En Cuba y Europa, los emprendedores sociales piden visibilidad
Aunque la realidad a ambos lados del Atlántico es muy diferente, las empresas sociales piden cosas similares a sus gobernantes: financiación, ayudas fiscales y visibilidad.
El emprendimiento social crece a los dos lados del Atlántico, pero en ambos casos es necesaria una mayor visibilidad. Hace unos meses tuve la oportunidad de visitar diferentes proyectos en La Habana, lo que me llevó a ver que, a pesar de que Europa y Cuba viven dos contextos muy diferentes, en ambos encontramos a emprendedores que luchan contra viento y marea para abordar importantes retos sociales con sus proyectos empresariales.
Tal y como se recoge en el informe European Social Enterprise Monitor (ESEM), un estudio coordinado en 21 países europeos sobre el estado del emprendimiento social, en nuestro continente, este sector es relativamente joven y minoritario -el 95% de las empresas todavía son pequeñas o medianas-, pero está creciendo a pesar de las evidentes dificultades coyunturales (inflación, crisis energética) y estructurales (deslocalización y automatización de los puestos de trabajo): el 44% ha aumentado sus ingresos respecto al año pasado y el 57% espera incrementarlos el año que viene. En unos números que son similares en el contexto español, las empresas sociales europeas cuentan con una mayor presencia de mujeres en los órganos de dirección, el 86% reinvierte sus beneficios mayoritaria o exclusivamente en el propósito social de la organización, y el 58% mide el impacto concreto que genera. Estas empresas sociales contribuyen a muchos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y sus intercambios comerciales son tanto con el sector público como con el sector privado y el sector social.
En España, el 68% de las empresas sociales busca beneficiar a colectivos específicos, entre los que destacan las personas con alguna discapacidad, los desempleados de larga duración, las mujeres y las personas migrantes. Tanto en España como en el resto de Europa, el sector pide un mayor apoyo del sector público, que ayude a visibilizar el sector y así conseguir que fluyan más recursos de los consumidores, inversores y corporaciones hacia las empresas sociales.
Emprendimiento en Cuba
Al otro lado del Atlántico, en una isla del Caribe donde cualquier emprendedor – ya sea social o no – también tiene que lidiar con fuertes impedimentos estructurales (los dogmas de la vieja guardia socialista, el bloqueo estadounidense, los frecuentes huracanes) y coyunturales (brutal emigración actual en la que 20.000 cubanos al mes están saliendo del país, inflación galopante, dificultades de suministro), la situación es menos halagüeña. Sin embargo, no por ello dejan de aparecer personas que aprovechan cualquier resquicio para poner su talento empresarial al servicio de colectivos desfavorecidos o retos sociales desatendidos.
Estos emprendedores sociales cubanos se aprovechan de una reciente apertura del país en algunos ámbitos, como la creciente conectividad a internet, la paulatina descentralización de la administración pública, o la ley que permite la creación de pequeñas y medianas empresas – solo hasta 100 trabajadores, pues los grandes medios de producción siguen en poder del Estado. Las 5.884 ‘mipymes’ (micro, pequeñas y medianas empresas) que existen en Cuba operan sobre todo en sectores como la construcción, las industrias manufactureras, la gastronomía, el alojamiento o la producción de alimentos.
Dentro de este incipiente sector empresarial, algunas organizaciones nacen con vocación de abordar retos sociales concretos, de los cuales no faltan en un país donde el Índice de Desarrollo Humano ha caído en picado en los dos últimos años. En 2021 bajó trece posiciones en este ranking global, situándose por debajo de la vecina República Dominicana, pero todavía por encima de países como México, Brasil o Colombia.
En este contexto, aparecen emprendedores con distintas estrategias de impacto social. Algunos, como Fabian, venden una parte de sus productos a precio de coste a personas mayores (la sociedad cubana está cada vez más envejecida, debido en parte a la creciente emigración), mientras obtienen beneficios con otras líneas de negocio. Otros, como Ariadna, promueven la cultura afrocubana (discriminada en muchos ámbitos) a través de experiencias turísticas y venta de productos artesanos. Otros impulsan ‘skate parks’ [parques para patinar] para jóvenes en barrios complicados, montan guarderías que acogen a niños con dificultades de aprendizaje, o lanzan sistemas de alquiler y reparación de bicicletas para promover el desarrollo local y ecológico.
Demandas comunes
Aunque la realidad a ambos lados del Atlántico es muy diferente, las empresas sociales piden cosas similares a sus gobernantes: financiación, ayudas fiscales y visibilidad.La financiación puede venir de inversores privados cuando estas empresas tienen modelos de negocio suficientemente rentables, o de fuentes públicas cuando las organizaciones abordan retos demasiado complejos para poder ofrecer grandes rentabilidades. En ambos casos, las administraciones públicas pueden ayudar creando la infraestructura y el ecosistema necesarios.
Una parte de esa infraestructura puede ser una forma jurídica específica para las empresas sociales, que les permita obtener ventajas fiscales ofrecidas por un estado que se estará beneficiando del apoyo que éstas prestan a colectivos vulnerables. En varios países europeos existen estas figuras, y en España se está trabajando en las Sociedades de Beneficio e Interés Común.
Por último, la visibilización del emprendimiento social es siempre un elemento necesario para su crecimiento y desarrollo, ya que todavía es un sector desconocido para muchos – consumidores, trabajadores, inversores o reguladores. Con estudios como el European Social Enterprise Monitor y con talleres sobre emprendimiento social como el que hicimos en La Habana esperamos contribuir en este camino.
Guillermo Casasnovas, profesor del Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de Esade e investigador del Esade Center for Social Impact