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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El verdadero coste de la salida de Ferrovial

El caso muestra la ineficacia de apelar al altruismo y la necesidad de medidas que favorezcan la permanencia

Entrada al auditorio de la ONCE donde se celebró la junta general de accionistas de Ferrovial 2023
Entrada al auditorio de la ONCE donde se celebró la junta general de accionistas de Ferrovial 2023Pablo Monge Fernandez

Con la perspectiva que da el tiempo, cobra sentido una evaluación más sosegada del abrupto traslado de Ferrovial a los Países Bajos, buscando extraer lecciones constructivas que permitan incrementar el atractivo patrio en un mercado de competitividad creciente. Concretamente el de las grandes ciudades de negocios, en las que las tradicionales polis occidentales se enfrentan al empuje de pujantes urbes asiáticas como Pekín, Bombay, Dubái, Hong Kong o Singapur.

De hecho, no hace tanto tiempo, con el Brexit, albergamos grandes expectativas de que la obligada relocalización de las agencias europeas, entonces en suelo británico, así como la voluntaria de aquellas empresas que optarán por seguir geográficamente dentro de la UE, favorecía a nuestras dos grandes capitales. Pero los resultados finales distan mucho de las proyecciones iniciales.

En primer lugar, porque la salida de multinacionales del Reino Unido ha sido menor de la esperada. Ni siquiera grandes multinacionales con doble nacionalidad, como la anglo-española IAG, o las anglo-holandesas Shell o Unilever, se han movido de suelo británico. Además, las sedes que se movieron, generalmente de empresas de tamaño medio, lo hicieron buscando la proximidad de Irlanda, un 40% de las mismas, según el británico think tank The Capital o, de latitudes menos soleadas como Paris. Luxemburgo, Frankfurt y, de nuevo, Ámsterdam. Finalmente, tampoco hubo suerte con la obligada movilidad de las Agencias Europeas, que acabaron en París, la autoridad bancaria y, otra vez, en Ámsterdam, la de los medicamentos.

Estos magros resultados nos obligan a reflexionar sobre la no tan alta capacidad de atracción de nuestras grandes ciudades para realizar negocios. Una rápida revisión en internet de los múltiples pretendidos rankings que existen sobre las mejores ciudades para negocios confirmaría esta hipótesis, con un patrón común. Concretamente Madrid se sitúa en una manifiestamente mejorable posición, aunque, generalmente, por delante de Barcelona. Es fácil concluir de estos rankings que las urbes de los países mediterráneos no se encuentran precisamente en una edad dorada comercial. Además, como es frecuente en las competiciones, los beneficios, en este caso la cantidad de sedes económicas atraídas, se suelen concentrar en las ciudades que figuran en los puestos de cabeza del ranking, the winner takes it all.

Obviamente es un problema que trasciende a la gestión municipal. Tampoco ayuda la limitada calidad institucional de la mayoría de nuestros gobiernos regionales, según señala el Índice de la Universidad de Goteburgo, ni las claras debilidades del marco nacional. Buenos ejemplos de esto último serían tanto el puesto 97º que nos daba el ranking del Banco Mundial en cuanto a los costes económicos y administrativos para empezar un negocio, o el puesto 28º en la categoría de país abierto a los negocios de los rankings de U.S. News.

Pero el caso de Ferrovial supone escalar el problema. Ya no se trataría tanto de un limitado atractivo para atraer las sedes de multinacionales foráneas, como de impedir que se vayan las que ya tenemos. Tras un agresivo inicio, el debate epistolar entre la empresa y el Gobierno se focalizó en los efectos negativos que la deslocalización tendría sobre la recaudación fiscal. Dado los favorables regímenes fiscales a los que en los países desarrollados están sometidas las grandes empresas, precisamente para que no se vayan, así como la obligación que lógicamente mantendrá Ferrovial de seguir tributando aquí por los negocios de su filial española, se reducían las pérdidas a un máximo de 40 millones de euros anuales, cuantía despreciable en relación a nuestro gasto público total.

Pero este miope enfoque minusvalora los múltiples efectos positivos, más allá de los incrementos de recaudación, que para un territorio tiene mantener y atraer los cuarteles centrales de las multinacionales. Este efecto sede se manifiesta en múltiples círculos virtuosos endógenos que establecerá la empresa con su hábitat urbano, incrementando el atractivo final del territorio para atraer a nuevas sedes sociales. Los círculos pueden ser estrictamente económicos, sociales o mixtos. Los primeros van desde el empuje al cada vez más importante sector de los servicios avanzados para las empresas, hasta llegar a los viajes de negocios y la consiguiente multiplicación de los destinos del aeropuerto local. Los sociales surgen de las fundaciones y actividades de patrocinio, por ejemplo, en eventos culturales y deportivos, que estas grandes empresas realizarán en su entorno próximo. Y como ejemplo de los mixtos, se podría citar la fecunda relación que las sedes de estas grandes empresas establecen con la investigación e innovación en general y con las universidades próximas en particular, en forma de contratos de investigación o la financiación de cátedras específicas. Un buen ejemplo sería el programa Universia del Santander. A ello debemos sumar los efectos multiplicadores inducidos que genera el consumo de los trabajadores de las sedes, con sus mayores sueldos, en la economía local, desde la hostelería hasta el comercio.

Otros efectos positivos indirectos son más difusos. Por ejemplo, ¿cómo valorar la capacidad de poder influir, aunque sea indirectamente, en las decisiones de una gran empresa (inversiones, contrataciones o incluso minimizar posibles despidos) cuando su sede se encuentra en España? Incluso en el peor escenario, de quiebra futura de la multinacional, es de esperar que el humus post mortem de la sede central sirva de abono para nuevas iniciativas empresariales. Buen ejemplo de ello son las empresas de ingeniería que en Sevilla surgieron con ex trabajadores de Abengoa.

La experiencia de Ferrovial nos muestra el limitado efecto de la apelación a sentimientos más nobles, como el patriotismo económico o la escasa lealtad incubada con generosidad en la obra pública, desde las ubres del BOE. Además, de la misma forma que los pobres resultados de la economía británica pot-Brexit están sirviendo para exorcizar nuevas veleidades secesionistas, un significativamente mejor desenvolvimiento futuro de Ferrovial, unido al mejorable desempeño del Ibex en los últimos quince años, podría incrementar el riesgo de deslocalización futura de nuestras multinacionales

Por todo ello, parece razonable promover políticas y actuaciones concretas, basadas en incentivos más tangibles, para favorecer la atracción y el mantenimiento de las sedes actuales. Para empezar, estableciendo eficaces canales, formales e informales, de comunicación entre las administraciones y las grandes empresas, siempre en defensa de los intereses públicos de la ciudadanía, empezando por los de sus trabajadores. Qué lejos parecen quedar los tiempos en los que un presidente del Gobierno español se podía reunir de forma recurrente con los CEO de las grandes empresas patrias, sin riesgo de ser acusado de falta de criterio frente al IBEX.

José Ignacio Castillo Manzano es catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla

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