El plantón de Sánchez, el enojo de Urkullu por los reproches al euskera y el papelón de Escrivá
La gran empresa escenifica con un cerrado aplauso al Rey el desencuentro institucional que perciben con el Gobierno
Once de la mañana. La plana mayor del Instituto de la Empresa Familiar (IEF), con su presidente Andrés Sendagorta a la cabeza, aguarda para agasajar al Rey, invitado de honor al congreso de la organización que se celebra en el bilbaíno -y laberíntico- Palacio Euskalduna. El más tardío en incorporarse a la línea de saludo es el lehendakari, Iñigo Urkullu, que rápidamente hace un aparte con otro asistente de postín, Alberto Núñez Feijóo. Mientras la espera se alarga, el debate se anima. Más de diez minutos. El popular siempre pensó que sus buenas relaciones con el nacionalista allanarían su camino hacia la investidura, un plácet que el PNV nunca contempló, no tanto por su cercanía a Pedro Sánchez sino por la proximidad electoral y su disputa con Bildu. Dentro del recinto, a la entrada del auditorio, espera la comitiva económica, la formada por los Botín, Roig, Entrecanales y un invitado de última hora, el ministro de Inclusión y Seguridad Social, José Luis Escrivá. Se echa en falta, no obstante, un representante del gabinete con mayor alcurnia.
“El aplauso fue demasiado tibio”, explica con ironía un empresario presente en el foro del año 2018, la última vez que Pedro Sánchez acudió a la cita anual del Congreso de la Empresa Familiar, en aquel caso en Valencia. Desde entonces, el jefe del Ejecutivo ha declinado una por una las invitaciones para participar en el día grande de la organización. “Al menos esta vez nos avisó con algo más de tiempo”, confiesan los organizadores. En todo caso, se trata de ausencias que alimentan al elefante en la habitación de las últimas reuniones, y también de esta: el desencuentro institucional entre los empresarios y el Gobierno. De hecho, es lo que sobrevolaba en las conversaciones de café. En una esquina, Botín -no hace tanto objeto de las críticas de Sánchez-, con Escrivá y Andoni Ortuzar, presidente del PNV; en otra, Rafael del Pino -llamativa su presencia en vista de su tradicional aversión a los actos públicos- y José Manuel Entrecanales; y, por todas partes, Feijóo, ora con Paco Riberas (Gestamp) ora con Antonio Garamendi, que jugaba en casa. “Hay inquietud. Y no va a escampar”, aseguraba con convicción otro alto dirigente patronal.
La desafección está tan a flor de piel que las anécdotas son categoría. El domingo, en el cóctel de recepción al foro celebrado en el egregio claustro de la Universidad de Deusto, un murmullo de reprobación recorrió la noche cuando el alcalde de Bilbao, el nacionalista Juan Mari Aburto, arrancó su bienvenida en vasco. “Ya nos podemos ir”, llegó a escucharse. Peor fue el reproche que sufrió este lunes el lehendakari cuando arrancó -y prolongó- su alocución en euskera. Urkullu se vio incluso obligado a hacer una incómoda pausa y levantar la vista desafiante ante el auditorio. Fuentes presentes en el cónclave destacan el enfado con el que el político vasco abandonó el encuentro, visiblemente molesto y hasta cuestionando la educación de alguno de los presentes. Contrastó con la aplauso cerrado a Felipe VI, tanto en el arranque de su discurso como en su colofón. Las reacciones, y su intensidad, algo significan.
La propia intervención de Escrivá, no prevista, fue escuchada con oído fino. El año pasado, el quite a Sánchez en Cáceres le correspondió a la ministra de Educación, Pilar Alegría. No parecía el ministro más idóneo para dirigirse a un panel de empresarios, y así se recuerda. Escrivá, en este caso, salvó la situación algo mejor, con una intervención de compromiso, no superior a los cinco minutos, en la que destacó la contribución del colectivo a la “resiliencia” de la economía española y a la creación de empleo. No mencionó, empero, ni la palabra “empresa” ni la palabra “familia”. Alguno de los presentes, aun asumiendo que salió airoso, le puso falta. El presidente del IEF, Andrés Sendagorta, con su habitual sutileza, abundó en la problemática. “Evitemos la polarización y apostemos por la moderación y el diálogo (…) Es vital recuperar y reforzar el sentido de la institucionalidad (…) El marco constitucional, que nos ha dado decenios de estabilidad y prosperidad, es el que define la actuación del Instituto”. Suficiente para buen entendedor.
El asunto catalán no apareció hasta que Feijóo tomó la palabra. En ese tema, el feeling de esta organización importa. Fundada en 1992, ha logrado en los últimos años elevarse a una dimensión nacional gracias al compromiso de firmas como Ferrovial, Mercadona o Mango -Del Pino, Juan Roig o Isak Andic la han presidido-. También de las Inditex, Gestamp o la propia Acciona. Sin embargo, su nacimiento y sus entrañas pueden rastrearse en Barcelona y en algunas de las principales familias de la aristocracia empresarial catalana, al punto que en su Junta Directiva figuran aún hoy apellidos ilustres de la élite financiera catalana como Godó, Daurella o Puig, sustitutos de los Carulla o Rodés.
El líder popular lamentó que se hable poco de rebajas fiscales y mucho de autoderminación; que los fondos y la presidencia europea queden en un segundo plano y el protagonismo recaiga en el pacto para la investidura, que “se hable mucho de la amnistía sin saber de qué se habla”. Y remachó. “Es indigno que los políticos piensen más en sí mismos que en los ciudadanos a los que sirven”. Recibió una cumplida ovación. Tan catastrofista escenario como el dibujado por el popular, sin embargo, contrasta con la reflexión que, sotto voce, deslizan buen número de empresarios. “La economía está aguantando y las perspectivas de negocio son buenas. Hay una clara discrepancia entre algunas percepciones y la realidad. Al final vamos a tener que votar a Sánchez”, admitía uno de ellos con picardía.
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