La coyuntura, como un cuadro abstracto
El año se está enderezando, de momento mejor de lo previsto, con España rondando un crecimiento del 2%, pero el cambio climático constituye una emergencia mundial
Como pinceladas de un cuadro abstracto, se acumulan en este trimestre datos económicos cargados de colorido propio, pero sin que definan, de momento, una imagen reconocible de la situación, excepto, de nuevo, que los catastrofistas siguen equivocándose y que muchas cosas ofrecen dos visiones, el famoso “por un lado” y “por el otro” que tanto irritaba al presidente Reagan.
Mirando los indicadores de enero y febrero del sector industrial europeo con cierto optimismo, podemos señalar dos cosas: consigue mantenerse estable, aunque dentro de la gravedad (sobre todo, alemana) y España es el que va en cabeza de la mejoría, volviendo a crecer gracias a las exportaciones. Pensar de ello que la recesión industrial europea está llegando a su fin responde, todavía, más al deseo que a la realidad. Las nuevas incertidumbres llegadas desde el Mar Rojo complican las expectativas.
En el conjunto de la eurozona, la inflación baja hasta situarse en febrero en el 2,6%, con España tres décimas arriba, pero por debajo del fatídico 3%. La lectura positiva es que ello se debe al descenso en los productos energéticos y electricidad; la negativa, que también ayuda el enfriamiento de la economía europea. En España, la caída del precio de la luz en el mercado mayorista es tan acusada que compensará la anunciada subida del IVA al 21%.
Sorprende la existencia de inversores que parecen haberse enterado ahora de que el precio marginal de las energías renovables es cercano a cero en muchos momentos del día, sobre todo, a falta de un almacenamiento adecuado y de una exportación suficiente, aunque llevamos dos años con un saldo exterior positivo, es decir, los otros se han beneficiado también del tope al gas español. Cuanto mayor sea el aporte de renovables a la red eléctrica tras la necesaria ampliación de la misma, menor será el precio pagado por ella en el pool, lo que, al parecer, no siempre se ha tenido en cuenta al planificar algunas inversiones. El despliegue completo de la reforma europea del mercado eléctrico ayudará a estabilizar los precios (y las rentabilidades) en niveles razonables vía los contratos a medio plazo, incentivando las energías renovables, así como la nueva nuclear, como respaldo seguro del sistema por su precio, porque no emite CO2 y porque nos libera de la importación de gas ruso, por ejemplo, que nos hemos visto obligados a incrementar en pleno conflicto de Ucrania.
Aunque España necesita una revisión profunda de su errática política eléctrica, el alivio en los precios europeos y el enfriamiento de la economía son dos llamadas de atención hacia el BCE, para que no demore más las bajadas de tipos de interés, anticipando a abril las previstas para el segundo semestre. No es hora de halcones dogmáticos, sino de pragmáticos inteligentes.
El mercado laboral está respondiendo, con cifras de ocupación mejor de lo previsto, en Europa y, por primera vez, también en España, con nuevo récord de afiliación en febrero. Pero si apartamos la bruma partitocrática, no es oro todo lo que reluce: los salarios han perdido poder adquisitivo en favor de los márgenes empresariales, la nueva precariedad se manifiesta no tanto por la estabilidad formal del contrato (la caída de la temporalidad hasta el 12,7% la sitúa en mínimos históricos), sino por las menguantes horas contratadas y pagadas. Y, sobre todo, porque mantenemos un diferencial estructural de tasa de paro que nos sigue situando a la vergonzosa cabeza de Europa en la materia.
También lo hace la tasa de pobreza, a pesar de la puesta en aplicación del Ingreso Mínimo Vital hace dos años y del que hemos tenido cumplida información oficial recientemente, de la que se extrae, por ejemplo, que el retrato robot del beneficiario del IMV es mujer, española, de 45 años y percibe 500 euros al mes. A pesar de ser una buena iniciativa, con una desastrosa aplicación inicial, podemos asegurar ya que el IMV no ha conseguido frenar la pobreza en España. Baste un dato: lo reciben 560.000 hogares, que es la mitad del número que la Encuesta de Condiciones de Vida considera que están en pobreza extrema.
Para los negacionistas de la lucha contra el cambio climático, que están haciéndose más visibles tras las protestas agrarias, se acaba de publicar un informe de un prestigioso centro de investigación internacional, Swiss Ree Institute, que calcula, en línea con otros anteriores, el coste de no hacer nada y ver como la temperatura del Planeta sube por encima de los 2,5ªC: el mundo podría perder entre un 7% y un 10% del PIB para mediados de siglo como consecuencia de fenómenos meteorológicos extremos asociados a dicho calentamiento. Y señala que, para evitarlo, hay que cumplir los compromisos de reducción de emisiones, lo que exige superar el actual déficit de inversión global estimado en más de 270.000 millones de dólares. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, las emisiones han subido en 2023, a pesar del amplio despegue de renovables, muy centrado en las economías avanzadas que, por otro lado, están fallando en las transferencias de capital a que se comprometieron con el mundo en desarrollo que, además con la sequía, sigue consumiendo carbón y petróleo como fuentes de energía. Por su parte, China, con el 35% de las emisiones totales e India, navegan en esta lucha por su cuenta.
De ese cuadro abstracto, lleno de datos concretos, podemos extraer, además de la obviedad de que la realidad es muy compleja, dos ideas: que el año se está enderezando, de momento, mejor de las previsiones iniciales, con España rondando un crecimiento del 2%, un IPC por debajo del 3% y un mercado laboral robusto empujado, de nuevo, por el sector servicios, lo que permitirá cumplir, sin agobios, con las renovadas exigencias europeas sobre estabilidad presupuestaria. Y que la lucha contra el cambio climático es una emergencia mundial que estamos perdiendo, y donde España necesita una revisión profunda de la misma, desde el acuerdo y con urgencia.
Jordi Sevilla es economista
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