Cómo de muerto queda el ‘procés’ y cómo de vivo, el constitucionalismo
El soberanismo cede mucho terreno, pero puede imponer sus demandas en la búsqueda de la gobernabilidad
Tan arriesgado es dar por hecho que el procés que ha vivido Cataluña en los últimos 15 años y que ha contaminado la vida política española ha muerto, como dar por resucitado al constitucionalismo, con la vuelta al autonomismo puro que debería acompañarle. El resultado electoral del domingo en Cataluña es tan endemoniado, pese al triunfo claro del Partido de los Socialistas de Cataluña y la derrota del soberanismo, que las vías de escape para la gobernabilidad son tan escasas como complicadas, y si apuestan por una solución catalana, pueden engordar la brecha abierta con el resto del país.
Cuando en un Parlamento hay hasta ocho partidos con representación, intereses tan diametralmente opuestos cuando no excluyentes y ni una sola suma de escaños que despeje todas las especulaciones, las dudas crecen y pueden aparecer bajo las sábanas compañeros de cama de lo más surrealista, y a los que uno nunca soñó con invitar. En las próximas semanas, que no dejarán de estar vigiladas por una nueva campaña electoral nacional, las promesas electorales defendidas con vehemencia durante la campaña catalana saltarán por los aires, porque no habrá más interés por parte de las escasas opciones que hay de gobernar que eso: gobernar.
Vayamos por partes. ¿Ha muerto el procés y el soberanismo que lo abandera? No. Ha recibido un serio toque de atención; ha encontrado en el electorado una saturación lógica a la que han contribuido las divergencias entre los partidos independentistas, el apaciguamiento practicado por el Gobierno desde Madrid y la mella y la erosión que en la economía y el bienestar de los catalanes ha hecho la aventura de los tres últimos lustros, y que se refleja no tanto en la atracción de voto hacia posiciones constitucionalistas como en la pasividad del votante indepe, explicitado en una de las más bajas participaciones de cuantas se han registrado en las autonómicas catalanas, pero especialmente intensas en las circunscripciones más soberanistas. Pese a todo, el soberanismo tiene ya cubierto todo el arco ideológico catalán desde las elecciones del domingo: derecha (Junts), izquierda (ERC), extrema izquierda (CUP) y ahora extrema derecha (Alianza Catalana).
Que nadie dé, por tanto, por muerto, ni siquiera hibernado, al soberanismo. La derecha nacionalista, liderada por el todavía fugitivo de la justicia Carles Puigdemont, ha reforzado su posición con un libreto radical, y ha enseñado el camino de vuelta a la izquierda nacionalista, que se ha derrumbado por abandonar precisamente los planteamientos más entusiastas del procés, a pesar de haberlos revitalizado en campaña, y que ha pagado caro tanto su alianza explícita con el Gobierno de la nación en Madrid como limitar su política a una gestión de los asuntos mundanos negligente, al menos a los ojos de los representados.
De hecho, los independentistas, ahora liderados de manera cuasiúnica por Puigdemont, tienen en la práctica las mismas probabilidades de alcanzar la Generalitat que los socialistas, o incluso de forzar una repetición electoral en la que arrastrarían a Esquerra Republicana de Cataluña a sus posiciones bajo una lista unitaria. Esa es una de las pretensiones de Puigdemont tras perder el soberanismo la mayoría de la que ha gozado durante tres lustros, aunque la decisión deberá tomarla ERC, que tendrá que pasar un exigente examen de autocrítica para encontrar respuesta a su hundimiento.
Pero en el caso de que en tal examen y contienda venza la parte “esquerra” sobre la “republicana de Catalunya”, y se deje arrastrar hacia un pacto tripartito liderado por Salvador Illa y el PSC, tratará de usar tal operación para reclamar e imponer sus reivindicaciones soberanistas, que han adornado su campaña y que supondrían, de ser aceptadas, un triunfo en la práctica del soberanismo: una fecha para un referéndum de independencia, supónese que pactado, pese a las dificultades para encajar tal cosa en España, y un modelo de financiación singular para Cataluña, una especie de concierto catalán a la vasca. Lógicamente, tal opción, nada descartable en España con la nueva y heterodoxa política de Sánchez, dependerá, en todo caso, del PSOE y del PSC, que aunque comparten grupo parlamentario en Madrid, son partidos distintos.
¿Ha resucitado el constitucionalismo? Sí, pero, de momento, solo entre los electores. Haciendo abstracción de los Comunes, que cambian de color cada poco, PSC más Partido Popular más Vox, 68 escaños, una mayoría tan absoluta como la de un supuesto tripartido. Pero una cosa son los electores, y otra, los diputados del Parlament. Esta opción está cegada desde el origen por el altísimo voltaje de la confrontación ideológica a nivel nacional, a la que han contribuido todos los partidos, pero de manera inhabilitante quien como el presidente del Gobierno ha dicho levantar un muro contra buena parte de los demócratas.
Tal opción, por tanto, no es posible, y el PSC ofrecerá un tripartito de izquierdas (PSC más ERC más Comunes, 68 escaños) como el que en los estertores del autonomismo catalán presidió Pascal Maragall. La llave de esa puerta la tiene ERC, y dependerá del resultado de su terapia interna tras el batacazo, con el riesgo de revitalizar en la operación las herramientas del soberanismo defendidas por el partido republicano. La última palabra la tendrá el PSC, que ha mantenido una posición más ambigua de lo que parece sobre estos asuntos.
Conviene recordar que sobre financiación, el tripartito original, el que lideraba Maragall, activó algo parecido a lo que ahora piden Aragonès y Junqueras, así como una nueva redacción del Estatut que está en el origen del convulso procés ulterior. Insisto: el PSOE y el PSC son dos partidos diferentes, aunque Sánchez ha terminado imponiendo sus tesis en su apaciguamiento del soberanismo. En todo caso, las palancas utilizadas para atemperar al nacionalismo, sobre las que se podrá discutir si son o no constitucionales, y si serán o no útiles, están agotadas, y como el soberanismo es insaciable, deberán ser suplidas por otras cada vez más rayanas en lo imposible.
Pero, en este sudoku en el que las elecciones del domingo han convertido la política catalana, no puede descartarse un pacto socioconvergente, con mayoría muy holgada (77 escaños), aunque con dos riesgos: primero, que Puigdemont exigiría presidir la Generalitat, y, segundo, en su defecto, imponer la parte mollar del programa independentista. En todo caso, que nadie se olvide de que tan complicada como la gobernabilidad de Cataluña es desde ahora la de España, muy condicionada tanto por el rédito electoral que Sánchez obtuvo en Cataluña en julio de 2023 como por el apoyo de varios tenaces partidos independentistas, ahora en revisión.
José Antonio Vega es periodista
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