Empresas en busca de un asiento en el G20: el poder que traspasa fronteras
Si el valor total de mercado fuera una medida equiparable al PIB de un país, la lista de las naciones más ricas del mundo en 2021 hubiera incluido a Apple como la octava ‘nación’ sobre la faz de la tierra
Estados Unidos es la nación más rica y poderosa del mundo, ¿pero quién ocupa el octavo lugar? Atendiendo a la clasificación por PIB de 2021, elaborada por el Banco Mundial, se trata de Italia. Aunque en el hipotético caso de que el valor total de una empresa (su capitalización bursátil) se pudiera equiparar al PIB de una nación, el puesto octavo del mundo no estaría ocupado por un país, sino que lo haría una compañía. Se trataría de Apple.
Si bien el poder y el monopolio de la violencia lo ostentan los Estados, las grandes empresas juegan un innegable papel dentro de la sociedad. Su carácter transfronterizo, sus numerosos empleados, su riqueza, su capacidad de innovación y el hecho de que sean ellas las que se encargan de resolver casi la totalidad de las necesidades de los ciudadanos a lo largo y ancho del globo son algunas de las razones que explican su peso y el porqué, en ciertos casos, tienen más relevancia que países de renta baja.
“Siempre pensé que el CEO de Coca-Cola tiene más poder que los presidentes de muchos países. Disponen de más de 24 millones de puntos de venta y operan en 200 naciones. Se han de adaptar a regulaciones, claro, pero tienen sus propios camiones, barcos… Para las grandes empresas no existen las fronteras”, opina una fuente cercana al sector tecnológico que prefiere mantener el anonimato para este reportaje.
En este baile de poder, los Gobiernos y los organismos supranacionales preparan normas para controlar a las grandes empresas. Un ejemplo de esto sería el sector tecnológico. En Estados Unidos se ha intentado impulsar una nueva regulación para las big tech. En Europa, el acto de servicios digitales obligará en un futuro a que estos gigantes ofrezcan más alternativas a los usuarios. Más allá de un sector en concreto, el G20 trabaja para fijar un tipo mínimo de sociedades a nivel global.
Pese a estos esfuerzos, al mismo tiempo, a la hora de regular, los que toman las decisiones tienden a escuchar la voz de estas grandes corporaciones.
Así lo explica Olivier Hoedeman, coordinador de Corporate Europe Observatory (CEO), una ONG asentada en Bruselas dedicada a vigilar y estudiar los esfuerzos de presión que ejercen las compañías privadas sobre las instituciones europeas.
“Muchos Gobiernos, y también en la Unión Europea, ven a las empresas o a sus grupos de influencia como la primera voz a la que acudir cuando están preparando regulaciones. Esto se debe a la imagen que trasladan de que ellos traerán prosperidad, de que facilitarán un mejor futuro para la sociedad. Que están ahí para ayudar a los que toman las decisiones. Esta mentalidad cala en muchos políticos y llegan a pensar que lo que es bueno para estas compañías que influyen, lo es también para el conjunto de la sociedad”, resume.
Puede que no tengan pelotones de gente armada, pero las grandes empresas tienen, según Hoedeman, otro tipo de ejércitos. En concreto, se trata de un batallón de abogados y personas especializadas en las relaciones públicas. Sus misiones pueden variar enormemente de una compañía a otra, pero la caja de herramientas que emplean no lo hace tanto, según el coordinador de la ONG.
En este sentido, Hoedeman señala que puede influirse en la legislación a través de reuniones directas con los políticos, también puede ser a través de formar parte de los grupos de expertos en los que se apoya la UE, que son los que en muchos casos elaboran borradores de las normas.
Otra herramienta consiste en amplificar la voz de las compañías. “Con un montón de voces diciendo lo mismo, consigues fortalecer el mensaje. Su mensaje será más eficaz si tienen a más gente respaldando su punto de vista. Una manera de hacer esto puede ser, por ejemplo, tener un think tank produciendo informes que digan el mismo mensaje. Puede ser a través de organizaciones que se hagan pasar por representantes de la ciudadanía y que en el fondo están financiadas por empresas, o incluso que hayan sido creadas por ellas, quizás con la ayuda de una consultora de lobbies”, sostiene Hoedeman. Respecto a qué tratan de cambiar de las normas, el coordinador responde que, generalmente, las grandes empresas tratan de influenciar aspectos muy específicos de la legislación.
Para disipar dudas sobre si esto sucede realmente o no, el experto remite a dos ejemplos concretos.
El caso Uber
El pasado mes de julio, The Guardian junto a una alianza de medios destaparon los conocidos como Uber files. Se trata de una serie de 124.000 documentos filtrados por Mark MacGann, antiguo lobbista jefe de Uber para Europa, Oriente Medio y África. En los papeles quedaban plasmados los esfuerzos que la plataforma de transporte realizó entre 2013 y 2017 para influir a figuras como Joe Biden, Olaf Scholz o Emmanuel Macron. En los dos primeros Uber no tuvo mucho éxito, según el diario británico, pero fue distinto en el caso del último.
“La filtración contiene también mensajes de texto entre Kalanick (el cofundador de Uber y persona entonces al cargo de la empresa) y Macron, quien de forma secreta ayudó a la compañía en Francia cuando era ministro de Economía, permitiendo a Uber un acceso directo a él y a su gabinete”, detalló la citada publicación.
“Diferentes Gobiernos e incluso la Comisión Europea fue instrumentalizada por Uber. Es una llamada de atención que invita a ser más escéptico respecto a estas empresas que introducen nuevos modelos de negocio que pueden parecer atractivos. Si los analizas en detalle, algunos de estos modelos representan un peligro para los derechos de la ciudadanía. En el caso de la Comisión Europea, el asunto de Uber fue tan lejos como que la Comisión no implementó sus propias normas sobre puertas giratorias en el caso de la excomisaria europea de competencia Neelie Kroes”, indica Hoedeman.
La pandemia y la vacuna
Hay numerosos sectores que hacen muchos esfuerzos para influir. El observatorio corporativo identifica a las compañías de petróleo y gas, las químicas y las grandes tecnológicas como los sectores que más lo intentan en Europa. Las grandes tecnológicas son las que más dinero dedican a lobbies por el momento. Pero el dinero no es igual a influencia. Hay sectores que gastan menos, pero que han demostrado ser poderosos a la hora de establecer su visión. El ejemplo de esto es el farmacéutico.
“La experiencia que hemos tenido con la pandemia demuestra que ya tenían una gran influencia en Europa para cuando el Covid-19 llegó. La respuesta lógica ante una crisis sanitaria como la que vivimos hubiera sido liberar las patentes de las vacunas para facilitar su acceso a la población. La industria farmacéutica fue capaz de evitar esto y estaban extremadamente determinados a conseguirlo. No solo lograron subsidios de Gobiernos, sino derechos intelectuales sobre las vacunas y poder de decisión sobre quién tenía preferencia a su acceso y quién no”, asevera Hoedeman.
La ONG destaca el cambio de criterio que realizó Europa al respecto de este tema. “Cuando la pandemia empezó en la primavera de 2020, en los primeros meses, la postura de la Comisión Europea era la de que se necesitaban desarrollar las vacunas lo antes posible y que deberían ser un bien público global, lo que significaría que todo el mundo podría tener acceso a ellas. Se puede apreciar un cambio de 180 grados en la postura de la Unión a medida que avanza el verano de 2020. La idea de las vacunas como un bien público global desaparece, no se hace mención a compartir la propiedad intelectual y se llega a un acuerdo ventajoso para las farmacéuticas mediante el cual les prefinanciaban la investigación y se hicieron preórdenes de millones de dosis incluso antes de que la vacuna existiera”, recuerda el coordinador de CEO. A sus ojos, esto sería un ejemplo perfecto de qué ocurre si se deja vía libre a los designios corporativos.
¿Qué está en juego?
Además del riesgo de que las respuestas que se dan a los problemas comunes no obedezcan exclusivamente a pensar en el bien común, respecto al papel de la influencia corporativa y el poder de las grandes empresas, la fuente que prefiere permanecer en el anonimato cree que hay más en juego.
“Lo que nos estamos jugando es que llegue un punto en el que todo pase por las mismas manos, al estilo de los pueblos mineros. Una empresa que contrata a los trabajadores, empleados que luego gastan el dinero en el supermercado de la empresa o en el bar que la compañía ha montado. Todo queda en las mismas manos. Por otro lado, está el riesgo de quedarnos estancados. A largo plazo este modelo de grandes compañías dominando el mercado redunda en una menor innovación, porque para qué van a innovar si ya tienen el mercado. La innovación nace de la necesidad”, reflexiona.
En enero de 2019, el fundador de Alibaba, Jack Ma, pronunció un discurso en Davos ante el Foro Económico Mundial. En aquel entonces, argumentó en su discurso que la globalización de los últimos 20 años estaba controlada por apenas 60.000 empresas en todo el mundo, lo que, según él, no es lo suficientemente inclusivo. “Imagínense si pudiéramos ampliar esa cifra a 60 millones de empresas”, dijo antes de hacer un llamamiento a “los países en los que el Gobierno tiene la sabiduría y el valor de apoyar a las pequeñas empresas”. La citada fuente cree que lo que se está dirimiendo es si el mundo será uno de muy pocas empresas muy poderosas o uno de muchas, pero menos fuertes. La fuente prefiere la segunda opción.
Una lección a extraer
Por su parte, Hoedeman piensa que la lección crucial es que los que toman las decisiones son elegidos para defender el interés público. “Tienen que estar muy alerta y ser conscientes de que el proceso de toma de decisiones puede ser capturado por empresas ricas y poderosas y que trabajan constantemente para ello. Deben priorizar el interés público y mantener una postura crítica con las grandes corporaciones, sus modelos de negocio y el tipo de sociedad que crearían”, afirma.
Pese a todo, las empresas son actores recomendables en la toma de decisiones normativas, ya que aportan un conocimiento de sus respectivos sectores que los legisladores no tienen. Sin embargo, Hoedeman explica cuál es la sutil señal de que una empresa puede estar buscando su beneficio más que ayudar al bien común. “La línea que distingue entre aconsejar al poder o tratar de beneficiarse de ello puede dibujarse en base a quién toma la iniciativa y quién se encarga de fijar el contexto y los parámetros de ese diálogo. Ahora lo que vemos es que tanto las empresas como los diferentes grupos de presión están siendo de forma continua extremadamente proactivos, empleando su esfuerzo en crear campañas que sirven para fijar su agenda, con el fin de determinar lo máximo posible las decisiones que toman los Gobiernos”, alerta Hoedeman.
“En una democracia plena, los responsables de elaborar las leyes deberían ser los que salieran a buscar la información que necesitan para tomar las decisiones. Se puede organizar este proceso de forma transparente y abierta. Se pueden organizar encuentros con diferentes partes a la vez, con intereses distintos que expresen cada uno su visión e incluso debatan entre ellos”, sugiere.
¿Por qué Silicon Valley está a favor de una renta básica?
En un artículo para Unherd, un think tank dedicado a pensar en contra de la “mentalidad de rebaño”, el presidente adjunto de futuros urbanos en la Universidad californiana de Chapman, Joel Kotkin, mencionaba la posición favorable a la renta básica universal que grandes cabezas visibles de Silicon Valley como Mark Zuckerberg, Sam Altman o Elon Musk han hecho pública.
“Es posible imaginar una sociedad futura en la que una élite empresarial hiperproductiva entregue comida, casa y ocio a una masa desmotivada y con empleos precarios o, directamente, sin trabajo. Esta perspectiva de que los Gobiernos proporcionen a sus ciudadanos subsidios no ganados para impulsar el consumo parecería un ajuste natural para una población desmotivada y que a menudo carece de habilidades útiles en la nueva economía. En el futuro, las masas desmotivadas podrían tener una vida más cercana a la de un preso que a la de un ciudadano”, escribió.