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Ricardo de Querol “La economía de plataformas ha ahondado en la precariedad”

El subdirector de ‘El País’ y exdirector de CincoDías publica el libro ‘La gran fragmentación’, en el que analiza las consecuencias, no siempre buenas, en la vida cotidiana y en la sociedad de la transformación digital experimentada en las últimas décadas

Manme Guerra
Ricardo de Querol, subdirector de El País.
Ricardo de Querol, subdirector de El País.Pablo Monge Fernandez

Aunque varios pasajes de La gran fragmentación (Arpa Editores) pueden crear en el lector cierto pesimismo sobre el mundo actual, el autor del libro, Ricardo de Querol (Madrid, 1968), no ha querido caer en el catastrofismo a la hora de escribirlo. Pero tampoco en el optimismo desaforado e iluso que se instaló en la sociedad “en los noventa, que fueron años felices, pacíficos, de progreso, con tecnologías novedosas que estaban a nuestro alcance”. Durante casi 300 páginas, el subdirector de El País y exdirector de CincoDías repasa las consecuencias en la vida cotidiana, la economía y la democracia de la transformación digital. A pesar de que algunas no son buenas, el periodista defiende que la tecnología y la ciencia van a traer más progreso a la humanidad.

Pregunta: ¿Dan los ciudadanos poca importancia a sus datos y se han resignado a vivir vigilados?

Respuesta: Voluntariamente estamos regalando nuestros datos, no solo privados, sino íntimos, a cambio de entretenimiento en la mayoría de los casos, a unas grandes compañías en la creencia de que no los van a utilizar más que para colocarnos publicidad. Ese es uno de los asuntos delicados del mundo actual y de los conflictivos, quién los maneja. Y pensemos que esto solo puede ir a más. La inteligencia artificial va a ser mucho más precisa que los algoritmos actuales para trazar perfiles de gente. Ahora bien, la legislación está entrando en eso y Europa está siendo pionera. No creo que haya que dejar de usar los móviles, ni las redes, ni internet. Lo que yo he querido con este libro es desmentir el catastrofismo que se está instalando en la sociedad. Este mundo digitalizado está aquí para quedarse y va a seguir en permanente transformación.

P: Dice en el libro que el internet del futuro no es la selva, ¿cómo se puede conseguir?

R: En EE UU ha fracasado un ­intento de legislación ambiciosa, que se quedó colgado en el final de la legislatura, seguramente por la presión de los ­lobbies tecnológicos. En Europa, donde su capacidad de lobby es muy inferior porque no hay grandes empresas europeas entre los gigantes digitales, se están dando pasos más decididos. Ahora mismo la justicia está acorralando a esos gigantes en distintos procesos. Este camino es incierto aún, pero yo creo que sí empieza a haber una conciencia de que esto hay que regularlo. Y, sobre todo, porque las cosas que vienen las vas a poder controlar peor todavía. Es decir, si hoy en día ya los algoritmos son algo oscuro y misterioso que solo sus creadores pueden entender, eso se va a ir sofisticando cada vez más. Lo que puede hacer una inteligencia artificial sin reglas de ningún tipo, su capacidad de procesar datos de toda la humanidad es un desafío enorme, principalmente jurídico, pero también social. Un problema que hay que superar es que la ley no vaya muy retrasada respecto a la realidad tecnológica, que es lo que ha pasado hasta ahora. Pero yo sí creo que el mundo encontrará reglas justas para esto.

P: ¿Son compatibles los beneficios de las grandes tecnológicas con las malas condiciones laborales de cierta parte de sus empleados?

R: El sector tecnológico tiene, por una parte, una superélite de ingenieros bien pagados. Pero también la economía de plataformas ha ahondado en la precariedad laboral de todo el personal no cualificado o no muy cualificado, como los repartidores o la gente que hace microtareas en línea ganando unos céntimos por cada una que resuelve. Que la economía digital ahonde en la precariedad laboral, que ya era un problema, es uno de los elementos que está provocando que la juventud vea muy malas perspectivas, y eso es malo para la cohesión social. Ese es uno de los grandes peligros para la democracia, que los jóvenes se sientan maltratados por el sistema. Y eso está ocurriendo. Está dando oportunidades laborales a mucha gente, pero muy mal pagadas, en condiciones muy precarias, muy inestables, donde es imposible sindicarse. Hay una cierta deshumanización en el trabajo para gigantes tecnológicos.

P: Se pensaba que la inteligencia artificial acabaría con los trabajos precarios, pero en el libro señala que los que pueden ser sustituidos son los cualificados.

R: Eso es muy interesante. En la mayoría de los informes que se hicieron hace cinco o seis años sobre inteligencia artificial y robotización del empleo se pensaba que las labores rutinarias se iban a robotizar todas. El rápido avance de la inteligencia artificial invita a pensar que los empleos muy cualificados también pueden ser sustituidos por máquinas. Que, en el caso de ingenieros, auditores, abogados o periodistas, algunas, o muchas, de nuestras tareas pueden ser hechas con más precisión. Sin embargo, no está tan claro que le convenga a Amazon sustituir repartidores por drones. Y no está tan claro que McDonald’s vaya a poner a robots a empaquetar hamburguesas. Porque hay ciertas labores que hace mejor un humano, mal pagado, que una máquina. La robotización y la inteligencia artificial pueden cambiar las reglas del mercado laboral también para los que están en las posiciones más de élite.

P: ¿Se está llegando al ocaso de las criptomonedas?

R: Yo no me atrevo a vaticinar que esto se vaya a venir abajo. Lo que sí constato es que es un producto altísimamente especulativo, con el que alguna gente ha hecho mucho dinero, pero otra gente está perdiendo sus ahorros. Ahora bien, creo que las criptomonedas no son un activo de inversión para un inversor poco sofisticado y poco cualificado. Desde luego no es el sitio donde una familia media debe meter sus ahorros. Los inversores saben si eligen apuestas de más riesgo o de menos riesgo. Hay gente que cree que esto es una gigantesca estafa piramidal. Que las criptomonedas, dado que no hay ningún valor detrás que las respalde, solo crecerán mientras siga entrando dinero. Podría haber un pinchazo abrupto de las criptomonedas si hay una intervención regulatoria muy dura, pero eso, por ahora, parece complicado. Lo que yo critico más del fenómeno de las criptomonedas es la forma cómo, con estrategias de marketing muy agresivas, están intentando seducir a toda una generación de que van a poder vivir sin trabajar haciendo trading. Ese mensaje es peligrosísimo y potencialmente devastador. Y, desde luego, no creo que las criptomonedas vayan a sustituir al dinero. Puede seguir siendo un sector de inversión altamente especulativo y de alto riesgo para el que le guste eso, yo no lo recomendaría.

P: ¿Cómo ve el futuro de TikTok, que algunas administraciones ya lo están prohibiendo en los dispositivos de sus empleados por temor al espionaje chino?

R: Es un caso muy interesante. Se están ganando la población más joven y eso normalmente es una buena señal de cara al futuro, por más que las autoridades intenten poner coto a su crecimiento. Ahora bien, es un caso muy emblemático de algo que está pasando, que gran parte de esta nueva guerra fría, en la que hemos entrado, se está jugando en el campo tecnológico y de los servicios digitales. Occidente ve con muchísima desconfianza una posición dominante de una empresa conectada con China, aunque no pertenezca al estado chino. Ve con mucho recelo que una compañía de ese tipo tenga una posición dominante de las redes sociales de los jóvenes, por lo que puede significar. Porque hemos conocido la capacidad de manipulación política que ha tenido Facebook, en casos como el de Cambridge Analytica, que fue decisivo en el referéndum del Brexit y en la victoria de Trump. Entonces, dices, ¿quiero que tenga un poder similar gente vinculada a Pekín? Occidente no va a querer.

P: ¿Considera que las noticias falsas son hoy en día un gran peligro para la democracia?

R: Creo que la mentira ha sido siempre un enemigo de la democracia. Esto no es nuevo. Los nazis llegaron al poder apoyándose en bulos contra los judíos y sobre la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. La mentira se ha utilizado siempre. Para mí hoy, el mayor riesgo para la sociedad es la división social, la polarización que ha llevado al auge de extremismos de distinto signo. Al auge de populismos en partidos nuevos o tomando posiciones en partidos históricos, y eso ha provocado un empobrecimiento del debate político. La democracia se enfrenta a enemigos externos, lo estamos viendo con Rusia, China y muchos más regímenes autoritarios. Pero la democracia tiene un enemigo interno que está más fuerte que nunca.

P: ¿Hay muchos mensajes pero poco debate por la mayor presencia de radicales?

R: Para mí, el problema es que gente en posiciones extremistas consigue es marcar la agenda y hacer que la conversación gire en torno a lo que ellos quieren. Y ahí tienen mucha responsabilidad las empresas de servicios digitales. Por otro lado, tampoco quiero hacer un pronóstico súper catastrofista, también hoy el ciudadano tiene más opciones que nunca de conseguir buena información y sigue existiendo, en contra de los pronósticos sobre su muerte, el periodismo serio. Pero sí creo que hay claramente una estrategia para generar desconfianza social. La difusión de mentiras no siempre persigue que te creas las mentiras, persigue crear confusión de forma que acabes por no creerte nada.

P: ¿Cree que la sociedad está perdiendo por la gente que se autocensura para no ser atacada por lo que dice?

R: Hay ese efecto y el contrario. Cuando el debate se vuelve muy agresivo, hay gente que prefiere no expresar su opinión porque llega una jauría de trolls a acosarla en redes. Y muchas veces eso ocurre, es muy curioso, no tanto contra el rival político como contra el disidente en el tuyo. Puedes recibir un ataque desmesurado si eres considerada una persona de tal tendencia, pero discrepas en determinados puntos. Es probable que te caiga un ataque porque no eres auténtico, no eres fiel. Se está persiguiendo la independencia de criterio, claramente. También hay otro efecto que no es menos inquietante, que es que una persona moderada, equilibrada, se irá dando cuenta que cuanto más agresivos y sectarios son sus mensajes, tienen más éxito. Tiene tanto peligro la furia en las redes sociales como el aplauso sectario militante que hace que te vayas radicalizando más porque ves que conectas con más gente.

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Sobre la firma

Manme Guerra
Redactora de la sección Fortuna, donde escribe de recursos humanos, empresas, sostenibilidad, lujo y estilo de vida. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de la Escuela de Periodismo UAM-El País. Ha trabajado en El País, Vozpópuli, Microsoft News y la revista ¡HOLA! antes de incorporarse a Cinco Días en 2022.

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