Con productividad declinante no hay paraíso que valga
La variable clave para generar riqueza y sostener ingresos y gastos públicos ha entrado en barrena por la pandemia y los cambios laborales
La Encuesta de Población Activa, la Contabilidad Nacional del tercer trimestre del año y los recientes registros de cotizantes ocupados de la Seguridad Social han celebrado con sobrada profusión política un nuevo récord cíclico de empleo, con más de 20 millones de ocupados, y la poca distancia que falta para superar el techo histórico de 2007. Una cifra, la conocida estos días, que supera en 670.000 el número de empleados de hace tres años (un 3,4% más); en 879.200 (un 4,74% más) los puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo; y en 850.000 (un 4,38%) el volumen de cotizantes con empleo.
Una fantástica noticia que esconde otra más bien alarmante. Con casi tres cuartos de millón más de empleados que hace tres años, los españoles hemos generado en el último ejercicio un PIB un 2,3% inferior al de entonces. Un desfase que en el mejor de los casos no absorberá la economía española hasta bien entrado 2024, según los cálculos generosos del Banco de España y de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, y retrasados sistemáticamente desde que la descomunal contracción de la pandemia arrasó la actividad en 2020.
La explicación es la pérdida sistemática de productividad, la aparente del factor trabajo y la acumulada por el resto de los factores productivos, iniciada en la primavera de 2020 y que solo ha vuelto a repuntar levemente en los últimos trimestres, en los que el avance del empleo ha empezado a resentirse. Toscamente, la productividad es la capacidad de una economía para generar cantidades y calidades crecientes de bienes y servicios a mayor ritmo que todos los inputs empleados en ello, sean trabajo, tecnología, materias primas o capital. Sin embargo, la economía española ha generado bienes y servicios por valor agregado inferior al de hace tres años, con una fuerza laboral notablemente superior. Toscamente, tomados por valores medios, los 20 millones largos de ocupados son ahora menos productivos que los 19 millones largos que tenía en 2019.
Pero lo acontecido con la productividad desde 2020 viene de antes, aunque se haya intensificado de manera muy exacerbada con la pandemia. Desde el verano de 2018, la productividad por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo (productividad aparente del factor trabajo), recogida en la Contabilidad Nacional de Estadística, entra en barrena para acumular nada menos que 13 trimestres ininterrumpidos de pérdida de pulso en términos interanuales. Y solo en los 4 últimos trimestres esta variable recompone la figura ligeramente. Puede tratarse de una variable de calidad débil, más nominal que cualitativa; pero arroja unas señales de alarma que deben ser atendidas, y sus causas, corregidas, antes de que la productividad integral encaje semejante correctivo.
La pérdida de valor de la productividad fue muy intensa durante los trimestres de la pandemia (con caídas interanuales de más del 5%), en los que el valor del PIB descendió más virulentamente que los puestos de trabajo. Pero se mantuvo durante todo el ejercicio de 2021, lo que abre interrogantes a la supuesta mejora de la productividad aportada por el teletrabajo y la inyección súbita de intensidad tecnológica.
Pero las preguntas hay que extenderlas a la inevitable incidencia que en la contracción del valor de la producción/trabajador ha debido tener un hecho contemporáneo como una reforma laboral que modificó el sistema de contratación y con ello las prácticas de las empresas, que además de cambiar nominalmente el estatus jurídico de parte de sus plantillas, optaron por fórmulas de tiempo parcial ante la incertidumbre inherente a toda crisis económica.
Es una evidencia que la elasticidad del empleo ha cambiado porque ha cambiado la norma laboral, puesto que no hay otra manera de interpretar que, con la economía en el filo de la contracción, se siga acumulando empleo. No hay ningún manual de economía de mercado que admita más empleo con menos PIB, salvo que en vez de generar empleo estemos hablando de generar empleos, que no es exactamente lo mismo. Se trata, sencillamente, de una fórmula de reparto de empleo. Además de una sustitución apreciable del empleo a tiempo completo por tiempo parcial (iniciada hace varios años), figuras como el nuevo contrato de fijos discontinuos, que es un contrato a tiempo parcial en cómputo de la jornada anual en vez de diario, se ha convertido en un refugio de actividades que antes utilizaban alternativas temporales.
En línea con este argumentario, llama también la atención que el notable aumento del número de empleados no tenga un correlato directo con el comportamiento de las horas trabajadas. En los últimos cuatro trimestres registrados (del 1 de octubre de 2021 al 30 de septiembre de 2022) se han trabajado 33.505 millones de horas, a una media de 1.630,8 horas por empleado; pero en los cuatro trimestres de octubre de 2018 a septiembre de 2019, los españoles trabajaron 33.984 millones de horas, a una media de 1.709,9 horas. El volumen de horas trabajadas desciende en un 1,4%, pero tomando el desempeño individualizado es de 79,1 horas menos, con un descenso del 4,62% por trabajador, muestra evidente de la contracción de la productividad del factor trabajo.
La explicación de este descenso está en parte en la generación intensa de empleos en actividades de servicios de valor añadido limitado (hostelería e inmobiliario, sobre todo), y en servicios fuera de mercado como la sanidad. Pero la productividad agregada de todos los factores y su comparación con los competidores europeos no ha ido mucho mejor. Los datos solo llegan a 2019, pero la variable registra en los cuatro años precedentes descensos continuados, lo que revela déficits no solo en la participación del trabajo, sino en el stock de capital productivo y en la intensidad tecnológica.
La productividad es el tuétano del esqueleto económico, y el verdadero motor de la generación de riqueza y de refuerzo de la competitividad de la economía, dentro y fuera de las fronteras, y solo con su avance sistemático es posible mantener niveles correctos de ingresos fiscales y de cotizaciones que hagan posible los niveles de protección real actuales y venideros. Recomponer la productividad es intensificar la inversión en educación y formación de la masa laboral, digital y analógicamente, y redoblar los esfuerzos inversores en tecnología y en un giro del aparato productivo hacia las manufacturas y los servicios de elevados estándares de valor. Sin todo ello, no habrá paraíso.
José Antonio Vega es periodista