El fracaso como oportunidad para emprender con éxito
Debe entenderse como un punto de inflexión, o bien para reafirmarse como emprendedor, o bien, para explorar nuevas rutas profesionales
Decía Thomas Edison que, para lograr inventar la bombilla incandescente, había encontrado 999 maneras de cómo no inventarla. Sin embargo, el gran inventor por antonomasia no consideraba todos esos intentos fallidos un fracaso, sino todo lo contrario, como parte de un proceso que le había llevado a conseguir, finalmente, el éxito.
Hay distintos modos de interpretar y afrontar el fracaso en el proceso de emprender una idea. Si traspasamos las fronteras geográficas, se puede observar una diferencia muy clara entre la actitud de la cultura empresarial española con la americana respecto al fracaso. En España, el miedo al fracaso es paralizador. Se suele ver desde un punto de vista trágico, como una pérdida de recursos y oportunidades y una sombra en el currículum difícil de eludir. En nuestra cultura, el fracaso es un concepto denostado y estigmatizado que suele obviar toda la experiencia y conocimiento que el emprendedor puede extraer de él. Y es que realmente no existe el método imbatible para crear un negocio exitoso sin tropiezos. Sin embargo, en EE UU, haber fracasado durante la trayectoria profesional reluce en el currículum como un mérito más. Para los empresarios americanos, aceptar el fracaso es el rito de iniciación en el sendero hacia el éxito.
La cultura de EE UU, especialmente la de Silicon Valley, se basa en la innovación y la experimentación como una manera de fallar y llegar al éxito. En el país norteamericano, no tener éxito es percibido como un motivo para aprender, generar cambios e innovar. Es más, suelen asociar el fracaso a la apertura de nuevas oportunidades. Peter Drucker, una de las figuras más reconocidas del management, una vez afirmó: “Cada éxito crea oportunidades. Lo mismo ocurre con cada fracaso”.
Tal y como reflexionaba en uno de sus artículos Xavier Marcet, presidente de la consultora Lead to Change: “El error deja un poso negativo, y el fracaso puede ser germen de positividad y de futuras innovaciones. El error es pusilánime. El fracaso puede ser amargo, pero fortalecedor”. Por lo tanto, el fracaso debe ser interpretado como una fuente de conocimiento y aprendizaje. Debe establecer las bases con suficiente experiencia para enriquecer y afrontar los siguientes retos con mayores garantías para seguir trazando dinámicas de innovación y emprendimiento.
A pesar de todo esto, el fracaso tampoco debe ser sobrevalorado, pues no tiene nada de agradable. Tenemos que ser capaces de gestionar todos los posibles riesgos, contar con un plan guía para pivotar cuando abandonamos la ambición inicial y compensar el coste de no prosperar en un proyecto con la entrega de resultados a largo plazo. Lo cierto es que emprender no es un camino para recorrer a medias.
Sin embargo, para mantener el ecosistema emprendedor nacional en auge, es vital desplegar una cultura capaz de asumir, afrontar y declinar el fracaso en positivo. Es esencial creer en la capacidad de las personas y apostar por el emprendimiento y la innovación con propósito, más allá del fracaso. Debemos ser tolerantes e indulgentes con aquellos fracasos que parten de una exploración comprometida con la innovación: desafiar las ortodoxias de las organizaciones más tradicionales, aplicar soluciones tecnológicas disruptivas o validar modelos de negocio potencialmente escalables.
Sin fracaso empresarial no existe la innovación, afirmaba Henry Chesbrough, experto en innovación empresarial y profesor en la Haas School of Business de la Universidad de California, Berkeley. El autor hacía una distinción entre el error y el fracaso que hoy merece la pena recordar: “El fracaso nace intrínsecamente del proceso de explorar nuevas ideas, de innovar. Se trata de un aprendizaje constante. Mientras tanto, el error se limita a repetir el mismo proceso anterior sin un aprendizaje previo.”
A pesar de todo esto, debemos de ser justos con la dificultad que supone introducirse en un proceso de emprendimiento. Trazar nuevas rutas a diario, seguir pivotando con un modelo de negocio cada vez más obsoleto y sobrevivir al cambio constante supone un gran reto y una complejidad inmensa para acabar encontrando el verdadero camino hacia el éxito.
Aprender del fracaso no es un proceso fácil. El por qué un negocio no ha conseguido prosperar no está escrito explícitamente entre las páginas y los esquemas del business plan. Lo cierto es que el fracaso en sí mismo puede ser nítidamente desalentador, pues tampoco es un indicio de tener éxito a corto o medio plazo. Sin embargo, el fracaso es más habitual que el éxito en el mundo de la innovación y el emprendimiento. Se estima que entre el 75% y el 80% de las startups no prospera y desaparece en su etapa más inicial o death valley. Estos fracasos no suelen aparecer en los medios de comunicación e, incluso, detrás de las grandes rondas de financiación y los éxitos más reconocidos dentro del ecosistema innovador, se disimulan innumerables deudas y vidas tocadas. Son miles los proyectos que no lograron sobrevivir porque no lograron adaptarse al ritmo vertiginoso de un ecosistema tecnológico y emprendedor en constante aceleración y cambio.
Iniciar un proyecto empresarial desde cero no es fácil. Emprender conlleva asumir grandes riesgos tanto a nivel económico como a nivel emocional. Para ello, es fundamental poner en primer lugar la salud mental del emprendedor durante todo el proceso de emprendimiento, especialmente antes de volver a emprender un negocio y reorientarse laboralmente tras un proyecto fallido reciente.
Por todo esto, para que el emprendedor pueda seguir manifestando todo su talento y aplicando innovación en cada una de sus áreas de especialidad, su presente debe de estar más relacionado con el futuro que con el pasado. Es imprescindible recuperar al emprendedor emocionalmente después del fracaso y dotarlo de la resiliencia y agilidad suficientes para que pueda seguir ideando nuevos modelos de negocio, o bien, apoyando a otras compañías con todas sus capacidades, desde su experiencia y conocimiento.
El fracaso debe de ser entendido como un punto de inflexión, o bien, para reafirmarse como emprendedor, o bien, para explorar nuevas rutas profesionales. El auténtico talento se puede manifestar en cualesquiera de sus formas, poniéndolo al servicio de la empresa para crear proyectos verdaderamente transformadores y dar respuesta a los desafíos corporativos contemporáneos.
Víctor Giné es fundador y CEO de Oryon Universal