. Antlitz insinúa ahora el cierre de plantas y despidos de empleados alemanes, que representan el 43% de la plantilla de la empresa. Los sindicatos de Volkswagen, por su parte, señalan que el grupo tardó en invertir en coches eléctricos baratos y que su excesiva dependencia de China iba a ser contraproducente.
Esos mismos sindicatos y representantes de los trabajadores ocupan la mitad de los puestos de su consejo de supervisión, por lo que pueden bloquear cualquier medida de cierre de fábricas. El Estado de Baja Sajonia también tiene una participación con derecho a voto del 20%. El anterior presidente, Herbert Diess, fue despedido en 2022 tras enfrentarse a los sindicatos. Es poco probable que Blume consiga todo lo que quiere.
Otros grupos alemanes, en otros sectores, también se enfrentan a grandes cambios en su lucha contra la dura competencia. El grupo de ingeniería Thyssenkrupp lucha por vender su división siderúrgica y está inmerso en una disputa con la dirección de la unidad sobre su reestructuración. Bayer, el gigante farmacéutico endeudado, planea recortes de plantilla. El grupo químico BASF intenta ahorrar 1.000 millones de euros en su sede de Ludwigshafen. Esto se produce en un contexto en el que la producción industrial ha ido disminuyendo lentamente en Alemania desde 2017, dos años antes de que Covid-19 golpeara.
La tradición alemana de cogestión empresarial, con representantes del trabajo y del capital con los mismos puestos en los consejos de supervisión, ayudó a Alemania a crecer y a sus ciudadanos a beneficiarse durante las décadas de la globalización. Ahora esas tendencias se han invertido. Las empresas del país deben encontrar la manera de adaptarse, evitando al mismo tiempo que un modelo de gobernanza basado en la cooperación y el consenso se convierta en algo enconado. Pero si no se adaptan con la suficiente rapidez, podrían resultar más débiles y menos capaces de competir
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Pierre Lomba Leblanc, es responsabilidad de CincoDías.
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