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El Foco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Estudiar letras en tiempos de la inteligencia artificial

Los estudios en Humanidades no tienen fecha de caducidad: el valor añadido de la mano humana no puede ser reemplazado por los avances tecnológicos

Inteligencia artificial
ANGEL SANTANA (Getty Images)

¿Dónde hay trabajo? Allí donde el trabajador puede aportar un valor añadido. La respuesta, aparentemente clara y directa, se complica en un momento de incertidumbre en el que el mercado laboral va a experimentar la que dicen será la mayor revolución desde la industrial: la llegada de la inteligencia artificial al entorno profesional. De hecho, los jóvenes que estos días se han enfrentado a la selectividad y que, en unas semanas, tras recibir sus notas, tendrán que sortear el complicado trance de elegir carrera, lo harán prácticamente a ciegas, porque lo que hoy es empleo garantizado y salario suficiente, mañana puede ser el trabajo que desarrolle una inteligencia artificial mejorada y entrenada específicamente para determinada función. Y hoy nos preguntamos si, con este panorama, merece la pena seguir apostando por estudios de letras y de humanidades.

Vamos por partes. Curiosamente, ahora que no tenemos ni idea de qué va a pasar de aquí a cinco años, inmersos en un caldo de cultivo en el que todo lo digital suena sofisticado y todo lo STEM parece asegurar el éxito, empieza a deslumbrar un ámbito que había sido olvidado: el de las Humanidades, las Letras, el Pensamiento. En estos caóticos últimos meses en los que cada mañana nos despertamos con una nueva y sorprendente habilidad del enésimo sistema de Inteligencia Actividad disponible, también hemos comenzado a vislumbrar un horizonte nada halagüeño en el que los temores más distópicos de la máquina que domina a la persona dibujan escenarios que han llegado a ser tachados de riesgo de extinción de la humanidad.

Y la alarma no parte de los apocalípticos salidos de la caverna que desconocen por completo los entresijos de las tecnologías más modernas. Muy al contrario, quienes han tocado a rebato son los creadores de estos modernos sistemas capaces de aprender por sí mismos y de ofrecer respuestas casi humanas sin que haya un alma detrás. Eso es realmente preocupante, porque esos mismos creadores podían haber advertido del riesgo antes de levantar la tapa de la caja de pandora, y no ahora que resulta mucho más difícil volver a encerrar los vientos que amenazan con tempestad. Sea como fuere, la borrasca que se avecina es real y conviene ir abriendo el paraguas porque hay un 100% de probabilidad de lluvia intensa.

Y solo hay una solución a este problema: que las Humanidades salgan al rescate para pasar por el tamiz de la ética los avances tecnológicos. No se trata de devolver a la humanidad a la época de las cuevas, ni anular los entornos digitales por miedo a que la criatura acabe con el doctor Frankenstein, sino de embridar adecuadamente los sistemas que tanto nos van a ayudar para que estén al servicio de las personas y sean capaces de hacer del mundo un lugar mejor.

Ramas como las humanidades, la ética, la antropología, la sociología o la historia, cobran vital importancia porque solo las empresas que se hagan las grandes preguntas obtendrán las respuestas adecuadas, y porque de lo contrario asistiremos a un escenario cada vez más complejo que se parecerá a aquella amenaza permanente de destrucción total de los años de Guerra Fría con sus candentes botones rojos a un lado y al otro del telón de acero.

En un entorno en el que la inteligencia artificial será capaz de solventar numerosos problemas con solo recurrir al barrido de miles de piezas de información ya existentes, el verdadero valor añadido lo aportarán aquellas profesiones en las que se vaya un punto más allá, las que sean capaces de contextualizar los negocios, preguntarse el por qué, el para qué, el para quién y el escenario siguiente, tal como hace el buen jugador de ajedrez. En el entorno digital no hay correcto e incorrecto, sino más o menos visto, más o menos compartido, más o menos valorado. No hay juicio de valor, porque el único juicio es el estadístico, el de la “dictadura del like”, que se parece mucho al del comodín del público de los concursos culturales.

Pero usted ha venido a leer este artículo para saber si hay juego para las humanidades, si en este punto altamente tecnificado, las “letras” van a sobrevivir, si los historiadores del arte ya no tendrán nada que decir porque toda la información será sistematizada por una forma de inteligencia artificial que dará respuesta en segundos, si no serán necesarios los periodistas porque un programa será capaz de escribir la crónica a partir de la documentación oficial, si los creativos publicitarios perderán sus puestos de trabajo ahora que se puede vestir al Papa de Balenciaga en milésimas de segundo y con solo un clic.

Lo cierto es que será precisamente en esos ámbitos en los que se pueda generar valor añadido y, por tanto, habrá trabajo. Porque la Inteligencia Artificial puede resumir lo que ya se ha contado, pero no descubrir qué ha ocurrido en el sigilo de los despachos del Congreso, ni analizar las consecuencias de una determinada situación a la luz de escenas similares en la Historia. La Inteligencia Artificial puede mejorar los algoritmos de las redes sociales, pero no pedirles que limiten aquello que provoca adicción. Las Humanidades se ocupan de lo que a la humanidad importa. Y la humanidad nunca ha estado más necesitada de criterio que en estos momentos. Hay partido, mucho partido, para este ámbito del conocimiento.

María Solano Altaba es Decana de la Facultad de Humanidades y CC. de la Comunicación

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