Las universidades de EE UU dan un curso acelerado sobre las partes interesadas
Las protestas sobre Gaza ponen a los centros en un brete financiero
Las universidades de EE UU acaban de vivir violentos enfrentamientos en torno a Gaza. Y el riesgo para sus finanzas no ha hecho más que empezar.
Cuanto más grande es el negocio en que se convierte una universidad, más se parece a una empresa. Están los clientes, que representan una gran parte de los ingresos, en este caso los estudiantes –y sus padres–. Los empleados, incluidos los profesores, ayudan a producir alumnos. Y los donantes ricos e influyentes extienden cheques cada vez más grandes.
Las perturbaciones agresivas ponen en peligro las finanzas, como sabe cualquier CEO objetivo de un inversor activista. Tras la muerte de cuatro alumnos en las protestas contra la guerra de Kent State University en 1970, las matrículas cayeron durante años. A finales de 2023, benefactores como Marc Rowan, que dirige Apollo, amenazaron con dejar de enviar dinero a la Universidad de Pensilvania, por las dudas de su presidente sobre la gestión de las protestas. El personal también está nervioso. El profesor de Derecho de Columbia John Mitts calificó la protesta de “violencia colectiva”.
Las diferencias entre los modelos ayudan a explicar la diversidad de respuestas. Las matrículas suponen menos de un cuarto de los ingresos de Harvard. En Columbia, la mitad. Ambas son lo bastante exclusivas como para que, aunque cayera el número de solicitantes, siguieran teniendo mucho donde elegir. No todas pueden decir lo mismo.
Los centros también tienen largas listas de donantes, pero dependen en gran medida de los más ricos, que ejercen una influencia enorme. Gestionar estas facciones enfrentadas es cada vez más difícil, como lo es para las empresas satisfacer a alguien más que a los inversores: véase Disney o BlackRock.
No es de extrañar que algunos centros adopten el manual corporativo para reprimir la disidencia. La Universidad Brown animó con éxito a los alumnos a desmantelar las tiendas de campaña tras aceptar escuchar sus quejas y valorar la opción de desinvertir en activos relacionados con Israel. Es algo parecido a lo que hacen las compañías cuando se ven asediadas por activistas. Pero la situación es distinta. Las empresas están claramente delineadas con los accionistas, pero las universidades lidian con una misión educativa más confusa. Y les queda mucho por aprender.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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