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El Foco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El campo, amigo público número uno de Europa

Ya es hora de poner el sector donde le corresponde por su peso económico y apoyar su intensa y apasionante revolución tecnológica

Olivo
PACO PUENTES

Hace unos días oía en la radio, en una cadena importante en hora de máxima audiencia, que “ya es hora de que hablemos de la nula viabilidad del sector agrario y ganadero español”. Esa misma semana se celebraba el Congreso Ibérico de Fincas Rústicas (CIFIR), donde se congregaron bancos, fondos de inversión, family offices, entidades financieras, grandes propietarios, inversores, empresas agroalimentarias… y donde se respiraba exactamente lo contrario. Las inversiones en suelo rústico y empresas agroalimentarias supera ampliamente la media del Ibex 35 en los últimos diez años.

En lo que coincido con el tertuliano es en que ya es hora. Ya es hora de tratar al sector agroalimentario como lo que es: la rama industrial más importante de nuestra economía, por encima de las tantas veces mencionadas automoción o farma. El valor añadido bruto del sector agroalimentario supera los 100.000 millones de euros, con una contribución al PIB cercana al 10% –solo superada por el turismo, pero mucho más resistente a contracciones globales de la economía como la que vivimos en la pandemia–. Genera 2,7 millones de puestos de trabajo –más del 10% del total–. En un país con una balanza de comercio exterior deficitaria en 40.000 millones de euros, aporta una balanza positiva de más de 10.000 millones. Los que invirtieron en suelo rústico en lugar de urbano hace 15 años disfrutan de un 10% más de plusvalía.

Es curioso cómo a la producción agrícola le sucede lo contrario que a otros sectores. Mientras que a todos nos resulta natural que una fábrica de automóviles crezca, genere economías de escala, se tecnifique, se profesionalice… parece que esa idea no es igual de seductora cuando se trata de producir leche, carne, legumbres o cereales. El campo no solo existe para visitarlo los fines de semana y las explotaciones agrarias no son una simple atracción turística. Forman parte de un pilar de nuestra economía y bienestar.

La sostenibilidad tiene tres dimensiones: económica, social y ambiental. La contribución a la primera ya la hemos tratado ampliamente. Respecto a la segunda, el sector agrícola y ganadero sostiene un tejido social esencial que ocupa el 80% de la superficie el país. La producción agropecuaria sustenta formas de vida fundamentales para nuestra sociedad que, además, cuidan y mantienen los campos, los pueblos y los montes. Con frecuencia se habla de retener a la población rural, que no se vayan... Creo que se puede ser más ambicioso. El campo está viviendo una transformación tecnológica apasionante y puede ser un foco de atracción de talento de las ciudades. Pero para eso es importante transmitir una imagen fiel de sector, alejada de los estereotipos anacrónicos en los que se ha instalado.

Sobre la tercera dimensión de la sostenibilidad, estamos ante uno de los sectores que más esfuerzos está haciendo para producir el impacto ambiental. Se han invertido miles de millones de euros en transformar los sistemas de riego –en los últimos 20 años el peso de los sistemas de riego inteligentes, localizados o de precisión se ha duplicado–. En el mismo periodo se ha triplicado la superficie de siembra directa, que mejora la conservación de suelos y reduce las emisiones. Son solo algunos ejemplos de los esfuerzos que hace la industria agroalimentaria para reducir el impacto en el entorno. En este balance de impacto no se puede obviar el mantenimiento de montes, pastos, cañadas y veredas, pueblos históricos... Todo eso es posible porque se sostiene sobre una base económica y social basada en la producción agrícola y ganadera.

Lo que ha sacado a los tractores a la calle es precisamente la falta de equilibrio. Las medidas de sostenibilidad ambiental son esenciales, siempre estaremos a favor, pero tienen que venir acompasadas de tal forma que no hagan inviable la sostenibilidad económica y, por tanto, la social. No basta con eliminar materias activas o diezmar dosificaciones. Hay que asegurar alternativas que mantengan la viabilidad de las explotaciones. De lo contrario, se desmorona todo el sistema.

Estamos viviendo un reajuste de los equilibrios en Europa que es anterior a las revueltas. La seguridad y la soberanía alimentaria han pasado a un primer nivel de preocupación desde la guerra en Ucrania. En 2014 cambió la curva de reducción de malnutrición en el mundo y ya nadie aspira a conseguir el ODS de hambre cero en 2030. En marzo del año pasado, el sector agrícola cambió un gobierno en Países Bajos. En noviembre, el Parlamento tumbó la propuesta de la comisión de reducción del 50% de fitosanitarios a 2030… Algo claramente está cambiando y nos enfrentamos a unas elecciones en junio del que saldrá un parlamento con un mandato claro de ajustar las políticas buscando el equilibrio entre la sostenibilidad ambiental y económica… y con el objetivo de mantener a Europa competitiva y soberana en la producción de alimentos.

Ante este panorama nos preguntamos: ¿es posible? ¿Son objetivos irreconciliables? ¿Es posible alinear la seguridad alimentaria, la sostenibilidad ambiental, la económica y la social? Estoy convencido de que sí que lo es. Y la respuesta está en la tecnificación y la profesionalización. Ya hay equipos en el mercado capaces de distinguir una mala hierba del cultivo y aplicar el tratamiento a nivel de planta. La reducción es del 60% del fitosanitario. Más que el objetivo que nos habíamos marcado para 2030. También se ha avanzado en sistemas similares de aplicación de nitrógeno con alta precisión durante la siembra con reducciones equivalentes. Además, se sigue invirtiendo en infraestructura hidrológica. La desalación es, cada vez más, una alternativa viable en el litoral. Y también la recuperación de aguas de depuración en el interior. Hay que seguir invirtiendo en captación de agua y en tecnología hidráulica.

En definitiva, afortunadamente hay un universo de inversión, tecnificación y profesionalización que nos permite ser optimistas. A nivel europeo, y especialmente en España. Somos una potencia agroalimentaria en el mundo. A la cabeza en la producción de cultivos de alto valor. Con un clima privilegiado y con muchísimo potencial. Como decía el tertuliano de la radio, ya es hora. Ya es hora de poner al sector agroalimentario en el lugar que le corresponde. De seguir apoyándolo, de dotarlo de la infraestructura y de las medidas de apoyo a la inversión necesarias para que siga siendo un pilar de nuestra economía y de nuestro bienestar… y un lugar privilegiado en el que las nuevas generaciones desplieguen su talento.

Eduardo Martínez de Ubago es director de Negocio de John Deere Ibérica

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