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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lecciones de la Revolución Industrial original

No había planes gubernamentales para crecer: los grandes proyectos eran básicamente privados

Se habla mucho de que la automatización desencadenará una Cuarta Revolución Industrial, después de las conmociones causadas por la llegada de la energía de vapor, la electricidad y los semiconductores. Sin embargo, en Gran Bretaña, que dio origen a la primera de esas transformaciones, el crecimiento económico se ha estancado. Si las autoridades desean escapar de la trampa de la baja productividad, deberían estudiar las condiciones que desencadenaron el primer periodo de crecimiento económico sostenido hace unos 300 años. Martin Hutchinson, excolumnista de Breakingviews, las describe brillantemente en su libro Forging Modernity: Why and How Britain Developed the Industrial Revolution (La forja de la modernidad: por qué y cómo desarrolló Gran Bretaña la Revolución Industrial).

Quizá lo más sorprendente de este relato sea lo que le falta. Para empezar, no había planes gubernamentales para impulsar el crecimiento. Los grandes proyectos de infraestructuras, como carreteras de peaje, puentes, canales y más tarde ferrocarriles, se financiaron casi exclusivamente con fondos privados. La Bolsa jugó un papel secundario: durante más de un siglo, tras la Ley de burbujas de 1720, fue ilegal crear una sociedad anónima sin consentimiento parlamentario. Ni que decir tiene que los empresarios del XVIII no estudiaban en escuelas de negocios. Tampoco los grandes inventores estudiaron ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas en la universidad. De hecho, varios pioneros de la Revolución Industrial eran autodidactas.

Hay muchas razones por las que el crecimiento económico despegó en Inglaterra. Para empezar, el país gozaba de un Gobierno limitado y del imperio de la ley, que mantenían bajo control la corrupción pública y la búsqueda de rentas. Tras la ejecución de Carlos I, los monarcas dejaron de conceder monopolios a sus favoritos. La aristocracia británica tenía mentalidad comercial: Charles Turnip Townshend mejoró el rendimiento de los cultivos, mientras el duque de Bridgewater financió el primer canal comercialmente exitoso. La Royal Society, creada en 1660, fomentó el espíritu de investigación científica. Es a partir de esta fecha cuando Hutchinson identifica un nuevo espíritu innovador y emprendedor en todo el país.

La Revolución Industrial puede considerarse la primera transición energética con éxito del mundo. A principios del XVII, Inglaterra se estaba quedando sin suministros domésticos de madera y la demanda de carbón iba en aumento. Los canales, construidos para transportar carbón, redujeron enormemente los costes energéticos en los nuevos centros manufactureros de Mánchester y Birmingham. También generaron enormes beneficios para sus primeros financieros, como Bridgewater.

La primera generación de máquinas de vapor se construyó para bombear el agua de las minas de carbón. Y las primeras locomotoras de tren se usaron para transportar carbón desde las minas. Como escribe Hutchinson, “los artífices de la Revolución Industrial tomaron un problema ambiental/de recursos –la creciente escasez de madera– y lo resolvieron mediante la innovación tecnológica y, al hacerlo, aumentaron la productividad de la industria”.

Hubo beneficios secundarios. Josiah Wedgwood instaló su fábrica de porcelana junto al canal de Trent y Mersey, para que sus frágiles productos pudieran llegar al mercado de forma segura y barata. A medida que las máquinas de vapor mejoraban, encontraban nuevos usos. Por ejemplo, para accionar las bombas de la fábrica de cerveza de Samuel Whitbread y proporcionar energía a las fábricas textiles de Richard Arkwright.

Todos estos avances fueron imprevistos y no planificados, como describió Adam Smith en La riqueza de las naciones, publicada en 1776. Los grandes estadistas de la época, incluidos los primeros ministros William Pitt el Joven y Lord Liverpool, comprendieron que su trabajo consistía en no interponerse en el camino de lo que Smith llamaba la “mano invisible”.

Sin embargo, no era una época de libre comercio sin trabas. Las Leyes del maíz impedían la importación de grano extranjero, lo cual protegía la agricultura nacional y elevaba el coste de la mano de obra. Hutchinson sostiene que los altos salarios fomentaron la inversión de capital, impulsando aún más la productividad. Otras leyes impedían la importación de algodón impreso, penalizando a los fabricantes indios. Los aranceles sobre el azúcar, producido por los esclavos de las Indias Occidentales, aportaron una parte considerable de los ingresos del Gobierno a principios del XIX.

La tarea de financiar la Revolución Industrial recayó en bancos diseminados por todo el país, unos 800 en total. Estos “bancos rurales”, propiedad de sus socios, reunían capital para nuevas empresas, financiaban los créditos y pagaban los salarios de los trabajadores con sus billetes. Hutchinson calcula que la mayoría de los empresarios vivían a menos de un día de viaje de media docena de instituciones de este tipo. Si una idea podía funcionar”, escribe, “y podía iniciarse a escala modesta, podía financiarse. El localismo y el pluralismo del sistema de bancos rurales de Inglaterra lo convirtieron en uno de los principales contribuyentes a la Revolución Industrial”.

La principal contribución financiera del Gobierno consistió en proporcionar dinero sólido, respaldado por oro, y pagar puntualmente los intereses devengados por sus propias deudas. Unos tipos de interés reales relativamente altos garantizaban que el capital se invirtiera cuidadosamente. El ahorro en la Inglaterra del XVIII era seguro y estaba bien remunerado.

Las condiciones en la Gran Bretaña del XXI difícilmente podrían ser más diferentes. El imperio de la ley y la aplicación del método científico siguen vigentes. Pero muchas otras cosas han cambiado. Los bancos del país fueron engullidos hace tiempo por un cártel bancario que tiene poco interés en financiar a los emprendedores. Los derechos de propiedad están más restringidos por la regulación que en tiempos de Adam Smith. Los impuestos y la inflación erosionan el ahorro. En los últimos años, los tipos han sido más bajos que nunca. Hutchinson cree que el dinero fácil envía señales incorrectas tanto a prestatarios como a prestamistas, perjudicando la productividad.

Mientras, vuelve la planificación centralizada. Los planes del Gobierno para desligar la economía de la energía de hidrocarburos conllevan una maraña de objetivos, reglamentos y subvenciones. Hutchinson señala que una de las razones por las que Países Bajos no logró liderar la industrialización fue que una gran base instalada de molinos de viento ralentizó la adopción de la tecnología de la máquina de vapor.

Estamos tan acostumbrados al crecimiento económico provocado por la Revolución Industrial que tendemos a considerar la expansión como algo prácticamente inevitable. A finales del XVIII, el crecimiento de la productividad británica rondaba el 1,5% anual. Pero desde la crisis de 2008, ha caído a un tercio de eso. De hecho, Hutchinson prevé que el crecimiento de la productividad británica pase a ser negativo en los próximos años. Si eso ocurriera, las finanzas públicas se verían sometidas a tensiones y los inversores internacionales rehuirían el país.

No todo está perdido. Las autoridades que pretendan invertir el declive económico relativo deberían empezar por tener en cuenta las palabras del economista y comerciante inglés del XVII Dudley North: “Podemos esforzarnos por evitar que el cuco se vaya [para que el verano dure más], pero será en vano; porque ningún pueblo se ha enriquecido jamás a base de políticas, sino que es la paz, la industria y la libertad lo que trae el comercio y la riqueza, y no otra cosa”.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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