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A Fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Ha llegado la hora del hidrógeno?

Será, sin duda, la guinda de la transición energética, pero nunca el pastel, como el sector gasista y el Gobierno nos quieren hacer creer

Camión de hidrógeno verde en Lucerna (Suiza).
Camión de hidrógeno verde en Lucerna (Suiza). Reuters

Al calor de los fondos Next Generation EU, y por la necesidad de generar un nuevo banderín de enganche de las empresas del gas natural, se están vendiendo unas expectativas que no son coherentes ni con el desarrollo tecnológico e industrial que el hidrógeno tiene en la actualidad ni con el potencial transcendente que, por sus características, debe tener como portador de energía en la necesaria transición ecológica con la que nos hemos comprometido.

España quiere liderar la economía del hidrógeno huyendo hacia adelante sin la necesaria reflexión sobre el entorno en el que nos encontramos. Basta reflejar, como ejemplo, del análisis de las expectativas creadas, que las empresas españolas, principalmente del sector energético tradicional, lideraron la presentación de iniciativas en Europa con más de 150 proyectos por un valor económico en torno a los 50.000 M€, de los que se movilizaron finalmente 1.600 M€, muy por encima de los compromisos fijados en la Hoja de Ruta del Hidrógeno aprobada por el Gobierno en octubre de 2020.

Estamos viendo como el Gobierno ha recuperado iniciativas y políticas que abandonó cuando asumió el rechazo de la Comisión Europea al gaseoducto MidCat como proyecto PIC (Proyecto de Interés Comunitario). Ese rechazo al gaseoducto MidCat suponía un primer atisbo de cambio en el no mantenimiento de las políticas energéticas de carácter concesional que se apoyaban en la ejecución de infraestructuras al servicio de los combustibles fósiles, infraestructuras que, por la exigencia de los compromisos de descarbonización, acabarían varadas y fuera de servicio antes del final de su vida útil, con el consiguiente extra coste para los consumidores al tratarse de activos regulados.

Unos activos de los que ya tenemos suficientes ejemplos; el sobredimensionamiento en número y en capacidad de las regasificadoras, alguna de ellas, como la del Musel, ni siquiera ha llegado a estar operativa, aunque se le ha pretendido sacar de nuevo partido con las dificultades de suministro de gas de centro Europa, o el proyecto Castor para almacenamiento de gas natural cuyo cierre nos ha costado más de 4.400 millones a todos los contribuyentes. Errores políticos consentidos y nacidos de unas proyecciones de la demanda irreales que sirvieron de base para el reconocimiento de la necesidad de unas infraestructuras que solo han beneficiado a quienes las han construido y obtuvieron, fruto de su poder lobista, la consideración de inversión elegible.

Pero todas las ensoñaciones megalíticas retornan y ahora se han cristalizado de nuevo con el anuncio a bombo y platillo de la realización del hidroducto H2Med, que unirá la Península Ibérica con Francia, iniciativa a la que se sumó Alemania, aunque esta tenga en marcha el proyecto H2Ercules para conexión por proximidad y por la apuesta por las renovables con los países del norte de Europa. España quiere asumir el papel de productor de hidrógeno a partir de la sobreinstalación ad hoc de centrales de generación de electricidad con fuentes renovables, partiendo de la dudosa aceptación por parte de Francia de que el flujo del hidrógeno será de sur a norte y de que este sólo tendrá origen renovable.

La producción de hidrógeno, según los compromisos adquiridos para la descarbonización de la economía, deberá llevarse a cabo mediante la electrólisis del agua con electricidad cuyo origen sea sostenible, entendiendo sostenible, en su concepción más tradicional, como aquella actividad que satisface las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer a las necesidades de las generaciones futuras. Pero, bajo la nueva taxonomía europea y explícitamente en el Acto Delegado segundo para la regulación de los RFNBO (Renewable liquid and gaseous Fuels of Non-Biological Origin), la Comisión Europea ha considerado que tanto el hidrógeno producido con electricidad de origen nuclear como con gas natural con captura de CO2 son sostenibles. Esta posición no está amparada en la sostenibilidad, sino en la hegemonía política de Francia y de Alemania y sus intereses, respectivamente, en la energía nuclear, cuya hipoteca por el tratamiento y la contención de sus residuos es una carga generacional, y en una nueva cultura del gas natural que sustituya al fallido suministro a través del gaseoducto ruso.

El proyecto H2Med, al margen de su disparatada inversión de más de 7.000 millones, va a ser la coartada de continuidad para el plan nuclear francés y para el sector tradicional del gas, cuyo liderazgo quiere asumir Enagás desde su posición privilegiada y sin considerar que tiene un claro conflicto de intereses al tratarse, por un lado de una empresa con control político público y ser el gestor del sistema del gas y, por otro, para conseguir mantener el crecimiento de sus inversiones reguladas que necesita para poder garantizar el pay-out a sus accionistas vía Boletín Oficial del Estado. (Según las últimas cuentas presentadas, sus ratios son difícilmente asumibles en una crisis energética como la actual en la que los consumidores están soportando las consecuencias de la ausencia de una política común europea en energía: para unos ingresos de 970,3 millones de euros, obtuvo un ebitda de 797,4 millonez, 82,2% s/ingresos, o un beneficio neto de 376 millones, 38,7% s/ingresos).

En cuanto al papel y al futuro del hidrógeno, nos lo están vendiendo como el sustituto natural del gas, lo que no es cierto por varios motivos: la imposibilidad del uso de la estructura de distribución de gas para distribuir hidrógeno, de que nuestros equipos de combustión trabajen con hidrógeno así como los riesgos sobre la falta de seguridad de su uso no profesionalizado.

El hidrógeno va a tener un papel importante en la transición energética y este va a estar definido por la cobertura de aquellas demandas que no pueden hacerse con electricidad, como el transporte pesado de larga distancia, en el que el almacenamiento de energía eléctrica no es la solución más adecuada, o como input en procesos industriales.

Nosotros apostamos, como se refleja en un documento elaborado junto a Greenpeace, por un hidrógeno producido con electricidad de origen renovable y no entendemos que su uso sea fruto de un proceso circular perverso e irracional de generar electricidad en macro centrales para producir hidrógeno y transportarlo para volver a generar electricidad, con la consiguiente pérdida de rendimiento e incremento de costes. El hidrógeno debe ser producido allí donde se necesite, y abogamos siempre por priorizar el transporte de electricidad frente al hidrógeno, por costes, por eficiencia y por seguridad.

Siempre he pensado que el primer paso para el avance del hidrógeno debería ser que su demanda actual tenga un origen sostenible antes que proyectar demandas futuras que no se han producido y cuya realidad está más basada en generar una oferta artificial, por la disponibilidad de fondos europeos o el apoyo público regulatorio, que acabará pagando la sociedad, como consumidores directos o simplemente como contribuyentes. Por otro lado, la mayor parte del consumo de hidrógeno está ligada a las refinerías que, dentro de los planes de descarbonización, van a tener que ir reduciendo su actividad por el compromiso de erradicar el consumo de combustibles fósiles.

Nadie duda de que las energías renovables son el presente y el futuro y de que su desarrollo tecnológico e industrial no tiene alternativa, pero ese desarrollo no puede tener el carácter extractivo de los combustibles fósiles y debe llevarse a cabo bajo el acuerdo y con una base de diálogo social. El H2Med estresa el desarrollo de la transición energética al apostar por el modelo de grandes centrales frente al de la democratización energética y el desarrollo asumido y aceptado por la sociedad. Los proyectos presentados, como el H2Med o el de Maersk, van a suponer más de 40.000 MW de nueva potencia renovable, cifra que iguala el objetivo de potencia a instalar desde ahora hasta el 2030 del PNIEC. Ya se han lanzado las campanas al vuelo sobre la inversión que moverá y las regalías que se obtendrán, sin atender a las incertidumbres que la configuración del mercado mayorista de electricidad, ahora en discusión, introduzca y sin haber empezado a planificar su desarrollo territorial de forma ordenada.

No podemos poner en riesgo la transición energética que, ante todo, debe estar basada en el ahorro y el consumo responsable, en la eficiencia energética y en las renovables, es decir, en una apuesta decidida por electrificar la demanda y por reconocer la excelencia que el hidrógeno tiene por su capacidad exergética para ser usado en la cobertura de demandas específicas, sin pretender ampliar su uso de forma generalizada, porque ni lo aconsejan sus características técnicas ni los costes esperados como portador energético de segunda generación.

El hidrogeno será, sin duda, la guinda de la transición energética, pero nunca será el pastel, como el sector gasista y el Gobierno nos quieren hacer creer.

Fernando Ferrando Vitales es presidente de la Fundación Renovables

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