El segundo trimestre y la “patada a seguir”
Europa se dirige hacia la segunda mitad del año con una base débil y sólo impulsada por el consumo privado
Al llegar los meses de verano y vacaciones, los mercados dividen el año en dos partes iguales. Usando ese recurso, salta a la vista que la primera parte, entre enero y junio, los desajustes entre Estados Unidos y Europa, los avances de la extrema derecha política en Europa y el deterioro de las relaciones geopolíticas han sido factores determinantes. La inflación estadounidense ha resultado ser más rígida de lo esperado y eso ha alterado por completo la guía que utiliza la Reserva Federal, el diagrama de puntos (una especie de profecía autocumplida de la estadística por cuanto que está construida con las opiniones de los distintos miembros que integran la Fed a partir de sus perspectivas sobre la trayectoria de los tipos de interés en ese país). Como resultado de esa resistencia a la bajada de la inflación, los mercados mundiales de bonos han evolucionado de forma desfavorable.
A diferencia de Estados donde las previsiones han pasado de seis recortes en este año a solo uno en el mejor de los casos, el BCE ha recortado los tipos en junio, y los bonos se han visto afectados por la desaparición de las expectativas de cohesión europea tras las elecciones y el aumento de la proporción de escaños de la extrema derecha en el Parlamento Europeo, casi un 25%, tras sus avances en los Estados miembros con más habitantes. La tasa de participación en las elecciones europeas ha sido baja (51%) y muy dispersa: desde el 21% en Croacia, hecho realmente extraño para un país que disfruta de los beneficios de participar en la UE, al 90% de Bélgica, donde el voto es obligatorio; Alemania tuvo una tasa de participación del 65%.
Lo más paradójico es que, con solo unas pocas excepciones como Hungría (59%), los contribuyentes financieros netos a la UE han registrado tasas de participación superiores al 50%, mientras que los países receptores han estado por debajo de esta cifra. Ello hace pensar que los votantes de los países destinatarios netos de los fondos europeos son los menos conscientes de lo que significa estar en la Unión Europea ¿Será por carencia de información, por falta de interés o por oposición al modelo confederal europeo?
En el semestre recién terminado las relaciones internacionales han empeorado. Estados Unidos y Europa han impuesto a China aranceles considerables a la importación de vehículos eléctricos y se esperan medidas de represalia de la potencia asiática. Como consecuencia, los precios de los principales activos considerados refugio seguro, el oro y el dólar, han subido y la renta variable también lo ha hecho (el S&P 500 llegó a cerrar a finales de junio a tan solo un 0,2% de los máximos de todos los tiempos) impulsada sobe todo por los nuevos sectores relacionados con la Guerra Fría: la inteligencia artificial y los chips. China, con 2.264 toneladas en mayo (el nivel más alto de la historia) ha sido demandante de oro en lugar de activos estadounidenses para diversificar sus reservas extranjeras, una tendencia que se ha acelerado después de que Rusia haya visto cómo sus dólares se congelaron en 2022 como medida contra su invasión de Ucrania. Por su parte, el sector privado ha actuado durante el primer semestre del año como siempre hace en tiempos de crisis global: comprando dólares estadounidenses. Sin embargo, ante el riesgo geopolítico, los inversores han optado principalmente por los aspirantes a la IA y otras empresas tecnológicas, mientras han mantenido una visión más sombría de las empresas más dependientes de China.
Ahora, la “segunda parte” del año se presenta poco amistosa en Europa y en Estados Unidos, la confianza del consumidor ha ido cayendo y el consumo personal real –el motor del crecimiento en el primer trimestre– se ha estancado en abril-mayo. Si se toma como referencia el PMI compuesto (Índice de Gerentes de Compras) de junio de la eurozona, Europa se dirige hacia el segundo semestre con una base débil y sólo impulsada por el consumo privado, con dificultades para despegar tanto por el drástico endurecimiento de la política monetaria durante 2022-23, como porque se van a revertir las medidas fiscales para amortiguar el impacto de la pasada crisis energética.
El cambio político también preocupa en Estados Unidos. El intento de asesinato de Donald Trump ha reforzado su imagen entre sus seguidores y ha avivado la especulación sobre un posible regreso a la Casa Blanca y la aplicación del denominado Trump Trade: una menor inmigración, una política fiscal expansiva y más proteccionismo e imposición adicional de tarifas arancelarias a ciertas importaciones. Estos tres asuntos llevarían a un aumento de los costes laborales y finalmente a los consumidores, mayores déficits presupuestarios y previsiblemente más endeudamiento del gobierno, presión alcista sobre los tipos de interés y a un estilo de “diplomacia hostil” y agitación con China. En ese nuevo contexto es posible que cese su apoyo a Ucrania y esta salga derrotada relativamente pronto aumentando el riesgo para la seguridad de Europa.
En España se prevé que la inflación termine en el 3% frente al 2,7% estimado por una subyacente al alza y mayores precios de la energía. Pero los condicionantes principales están en el ritmo de ejecución de los proyectos asociados al programa NGEU, en la capacidad de ahorro de los hogares —que repuntó en 2023— para impulsar el consumo privado en los próximos trimestres, y en el ajuste presupuestario exigido por el nuevo marco europeo de reglas fiscales que empezará a ser efectivo en 2025. Lo que es seguro es que ese ajuste restará dinamismo a la actividad en los próximos dos años. Por ahora, como en el rugby, los gobiernos están en modo “patada a seguir”.
Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín
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