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Sintra, o la dificultad de ser banquero central en tiempos de populismo

Los banqueros centrales recalcan su compromiso contra la inflación sin comprometer la futura senda de tipos, en un foro marcado por la política

El presidente del Banco Central de Brasil, Roberto Campos Neto, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, y el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, junto con la presentadora del canal estadounidense CNBC, Sara Eisen.
El presidente del Banco Central de Brasil, Roberto Campos Neto, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, y el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, junto con la presentadora del canal estadounidense CNBC, Sara Eisen.Banco Central Europeo (Banco Central Europeo/EFE)
Nuño Rodrigo Palacios

No son muy amigos los banqueros centrales de mezclarse con la política, por más que algunos de los más prominentes (Christine Lagarde, Mario Draghi, Janet Yellen o Paul Volcker) hayan utilizado las puertas giratorias. Este año, seguramente a su pesar, la política ha planeado más que nunca sobre el foro anual de Sintra. El plato fuerte del encuentro, la mesa redonda entre Christine Lagarde, presidenta del BCE, Jerome Powell, presidente de la Fed y Roberto Campos Neto, el gobernador del Banco Central Brasil, se celebró menos de 24 horas después de concluir la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas y cuatro días después del debate entre Joe Biden y Donald Trump.

Lagarde debe lidiar con una fuerza líder en su país natal que rema en contra de una integración europea, cuyo auge ha puesto a los mercados en guardia ante el riesgo de una reedición de la crisis de deuda de la zona euro de 2012. Powell tiene sus propios problemas, pues desde los cuarteles de Donald Trump se han barajado vías para aumentar el control de la Casa Blanca sobre la Reserva Federal. Trump amenazó con despedir a Powell en 2018, y ha asegurado que no le renovará. Abiertamente los analistas apuntan, dado el volcánico panorama político estadounidense, las dificultades para que el presidente de la Fed mueva tipos en fechas próximas al 9 de noviembre.

Los correctos y bien entrenados banqueros centrales obvian, sistemáticamente, las preguntas de perfil político. Pero es un trabajo de dificultad creciente, en la medida en que la política, el auge del populismo, se cuela en las hojas de cálculo de las autoridades monetarias. Lagarde hubo de afrontar una cuestión sobre qué haría para evitar un desplome de los mercados a raíz de una eventual victoria de la extrema derecha. “Muchísimas gracias por esa pregunta”, ironizó ante la sonrisa de Powell. El BCE ya tiene (a diferencia de 2012) armas para contener un deterioro del mercado que fragmente la zona euro. Pero forzosamente el banco deberá calibrar qué parte de una eventual dispersión de las primas de riesgo responde a los fundamentos y a partir de qué nivel estaría en peligro la eurozona.

La situación es endiablada: los bancos centrales deben abstraerse en público de uno de los factores que más están condicionando sus políticas y el cumplimiento de su mandato. “Se nos ha dado esta gran responsabilidad y es muy importante que lo hagamos bien”, observó Powell. “Nos han dicho que nos mantengamos al margen de la política y hagamos nuestro trabajo”, concluyó.

Fuera de este gran elefante en la habitación, el foro de Sintra ha sellado un cambio de paradigma: los banqueros centrales dicen adiós a la gestión de expectativas (el famoso forward guidance) y le dan la bienvenida al topicazo futbolístico de “partido a partido”. No es nada nuevo; el entorno económico ha cambiado de forma radical, primero con la pandemia y después con la inflación, y la caja de herramientas para estabilizar la economía no puede ser la misma. “Enfrentados a múltiples perturbaciones de gran magnitud, existía una gran incertidumbre sobre cómo interpretar y clasificar la información que recibíamos de la economía”, indicó Lagarde en su discurso de apertura el lunes. “Por un lado, habría sido arriesgado confiar demasiado en modelos formados a partir de datos históricos, ya que esos datos podrían haber dejado de ser válidos. Por otra parte, confiar demasiado en los datos actuales podría haber sido igualmente engañoso si hubieran resultado tener poco poder predictivo a medio plazo”.

La presidenta del BCE apuntó que la inflación de la zona euro va en la buena dirección pero volvió a advertir sobre la evolución de los salarios, y remarcó la necesidad de una política asimétrica para cortar de raíz cualquier duda sobre el compromiso contra las subidas de precios. Traducido, el mercado puede tener razón al esperar dos recortes de tipos en lo que queda de año (descartado julio, probablemente septiembre y diciembre), pero el sendero de tipos no está predefinido como en el mundo previo a 2020.

Es, a grandes rasgos, el mismo planteamiento que apuntó el BIS en su informe anual, presentado solo una semana antes. Allí apuntaba a la posibilidad de que los bancos centrales subieran tipos, en casos extremos, si la inflación se mostraba “obstinada”. La flexibilidad y la dependencia a los datos macroeconómicos son el nuevo mantra de la política monetaria, un cambio de prioridades provocado por fenómenos económicos extremos pero que, también, amplía el margen de unos banqueros centrales cuyo trabajo siempre está condicionado por la política, pero ahora a un nivel desconocido. El BCE dio en el clavo con el título de la conferencia: “La política monetaria en la era de la transformación”.

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Sobre la firma

Nuño Rodrigo Palacios
(Barcelona, 1975) es subdirector de Cinco Días. Licenciado en Economía por la UAM, inició su carrera en CincoDías en 1998, especializándose en información financiera. Ha sido responsable de Mercados, de la edición Fin de semana y de la sección Cinco Sentidos. Redactor jefe a partir de 2007, de 2011 a 2021 se ocupó de la edición digital.
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