Bloomberg contra Homero
La Ilíada, un libro escrito hace 3.000 años, contiene enseñanzas aplicables a los mercados de hoy que pueden ahorrar el tiempo de algún podcast
La diosa griega Deméter castigó al impío rey Erecsitón a sufrir una gula insaciable. Cuando éste terminó toda la comida disponible en su reino, vendió sus riquezas y las de su padre para comprar más. Cuando nada quedó, Erecsitón vagó por Grecia comiendo basura hasta que, siempre insatisfecho, terminó por devorarse a sí mismo.
La gula, el exceso en general, tiene mala fama. No sólo se usa de castigo divino cuando toca, sino que alcanza la categoría de pecado en casi todas las religiones, contrapuesta a la virtud de la moderación. Estos preceptos destilan siglos de sabiduría y pueden parecer simples pero su aplicación en la vida cotidiana requiere esfuerzo y voluntad. El mundo de las finanzas, por ejemplo, está marcado por la sobreabundancia de información que nace de una demanda voraz que a su vez alimenta. De hecho, si usted está leyendo un diario de finanzas en mitad del verano es probable que sufra algo de esa gula informativa.
Pero, como saben nuestros antepasados, los excesos tienen un coste. Toda la información que consumimos tiene partes útiles y relevantes (la señal), e inútiles y aleatorias (el ruido). El problema—lo explica Nassim Taleb en Antifrágil—es que a medida que aumentamos la frecuencia con la que nos exponemos a nueva información aumenta la proporción de ruido que absorbemos. Es decir, si me informo de manera constante gran parte de lo que absorbo será superfluo.
Imaginen un inversor que sólo leyera información financiera un día al año, por ejemplo, el 1 de agosto. Con tan sólo unas horas disponibles, esa persona leería sobre las principales tendencias de los meses anteriores. En agosto de 2022 habría visto que la inflación subía con fuerza, que los bancos centrales habían cambiado el tono y subían tipos con firmeza, que el riesgo geopolítico era alto y que la economía mundial y, por tanto, los beneficios empresariales, empezaban a pintar mal. Sin duda, en esas horas también se le habría colado entre sus lecturas una buena dosis de información irrelevante, pero habría tenido información suficiente para decidir adoptar un posicionamiento defensivo en su cartera. Un año más tarde, el 1 de agosto de 2023 vuelve a sentarse a hacer su lectura anual y nota que no fue capaz de anticipar el repunte económico de inicios de año, ni la irrupción de la inteligencia artificial en la Bolsa. Pero en general, con aquel día de lectura pudo hacer un trabajo digno gestionando su dinero.
En el escenario alternativo, un inversor consulta su app de finanzas o su terminal de Bloomberg cada hora, cada día, casi todos los días del año. En doce meses dedica más de mil horas a leer: declaraciones de banqueros centrales, valoraciones de activos, resultados trimestrales empresariales de múltiples compañías, análisis pormenorizados de cada subcomponente de los indicadores de confianza, producción o inflación, y debates sobre si estamos cerca del punto de inflexión o no. Como lee todos los días, también leería el 1 de agosto de 2022. Ya al corriente de los grandes temas, dedicaría mucho tiempo al viaje a Asia de la presidenta del parlamento americano, Nancy Pelosi y la tensión creciente con Taiwán. Leería sobre el primer barco con grano que salía de Ucrania tras el acuerdo con Rusia y –con un escalofrío, al acordarse del Covid—que la viruela del mono acababa de ser declarada emergencia mundial por la Organización Mundial de la Salud. Y si es como yo dedicaría un rato a revisar la vida del legendario baloncestista Bill Russell, que murió ese día a los 88 años. La mayoría de la información que nos llega envejece mal y será absolutamente irrelevante para tomar decisiones.
Aquí toca hacer dos puntualizaciones. Primero: el seguimiento constante de las noticias podría tener sentido para traders de alta frecuencia. La teoría del paseo aleatorio viene a decir que los precios de las acciones ya reflejan toda la información que existe en el mercado en cada momento, y que lo único que determina su próximo movimiento es la siguiente noticia. Podría por tanto haber beneficio en ser el primero en enterarse de algo, y adelantarte a aquellos perezosos que sólo leen las noticias una vez al día. Dudo que ése sea el secreto para hacer dinero en Bolsa, pero al menos tiene algo parecido a un fundamento teórico.
Y segundo: esta crítica a la sobreinformación no pone en duda que valga la pena invertir, sólo el método. Invertir sigue siendo una apuesta por el futuro de la humanidad, por la capacidad del ser humano de encontrar la próxima tecnología que nos hará más prósperos. Participar de esa aventura no requiere sacrificar nuestro tiempo al consumo infinito de datos.
La conclusión no puede ser más positiva para el inversor sobreinformado: hace usted bien en invertir, y además puede hacerlo sin dedicarle tanto tiempo. Este verano dedique esas horas que antes se iban en refrescar la pantalla, a la literatura clásica que es mucho más entretenida y tiene valiosas lecciones para los inversores. Un ejemplo: un libro escrito hace 3.000 años—la Ilíada, de Homero—contiene enseñanzas aplicables a los mercados de hoy que le pueden ahorrar el tiempo de algún podcast.
Primero: los conflictos geopolíticos—el libro narra uno a tiro de piedra de Ucrania—se van de las manos con frecuencia. Unos tipos duros se plantan en Troya para, en una operación rápida, recuperar a la señora de uno de ellos (y de camino llevarse lo que buenamente puedan), y, sin embargo, nueve años más tarde, allí siguen, empantanados y sin vislumbrar el fin. Una segunda lección: el ser humano, de racionalidad, anda justito. El héroe Aquiles, rico en bienes y amores, está dispuesto a largarse y perder la guerra después de una década allí, sólo porque su jefe le falta al respeto quitándole una esclava. Recuerde eso la próxima vez que escuche que “lo normal” sería que el mercado reaccione de esta o aquella manera. Hay poco de normal en los mercados porque no son más que el reflejo de nuestras esperanzas, miedos y orgullos, igual que hace 3.000 años. Al que inventó ese concepto del homus economicus racional le faltaron calle y libros.
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