Sin noticias de la industria en la metamorfosis del modelo productivo
La producción manufacturera entra en barrena por las intensas subidas de costes y pierde empleo como en toda Europa, mientras la demanda estimula al avance de los servicios
Solo hay dos herramientas que cambien los modelos productivos de los países: las políticas decididas de los gobiernos con cambios normativos profundos acompañados de una avalancha de inversión estimulada con generosos incentivos, y la destrucción creativa de unas crisis económicas tan profundas como las que jalonan este siglo de economía globalizada y revolución tecnológica. La diferencia en los resultados es que en el primer caso pueden acercarse a los deseados y en la segunda será el mercado y las tendencias de la demanda la que dictamine el saldo transformador.
España lleva desde el Plan de Estabilización de 1959 intentando conducir el modelo de crecimiento de su economía. Salir de la empobrecedora autarquía hacia una economía industrial emergente en los sesenta; superar la crisis industrial y ensanchar una economía de servicios internacionalizada en los setenta y ochenta; disciplinar el crecimiento y las finanzas públicas con el euro; recuperar protagonismo manufacturero tras el desengaño inmobiliario y la crisis de deuda para hacer una economía resiliente a las embestidas cíclicas; …
Tres largos lustros lleva el país manoseando la copla del cambio de modelo productivo, y con vehemencia creciente andando los años, y ni con recursos propios ni con los dineros de la Unión Europea de última generación se aprecia un giro radical de la economía hacia la industria, a menos que la plena ejecución de los fondos Next Generation escondan al final del proceso un mundo nuevo. De hecho, pese a ser el país más adelantado en la aprobación de proyectos y el segundo de Europa en recursos proyectados, los planes no acaban de despegar por problemas serios de ejecución que nadie explica. Pero sobre eso tendremos otra conversación.
Lo cierto es que tras la conjura de los poderes públicos para reindustrializar el país tras la catástrofe inmobiliaria de 2008-2009, acentuada tras la peste de 2020 que cercenó la economía española como a ninguna otra en Europa, los resultados son peores que pobres. La industria en general y las manufacturas en particular generan menos producción y tienen ahora menos empleo que antes del Covid, mientras que tanto valor añadido como ocupación han avanzado en unos servicios que ya copaban en aquella fecha la parte del león de la producción nacional.
En concreto, tomando un índice cien en 2015, el valor añadido de los servicios alcanzó mediado 2019 111,45 puntos, y pese a la intensa crisis de 2020, ha ya superado tal cota. La industria, por su parte, en 2019 había llegado a 111,92, con mejor desempeño incluso que los servicios, pero ahora escasamente supera el nivel de 105 del índice. Llama la atención que la construcción, la auténtica oveja negra en la literatura económica de los reformistas, supera en ocho puntos el nivel de 2019.
Lo alarmante es que la tendencia de los últimos meses y la estimada para los próximos ahonda en la recesión. Todos los indicadores lo constatan: el de clima industrial acumula catorce meses en negativo, la facturación manufacturera encadena tres meses con tasas negativas muy intensas, la inversión en bienes de equipo desciende por tercer trimestre, la cartera de pedidos contabiliza un año de descensos con intensidad creciente, y las empresas industriales han perdido 64.500 empleos en lo que va de año. Y el valor añadido industrial sigue con un déficit de más del 3% respecto al generado en 2019, antes de la pandemia.
El indicador PMI que mide el pulso de la actividad en todo el mundo sitúa el índice manufacturero español en 46,5 puntos, y acumula cinco meses en zona recesiva (por debajo de 50 puntos). Pese a ello, tiene una pinta menos mala que la reflejada para la Unión Europea, que está en 43,5 puntos y lleva cayendo y por debajo de 50 desde julio de 2022. Lógicamente, en una actividad tan globalizada como esta, España no es una isla: toda Europa, Estados Unidos e incluso China están encajando golpes similares en la industria, aunque con intensidades bien diferentes. En Europa los ajustes más severos se concentran en Alemania, Italia, Franca y Reino Unido.
Un atinado estudio de CaixaBank Research cita algunas de las causas de este parón generalizado, coincidente con la reflexión empresarial, y alerta de que no será fácil de superar en unos cuantos trimestres. Además de la fuerte acumulación de inventarios en los primeros meses de recomposición de las cadenas de suministro industrial tras el Covid, que han forzado a ralentizar la producción, las vertiginosas subidas de los costes de materias primas, energía y factor trabajo han reducido los márgenes, dado que no han podido llevar íntegramente las alzas a precios finales.
Pese a que estos subieron con fuerza en 2022, el margen bruto de las manufacturas descendió hasta la tasa más baja desde 2010, un 8%, presionado por al alza de los bienes intermedios (alza del 28% desde la pandemia), la energía (se duplicó), y los bienes de equipo (subida del 9%). Dado que con el margen bruto deben atender personal y coste financiero, la remuneración del capital desapareció en muchas actividades.
Pero en los últimos meses presiona con firmeza sobre la demanda de productos industriales el elevado coste de la financiación, imprescindible en la compra de bienes de uso duradero, como equipamiento del hogar o automóviles, sin olvidar ni despreciar el alto en el camino de las exportaciones a China, que avanzan ahora a un ritmo de una quinta parte de la pasada década.
En definitiva, que la industria sigue cediendo terreno, y que de nada sirve consolarse con el mal de muchos. España ha jibarizado su aportación industrial demasiado como para seguir haciéndolo. La actividad se desplaza sin freno a los servicios, que absorben mucho empleo, pero de muy poca productividad, mientras que la industria cede en su participación en la ocupación hasta el 10,8% de los puestos equivalentes a tiempo completo detectados por la Contabilidad Nacional; en 2019 suponía cerca del 12%, con las remuneraciones más elevadas del país, las más precisas para generar consumo elevado, impuestos y cotizaciones con los que sustentar el estado de bienestar.
Volvemos al principio: los gobiernos no han sido capaces de hacer virar el modelo productivo hacia algo más sólido y resiliente, más allá de la penetración de la digitalización en muy contadas actividades con exigencia de alta cualificación tecnológica en el factor trabajo; pero la crisis y las tendencias de la demanda si han conducido al modelo por el cuestionable marchamo que ya tenía.
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