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Lealtad, 1
Columna
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El gas a 30 euros y las claves que ofrece sobre el futuro energético

La explosiva producción de GNL asegura el suministro y abarata precios tras la invasión de Ucrania, pero el aumento de la oferta solo ha empezado

El barco de regasificación 'y almacenamiento Hoegh Esperanza', en el puerto alemán de Wilhelmshaven.
El barco de regasificación 'y almacenamiento Hoegh Esperanza', en el puerto alemán de Wilhelmshaven.POOL (REUTERS)
Nuño Rodrigo Palacios

La geopolítica, una palabra elegante que define la lucha atávica por el poder, el dinero y el territorio, lleva íntimamente ligada al mercado energético desde los años 70. Hasta el 16 de octubre de 1973 buena parte de la economía occidental se había desarrollado bajo la premisa de energía infinita. El embargo decretado ese día por los países árabes cambió la economía mundial para siempre y provocó en Occidente una crisis que duró años.

En la invasión de Ucrania la energía jugó, también, un papel primordial, con Rusia intentando torcer la mano de Europa a través del chantaje energético. Los gasoductos rusos proporcionaban en torno a un 30% de la demanda del Viejo Continente a buen precio, una oferta particularmente importante para el sector industrial alemán. Vladimir Putin planificó el escenario con paulatinas reducciones de suministro desde el verano, y en diciembre de 2021 el precio del gas en el mercado holandés tocó 131 dólares, casi cinco veces más que el invierno anterior, con los almacenes estratégicos tiritando. Tras la invasión, nuevas restricciones rusas dispararon el precio hasta más allá de los 300 dólares invocando el fantasma de un invierno de casas frías y restricciones energética en la acomodada Europa.

El bloqueo del Mar Rojo tiene un impacto más limitado. Sobre todo, porque no para la producción ni el suministro; simplemente obliga a petroleros y metaneros a dar la vuelta a África: la disrupción del mercado es más tímida. Con todo, bajo los parámetros tradicionales, una guerra con varios frentes en Oriente Medio y el ataque directo a rutas energéticas sería sinónimo de precio del petróleo disparado.

No es así; el precio del petróleo se mantiene en niveles similares a los previos al atentado terrorista de Hamás y al bombardeo masivo de Gaza mientras el precio del gas está en los 30 euros previos, a su vez, al inicio de los cortes de suministro que precedieron a la invasión. El arma energética parece obsoleta porque las condiciones del mercado ha cambiado de arriba abajo, y este cambio modifica no solamente la ecuación geopolítica sino también la senda de la transición energética.

El auge de la producción no convencional ya convirtió a Estados Unidos en el mayor productor de petróleo del mundo: son 13,2 millones de barriles diarios, el doble que hace 11 años y ya más que antes de la pandemia. En menor medida, EE UU también disparó la producción de gas natural. Esta nueva oferta, junto a la creciente demanda de China y otros países, tanto por su crecimiento industrial como por el objetivo de desterrar el carbón, abrió la puerta al pujante mercado del transporte de gas licuado. La invasión de Ucrania y el cierre del suministro ruso a Europa convirtieron el crecimiento en explosivo. Solo en 2022 las importaciones de gas licuado de la UE subieron un 60%.

La inversión y la firma de contratos se han disparado, asegurando el flujo para las próximas dos décadas

Solo está empezando a despegar: de acuerdo con Bloomberg, los proyectos en marcha añadirán una capacidad de exportación de 200 millones de toneladas en los próximos cinco años, con Qatar y Estados Unidos como grandes productores (los analistas calculan que supondrán el 60% de la nueva oferta). Según la misma agencia, citando a la consultora Rystad Energy, las inversiones en gas licuado entre 2019 y 2023 han sumado 235.000 millones de dólares. Y desde que empezó la invasión rusa, proveedores estadounidenses han firmado contratos de suministro a largo plazo para entregar 73 millones de toneladas, cuatro veces más que en los dos años anteriores, según datos de S&P Global Commodity. Muchos de estos contratos son a largo plazo e implican la financiación y construcción de infraestructuras portuarias de licuefacción en origen.

Estos elementos justifican una deriva que ni los más optimistas habrían sido capaces de prever hace tan solo año y medio: no solamente Europa no pasa frío y los almacenes están llenos, sino que, habiendo cortado su principal fuente de suministro, el gas está tan barato como en el invierno de 2020 a 2021. El petróleo, por su parte, sigue anclado al entorno de los 80 dólares, y es significativo que pese a la escalada bélica en la zona la OPEP+ siga sujetando los precios a golpe de recortes de producción.

Los ciclos de inversión, oferta y precios son característicos del mercado energético. Los precios altos impulsan la extracción de hidrocarburos a mayor coste, el alza de la oferta plancha los precios, la inversión en exploración baja y la menor producción acaba por elevar precios. Un proceso que habitualmente dura años, pero la producción no convencional y el desarrollo del gas licuado han acelerado. Un factor que no entraba en los cálculos del Kremlin: hace dos años consiguió que funcionarios europeos y comunidades de vecinos tuvieran miedo al invierno. Hoy por hoy el gas ha dejado de ser una preocupación.

Las consecuencias van más allá. La Comisión Europea, durante los momentos más críticos de 2022, calificó el gas natural y la nuclear como energías que pueden contribuir a la lucha contra el cambio climático en calidad de tecnologías de transición: aquéllas que permiten a los países descarbonizarse de forma gradual.

El plan se basaba en la generación renovable y el ahorro bajo el espectro de energía cara y escasa. La decisión era sencilla: asegurar el suministro a corto plazo y trabajar para no depender del exterior a largo plazo. Pero la realidad ha sido más compleja: firmas europeas han firmado con Qatar contratos de suministro hasta 2050, fecha para la que el bloque debería ser neutral en términos de emisiones netas. Las fortísimas inversiones y los contratos a largo plazo no cuadran con una energía de transición. Antes al contrario, la oleada de oferta de gas licuado está por llegar. Ahora el dilema es distinto: que los poderes públicos y, en particular, el sector privado mantengan el impulso renovable con un entorno de precios más benigno. No parece que la transición hacia energías renovables tenga marcha atrás, pero los incentivos son menores.

De hecho, el gas licuado ha sido el mantra de la industria durante la cumbre de Dubai, en parte porque la combustión de gas natural es menos contaminante que quemar otros hidrocarburos, en particular carbón. Pero el sector, por más que fía su futuro más a la creciente demanda asiática que a la europea, corre también el riesgo de generar a finales de esta década un exceso de oferta. Aunque la energía ha perdido mordiente como arma, el futuro sigue envuelto en niebla.

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Sobre la firma

Nuño Rodrigo Palacios
(Barcelona, 1975) es subdirector de Cinco Días. Licenciado en Economía por la UAM, inició su carrera en CincoDías en 1998, especializándose en información financiera. Ha sido responsable de Mercados, de la edición Fin de semana y de la sección Cinco Sentidos. Redactor jefe a partir de 2007, de 2011 a 2021 se ocupó de la edición digital.
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