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Lecciones de Kahneman que los inversores hemos aprendido y no podemos olvidar

Las emociones marcan las decisiones de inversión e influyen en el comportamiento del mercado

El psicólogo Daniel Kahneman en Nueva York en 2016
El psicólogo Daniel Kahneman en Nueva York en 2016Craig Barritt (Getty Images for The New Yorker)

El pasado 27 de marzo, el psicólogo y premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, fallecía a los 90 años de edad, dejando un legado inmenso y transformador en la economía al relacionarla directamente con las personas y con nuestro proceso de toma de decisiones.

Kahneman, que era psicólogo y no economista, fue galardonado con el Nobel de Economía en el año 2002 por “haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que se refiere al juicio humano y la toma de decisiones en estados de incertidumbre”, un trabajo que llevó a cabo junto a su colega, el psicólogo cognitivo y matemático, Amos Tversky.

El trabajo de Kahneman marcó un antes y un después y abrió la puerta a comprender que la economía, los mercados financieros y todo lo relacionado con el mundo de la inversión tiene un claro y gran componente humano, en el que las emociones son, en la gran mayoría de los casos, las principales -y erróneas- consejeras.

Kahneman ayudó a desarrollar y a que hablásemos de la psicología económica y de la economía conductual y a que nos diéramos cuenta de cómo nuestros sesgos cognitivos nos llevan a tomar decisiones de forma rápida, impulsiva e irracional cuando se trata de nuestro dinero. Así, a la hora de definir cómo pensamos los seres humanos y cómo llegamos a decidir, explicó que tenemos dos vías de pensamiento: un primer sistema rápido, intuitivo y emocional, y un segundo que es más lento, reflexivo y racional.

En lo relacionado con las decisiones de inversión, el ganador del Nobel desarrolló el concepto de aversión al riesgo: el dolor de perder algo es más fuerte que el placer de ganarlo. Y esto se traduce en que, como inversores, estamos más dispuestos a arriesgar más para evitar pérdidas que para obtener ganancias. Una teoría que vemos en el día a día, en nuestro propio comportamiento como ahorradores y en el comportamiento del mercado.

A finales del año 2022, cuando los mercados financieros -tanto de renta variable como de renta fija- acumulaban importantes pérdidas, Marta Campello, socia y gestora de fondos en Abante, escribía en la tribuna de los fondos de Cinco Días sobre el dolor inevitable que todo inversor va a llegar a sentir en algún momento -seguramente en varios- de su camino como inversor y exponía un ejemplo práctico que nos puede pasar a todos, porque para el concepto de la aversión al riesgo no hacen falta grandes cifras.

“Incluso con cantidades pequeñas, la rabia o el dolor de perder diez euros en la calle es mucho mayor que la alegría que nos daría encontrar por casualidad diez euros”, escribía Campello en ese momento, destacando que “conocer este tipo de sesgos que tienen, tenemos, los inversores es vital para evitar tomar malas decisiones en momentos de mercados difíciles”.

¿Somos realmente conscientes de esos sesgos y aprendemos de ellos? José Ramón Iturriaga, socio y gestor de fondos en Abante, reflexionaba esta semana en su columna de ABC sobre el legado de Kahneman en los mercados y cómo fueron sus teorías las que mejor justificaron la ineficiencia en el proceso de la formación de los precios.

Además, respecto los sesgos, Iturriaga destacaba que “quizás, lo más importante para el comportamiento de los mercados que Kahneman y el resto de los que han teorizado sobre las finanzas conductuales nos han enseñado es que, pese a que sabemos y hemos puesto nombre a cada uno de los sesgos que nos afectan en ese proceso de toma de decisiones, en lo que tiene que ver con el dinero -y en este caso concreto los problemas de aversión al riesgo están más que probados- somos capaces de diagnosticarlos, pero no de corregirlos”.

En este sentido, añadía que los errores que cometemos a nivel individual como consecuencia del peso que nuestras emociones tienen cuando tomamos decisiones, se convierten en excesos cuando se traslada al conjunto del mercado.

Lidiar con nuestras propias emociones, reflexionar, mantener la calma en situaciones incertidumbre y ser consciente de nuestros propios sesgos y de errores del pasado, es parte de la hoja de ruta para tomar mejores decisiones financieras y comprender el comportamiento de la economía y del mercado.


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