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El Foco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

China, en el centro del G7

La estrategia europea de reducción de riesgos, y no el desacople ni un enfoque para dañar el país, será la política común del grupo

Los líderes del G7 durante un almuerzo de trabajo celebrado en Hiroshima, Japón.
Los líderes del G7 durante un almuerzo de trabajo celebrado en Hiroshima, Japón.MINISTRY OF FOREIGN AFFAIRS OF J (via REUTERS)

Sin que la referencia a China haya sido explícita, la cumbre del G7 de 2023 quedará marcada por las múltiples referencias al desafío que representa el gigante asiático respecto a las dos grandes cuestiones que han protagonizado la agenda estratégica de los siete países más industrializados del mundo, la seguridad económica y el fomento de un Indo-Pacífico libre y abierto.

En relación con la seguridad económica, remodelar la cadena mundial de suministro de chips viene siendo el principal objetivo de Estados Unidos y sus aliados para reducir la dependencia de China, y así avanzar en una seguridad tecnológica que garantice además la seguridad nacional. De ahí, que la nueva etapa de acercamiento en las relaciones entre Japón y Corea del Sur sea fruto del esfuerzo diplomático promovido desde Washington para alinear a sus socios en la región en el objetivo de impulsar sus capacidades tecnológicas mientras se reduce la dependencia de Taiwán en chips avanzados. Previa a la reunión del G7, Hiroshima se convertía así en foco de interés tecnológico reuniendo a los principales fabricantes de semiconductores del mundo, siete de los cuales han anunciado planes para fortalecer la asociación tecnológica con Japón. La taiwanesa TSMC, la coreana Samsung Electronics y las estadounidenses Intel y Micron serán parte de la transformación de Japón en potencia de semiconductores en la próxima década, recuperando para el país nipón un importante rol en la redefinición de la cadena de suministro.

Por otra parte, el Indo-Pacífico ha ido atrayendo el foco geopolítico en la última década, y es la región donde el G7 centrará sus esfuerzos para mantener la estabilidad regional y el status-quo, rechazando cualquier tipo de uso de fuerza o coerción. Por eso, con el foco puesto en el gigante asiático, Japón ha hecho extensiva la invitación a la cumbre a Australia, Corea del Sur, India, Indonesia y Vietnam, países entre los que crece la preocupación de una China más asertiva en la región.

La fuerte dosis de simbolismo de la elección de Hiroshima como ciudad anfitriona de la cumbre, poniendo de relieve el compromiso de Japón por la paz, suscrito también con rotundidad por el resto de miembros del G7 en su declaración conjunta, pasará a recordarse además como el escenario donde ha terminado por converger la terminología utilizada en referencia al desafío que plantea China en su ascenso como actor global. Frente al fomento del decoupling que Washington ha promovido entre sus aliados, los nueve puntos dedicados en el comunicado conjunto para tratar de forma exclusiva los desafíos que plantea China se centran en la opción de de-risking, impulsada hasta ahora por la Unión Europea, como la estrategia que finalmente adoptará el G7 para reducir los riesgos que representa China. Tras esta cumbre, la reducción de riesgos, y no el desacople, será la política común del G7, sin que sea un enfoque diseñado “para dañar a China”, “ni para frustrar el progreso económico y el desarrollo de China”, según recoge el comunicado que remarca que “una China en crecimiento que se rija por las reglas internacionales sería de interés mundial”.

Pero anterior a este cambio de enfoque, la Administración Biden ha estado durante meses promoviendo una importante transformación de la cadena de suministro, menos dependiente de China, fomentando además la recuperación de la capacidad de manufactura avanzada en su propio territorio bajo un esquema claro de promoción del decoupling. Mientras las fábricas todavía tardarán unos años en ponerse en marcha, la prohibición de exportar tecnología estadounidense, a la que también se han sumado Japón y Países Bajos, ya ha comenzado, sin embargo, a tener sus primeros efectos.

Oppo, uno de los principales fabricantes chinos de smartphones, ha anunciado que cerrará su división de semiconductores, abandonando el desarrollo de sus propios chips. Una medida que relacionan con una creciente incertidumbre en la economía global, pero que está muy vinculada a los efectos de las políticas de desacoplamiento promovidas por Washington para reducir las aspiraciones tecnológicas de la segunda potencia mundial. De hecho, las importaciones de chips de China continúan cayendo en medio de la reconfiguración de la cadena de valor en la industria mundial de semiconductores, reduciéndose un 21,1% entre enero y abril respecto al mismo período del 2022, según la Administración General de Aduanas.

La posición europea, de menor confrontación con China, primando el pragmatismo respaldado por Alemania y Francia, ha terminado por imponerse también entre los miembros del G7. Sin embargo, mientras la proliferación de acuerdos con sus socios ha protagonizado la etapa de decoupling hasta ahora impulsada por Washington, Bruselas todavía está inmersa en alcanzar la resiliencia económica. La diversificación sigue siendo el principal desafío para reducir la dependencia de China en las cadenas de suministro en las que el gigante asiático domina los elementos críticos en la transición digital y energética. Europa habrá impuesto la terminología común en el G7, pero asegurar la autonomía estratégica y la autosuficiencia tecnológica sigue siendo la gran tarea pendiente de Bruselas.

Águeda Parra Pérez es analista del entorno geopolítico y tecnológico de China. fundadora y editora de #ChinaGeoTech, autora de ‘China, las rutas de poder’ y colaboradora de Agenda Pública

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