No demos la (alta) inflación por finiquitada
Hay riesgos elevados de que parte de los aumentos salariales se traslade de nuevo a los precios
En toda película de terror que se precie, el malo tiene derecho a una “resurrección” en la escena final. Cuando estamos relajados después de minutos de tensión y sobresaltos, y ya esperando los créditos finales, el asesino enmascarado nos deja claro que, como bicho difícil de matar, habrá que esforzarse aún más en acabar con él. Con los episodios de alta inflación pasa algo similar, no podemos relajarnos hasta que realmente deje de dar señales de vida. Y ese momento aún no ha llegado.
Dicho esto, no nos alarmemos. Los datos de inflación en España son bastante mejores de lo que podríamos pensar. La figura que acompaña a este texto nos cuenta una historia con cierta pátina optimista.
En la figura se representa la llamada inflación instantánea a partir de los datos del índice de precios al consumo publicado por el INE, así como su descomposición por algunos de sus elementos más relevantes. A modo de recuerdo, esta tasa de inflación se calcula como la tasa de crecimiento de la media de tres meses respecto a la media de tres meses anteriores anualizada y con las series previamente desestacionalizadas. Todo este aparataje nos ayuda a conocer la evolución de los precios y su crecimiento en el muy corto plazo, evitando de este modo el ruido que nos ofrecen las tasas interanuales. No es un cálculo enrevesado, ya que este mismo cálculo es el que utilizamos para calcular el PIB cada vez que este se publica para cada trimestre.
En primer lugar, se puede observar que la inflación alcanzó un mínimo en julio del pasado año, con un 2%. Después de esto, asistimos a un rebote que casi la multiplica por tres. Es obvio que esto no lo veremos en las series originales mensuales, ya que mientras la instantánea se construye con datos de tres meses, las tasas interanuales publicadas por el INE aproximan una media de 12 meses. Los movimientos erráticos o eventuales son más fáciles de compensar en 12 meses que en tres, de ahí la mayor volatilidad de una serie instantánea.
Pues bien, dicho rebote se debió a multitud de causas, pero algunas explicaban casi todo el movimiento. En primer lugar, la estabilización de los precios de la electricidad tras muchos meses de corrección. Más aún, asistimos a un pequeño aumento entre diciembre y enero. En segundo lugar, los alimentos seguían aportando inflación, aunque cada vez en menor cuantía. Pero, sobre todo, y en tercer lugar, el aumento de los combustibles. Dado que la aportación del resto de los componentes se mantuvo estable durante dicho periodo, es evidente que estos componentes que menciono expresamente explicaron gran parte de la subida de finales del segundo semestre del 2023. Recuerden que, aunque esto sucediera hace ya bastantes meses (volvemos a estar en el entorno del 2-3%), las tasas interanuales que calculamos estarán contaminadas por estos hechos hasta después del verano.
Así, podríamos argumentar que, salvo una subida significativa de algunos precios, como el del diésel si los ucranianos siguen teniendo la puntería demostrada en las refinerías rusas o una hecatombe en otros precios, la inflación debería seguir instalándose poco a poco en cifras cómodas. No en vano, el Banco de España ha reducido sus previsiones para 2024 en su último informe.
Sin embargo, como argumentaba antes, no debemos dar por cerrada la amenaza. Los procesos inflacionarios suelen tener, muchas veces, rebrotes que pueden amenazar la estabilidad de los precios. Además, los mecanismos que transforman las inflaciones temporales en permanentes, como he explicado en otras ocasiones, suelen exacerbarse durante las fases de inflación elevada, por lo que la probabilidad de una espiral renta—precios es mayor. Finalmente, en el apartado “otros” tenemos una aportación que se mantiene constante y hay que vigilar, y principalmente explicado por hostelería y turismo.
En este contexto viene bien citar a un grupo de economistas que, liderados por Michael Weber, han publicado un trabajo en el NBER, donde explican que el contexto en el que vivimos moldea nuestro comportamiento y creencias. Esto, que es cierto, y casi trivial, también lo es para los fenómenos económicos. Por ejemplo, existe evidencia de que quienes vivieron hiperinflaciones son menos propensos a invertir asumiendo grandes riesgos. Esta misma experiencia explicaría, por ejemplo, que los alemanes glorifiquen la estabilidad de los precios por encima de todas las cosas.
Lo interesante del estudio de estos autores es que analizan cómo un entorno de inflación alta y cambiante altera el proceso de aprendizaje de los individuos. Su método, y que consiste en la realización de experimentos (RCTs, por sus siglas en inglés) en diferentes países y en diferentes momentos, proporciona a algunos individuos información sobre la inflación para ver cómo reaccionaban y aprendían. Lo que observan es que los individuos ajustaban sus expectativas económicas, lo que informaba a los autores sobre su conocimiento previo sobre la inflación. Así, y según los autores, a medida que la inflación aumentaba a niveles históricamente altos en estos últimos años, los hogares y empresas se informaban más sobre los precios. Los agentes, por lo tanto, se muestran más atentos a los fenómenos económicos, modificando sus creencias en función de dicha información. Por lo tanto, lo que debemos aprender de estos estudios es que hay que tener cuidado. Las consecuencias de políticas o medidas que eleven los precios deben ser, así pues, tenidas en cuenta, más si cabe tras procesos de inflación como el experimentado.
Este hecho tiene implicaciones importantes. En estos últimos meses hemos presenciado aumentos significativos, por ejemplo, en los costes laborales unitarios reales. Parte de este incremento proviene de los aumentos salariales destinados a “rellenar” el espacio abierto por la caída de los costes energéticos, lo que no debe generar necesariamente repuntes inflacionistas. Sin embargo, este aumento también se debe a incrementos en los llamados costes no salariales, como las cotizaciones. Los riesgos de traslado de estas subidas a precios y, consecuentemente, a experimentar una resistencia a la bajada de la inflación son, por lo tanto, elevados.
Esto no significa que este aumento de costes no salariales explique aún y en exclusiva ningún repunte, ni que automáticamente vaya a generar una espiral de inflación. Más bien supone una llamada de atención en un momento en el que si bien la herida parece haber cerrado, aún duele si la tocamos. Por lo tanto, no demos por muerto al asesino. Como en Hollywood, este tiene derecho a un último susto.
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