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EE UU garantiza a la UE el suministro de gas: “Tenemos capacidad más que adecuada para cubrir sus necesidades”

“Antes de tomar la decisión, miramos nuestra capacidad actual y calculamos sus requerimientos”, dice a EL PAÍS Mike Considine, vicesecretario del Departamento de Energía, tras el freno a nuevas terminales de GNL

Mike Considine, vicesecretario del Departamento de Energía de EE UU, en la embajada estadounidense en Madrid.
Mike Considine, vicesecretario del Departamento de Energía de EE UU, en la embajada estadounidense en Madrid.Álvaro García
Ignacio Fariza

La Administración de Joe Biden soltó la bomba informativa a finales de enero. Aunque no por poco esperada, la paralización de los planes de expansión de las terminales de gas natural licuado (GNL, el que se mueve por barco) sembró el temor entre los principales compradores de este combustible, con la Unión Europea al frente: los Veintisiete dependen más que nunca de la producción fósil estadounidense. Un par de semanas después, las autoridades del gigante norteamericano niegan la mayor.

“Con las instalaciones actuales, tenemos capacidad más que adecuada”, subraya Mike Considine, vicesecretario del Departamento de Energía de EE UU, en conversación con EL PAÍS durante su reciente visita a España. “Antes de tomar la decisión, hicimos cálculos para estar seguros de que no habría ningún tipo de interrupción”, apunta el alto funcionario, con más de 15 años de experiencia en el campo de la inversión extranjera en energía, un área en el que ha trabajado con Administraciones demócratas —como ahora— y republicanas. “Se hizo un gran esfuerzo de análisis de la capacidad actual y de lo requerido, particularmente por Europa en el corto plazo”.

Sentado en una sala de la embajada estadounidense en Madrid, Considine limita el impacto respecto a los temores que despertó la decisión en un primer momento: “Afecta solo a los nuevos permisos, un número muy pequeño [de terminales]. (...) La capacidad actual [de licuefacción] excede las necesidades [de exportación] de GNL, especialmente a Europa”.

El análisis y los cálculos hechos por el Departamento de Energía, dice, van más allá de lo ambiental —la razón esgrimida por Washington cuando comunicó la decisión, dado el elevado impacto de estos proyectos— y entran en el terreno de lo económico. El horizonte ha cambiado: tras una década de expansión “sin precedentes”, en palabras de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el crecimiento de la demanda “se ralentizará en los próximos años, a medida que el consumo cae en los mercados maduros [las economías avanzadas]”. De modo que invertir miles de millones en costosas infraestructuras sin certeza de retorno sería poco menos que una temeridad.

El GNL estadounidense ha sido, junto con el catarí y el noruego, el principal comodín europeo para capear la escasez de gas ruso a raíz de la guerra. La mayor parte del combustible que exporta la primera potencia mundial, sin embargo, se obtiene mediante fracturación hidráulica (fracking), una técnica señalada por los grupos ambientalistas por su impacto sobre la naturaleza.

Más inversión extranjera en energía

Tras la pandemia y la posterior crisis de precios, el Gobierno estadounidense también ha redoblado su apuesta por la energía con la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés). Un movimiento que, pese a su nombre, persigue un doble objetivo que poco tiene que ver con la escalada del IPC: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y fortalecer el crecimiento económico.

“En los 15 años que llevo haciendo este trabajo de regulación, no han dejado de aumentar las inversiones extranjeras en el sector energético. La gran mayoría de ellas, procedentes de Europa”, enfatiza Considine. “Y el IRA ofrece una nueva oportunidad para que crezcan aún más: muchas compañías europeas están mirando las posibilidades que les ofrece este marco, expandiendo sus posibilidades de expansión en EE UU. Es un catalizador”. Niega, además, que este programa de incentivos —en gran medida, fiscales— esté provocando una situación de competencia desleal con Europa. “Encontrará su propio equilibrio, asegurándose de que las empresas tienen los incentivos correctos para continuar invirtiendo”, augura.

Seguridad nacional

El cometido de Considine en el día a día es el de “asegurar que las inversiones extranjeras están en líneas con las prioridades estadounidenses de seguridad nacional”: es director de la Oficina de Inversión Extranjera y Seguridad Nacional, un órgano encargado de visar todas las inversiones directas extranjera desde el punto de vista de la integridad. En plena invasión rusa de Ucrania y con China compitiendo por el cetro de primera potencia mundial, el volumen de trabajo ha crecido exponencialmente. “Analizamos las transacciones y nos aseguramos de mantener ese balance. En la mayoría de casos son aprobadas, a veces con condiciones”, sintetiza.

El propio concepto de seguridad nacional, dice, se ha convertido en algo mucho más dinámico de lo que nunca fue. En gran medida, por la aceleración tecnológica: “La inteligencia artificial, la computación cuántica, biotecnología, microelectrónica... Todas ellas tienen un uso dual: pueden tener aplicaciones en el sector comercial, pero también pueden tener implicaciones serias en el plano militar”, desglosa. “En nuestros teléfonos móviles y ordenadores tenemos, por ejemplo, una tecnología de semiconductores muy similar a la que se utiliza en sistemas avanzados de radar y en otros sistemas militares”.

El auge exponencial de China en las últimas décadas está aumentando el volumen de trabajo de este Comité. “Es uno de los mayores inversores en EE UU y tiene sus propios problemas en términos de movilidad del capital y de propósito de sus inversiones”. Al contrario de lo que cabría pensar, contrapone, la “mayor parte” de los casos de inversiones que analiza el órgano de filtrado de inversiones, siguen adelante sin salvedades.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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