La inflación entra en una nueva fase más compleja y peligrosa
El IPC interanual va camino de regresar a tasas más cómodas, pero las subidas se dispersan; pasamos de una inflación de oferta a demanda
Los datos de inflación del mes de diciembre y enero marcan el inicio de una nueva fase de este episodio de subida de precios que tiene elementos tanto para el optimismo como para la preocupación. Hace solo dos semanas alertaba de que la inflación puede mutar si no trabajamos al unísono y con claridad para atajarla mientras esto sea fácil. No digo que haya mutado en el sentido más negativo posible, pero sí que los datos que nos llegan de la publicación definitiva del IPC de enero ponen ciertas cuestiones en la mesa que debería preocuparnos. Y no, buena parte de lo que se ha escrito desde el pasado miércoles pone el foco en lo verdaderamente importante.
Antes, lo positivo. El análisis de la inflación instantánea, como se ha venido a llamar ahora, o dicho en términos menos coloquiales, la tasa de crecimiento intertrimestral anualizada, nos da pistas de cómo ha cambiado el perfil de esta en los últimos meses.
Así, en primer lugar, los alimentos empiezan a dar un respiro, lo que es de agradecer. Algunos precios caen, como son frutas y verduras frescas (sí, caen) mientras que otros moderan de forma evidente su crecimiento (aceites, leche y azúcar). Los precios de la hostelería y restauración siguen el mismo camino, con crecimientos mucho menores que solo unos pocos meses atrás. La energía sigue restando puntos y combustibles, por la ruptura de su evolución al eliminarse el descuento solo sube por esta razón, ya que, si no, estarían en ligera caída.
Esta evolución permite que la general, a pesar del repunte en enero en datos brutos e interanuales, siga marcando una evolución cercana al 0% en términos de muy corto plazo. Esto adelanta más caídas en los próximos meses a niveles que podrían rondar cifras más cómodas una vez el efecto base empiece a corregirse a partir de marzo.
Ahora la preocupación. Esta viene de dos frentes que siendo diferentes se complementan. Por un lado, en enero observamos repuntes en precios que no estarían explicados directamente por aquellas razones en las que nos hemos ido apoyando para explicar el actual episodio de inflación.
Por un lado, vestidos y calzado muestra un fuerte repunte en enero. La explicación es el poco ajuste a la baja de las rebajas. Su tasa intertrimestral suavizada nos da un crecimiento del 11%, lo que es muy superior a lo observado hasta ahora.
Veremos en qué queda cuando acabe la campaña en febrero. Por otro lado, los precios de servicios que se actualizan anualmente han incorporado subidas que tratan de blindarse ante las respectivas subidas de costes acaecidas en 2022, lo que asumimos será un solo ajuste que se absorberá en el pasado mes de enero. Pero esta subida no deja de ser considerable y se inició en octubre, algo que es lo que debería preocuparnos. Veremos en los próximos meses.
Todo ello nos lleva a pensar que la inflación se vuelve más compleja. En diciembre y enero se mantiene el porcentaje de rúbricas cuyo crecimiento es superior al 2% en términos interanuales y solo baja escasamente en términos intertrimestrales. Además, el peso de las rúbricas que explican la mayor parte de la evolución de la inflación muestra que esta está cada vez menos concentrada, lo que nos dice que el proceso de contaminación de la inicial subida de precios externos y energéticos ha alcanzado su cénit en el cambio de año, llevándonos al momento crítico en el que cruzamos los dedos.
La pregunta es qué pasará a partir de ahora. Todo lo anterior me lleva a la preocupación ya explicitada en semanas anteriores y que, me temo, nos va a meter en un nuevo escenario. Ojalá me equivoque.
En primer lugar, creo que todo lo que digamos de aquí a marzo-abril debemos dejarlo en la bandeja de salida. Marzo será el mes de la prueba del algodón, como así serán mayo y junio.
El efecto base es muy potente en esos meses y sin aceleración de precios tendremos una potente bajada de la tasa interanual. Pero la pregunta es si será suficiente, es decir, si una vez despejado ese efecto base estaremos donde queremos. Los datos de la subyacente, así como otros elementos, me hacen dudar de esto. Ojo, dudar, para nada confirmar.
Por un lado, la evolución del mercado de trabajo nos hace pensar que este empieza a tensionarse. Si el aumento del PIB este año superara tasas del 1,5 % es muy posible que estas tensiones se traduzcan en puntos adicionales de inflación, lo que, siento ser un aguafiestas, no sería bueno. De un modo u otro, o enfriamos al PIB o debemos abrir puertas para que haya acomodo a ese crecimiento sin tensionar precios.
Esto me lleva a señalar a las políticas de oferta como las mejores en este momento. Cambios regulatorios y flexibilizaciones en los mercados, el de trabajo incluido donde la reforma de hace un año ha ayudado a contener precios, pero que, posiblemente, su capacidad para hacerlo ya se ha agotado.
En cuanto a la política fiscal, mi opinión es que por aquí va a llegar la principal amenaza. El ritmo de ejecución de los fondos europeos va a ser, paradójicamente, un elemento que eleve la presión, siendo claramente inflacionista.
Un año electoral no ayuda, evidentemente, pues veremos en los próximos meses ejecución de gasto en pos de un ciclo político que este año será especialmente intenso. Y todas aquellas medidas que alimenten la demanda tendrán su reflejo en los precios y, con ello, en ayudar a mutar al monstruo; por no decir, que le pone palos en las ruedas a la política monetaria.
En definitiva, entramos en unos meses donde los datos de precios nos pondrán, definitivamente, en nuestro sitio. El shock de oferta ha pasado. Todo parece que debemos dar la bienvenida a la de demanda; si lo permitimos.
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