Es urgente: la sostenibilidad tiene que ser rentable
El fin de la regulación europea es un cambio de modelo económico que ya no se puede ignorar porque afectará a todas las empresas
Hace ahora tres años que dejé el mundo financiero para aprender a surfear la ola que intuíamos iba a llegar –tsunami, mejor dicho– y hoy ya constatamos que ha impactado de diversas maneras en la economía y el tejido empresarial. Justo el sistema financiero y el mundo del capital, los que han tenido que correr y adaptarse, están siendo catalizadores de la transformación que las empresas deben abordar en lo que a sostenibilidad corporativa se refiere.
Ya no solo hablamos de normas como la directiva europea de finanzas sostenibles (SFDR), que exige a quien invierte capital que reporte cuánto de sostenibles son las empresas en las que participa. También empieza a premiar a los inversores que buscan impacto positivo y, poco a poco, pone contra las cuerdas todo aquello (inversión o empresa) que no tenga en cuenta las consecuencias medioambientales o sociales de su actividad.
Si hablamos del acceso a la financiación, imprescindible como el agua para las empresas, hasta hace no mucho estaba ligada únicamente a un análisis de riesgos financieros. Sin embargo, ahora se tienen en cuenta aspectos como el principio Do not significant harm (DNSH) o riesgos medio ambientales, además de poner en valor las actividades que velan por una mejora del bienestar de las personas o tienen en cuenta que las empresas implementen unos adecuados órganos de gobierno para una mejor toma de decisiones.
Ya no solo hablamos de cuidar el planeta y a las personas, también hablamos de gestión de riesgos y de qué es aquello que puede hacer que la compañía sufra o siga creciendo reforzada.
Tengo la suerte de estar muy cerca de donde se cocinan las diferentes normas europeas relacionadas con la sostenibilidad y es gratamente curioso constatar que, detrás del ansia regulatoria que disfrutamos en Europa, hay una clara estrategia muy bien diseñada. Su objetivo es dirigir y virar la economía hacia ese concepto etéreo y confuso de economía sostenible (siendo ambicioso, economía de impacto) para guiarnos hacia un necesario cambio de modelo económico que, sin duda, condiciona la vida de las empresas.
Ese tsunami nos trae el reglamento de taxonomía medioambiental, taxonomía social, taxonomía digital, la directiva CSRD, diligencia debida, estándares europeos, etc. El regulador no solo utiliza a los bancos como palancas movilizadoras, también usa el compliance para exigir transparencia y, por fin, pone las reglas del juego para que de verdad se constate quién hace bien las cosas llevando a cabo una gestión responsable de la empresa en cualquier ámbito y, por tanto, tiene una empresa que se mantiene, perdura y es sostenible.
Ya no solo hablamos de las empresas que por tamaño o sector deben cumplir con exigencias regulatorias de reporting y transparencia presentando cada vez más datos objetivos y métricas que vinculan el desempeño de las actividades en ámbitos sociales, medioambientales y de gobiernos corporativo con la evolución económico-financiera. También hablamos de cómo todo el tejido pyme está afectado de una o de otra manera.
Y es que, si quieres financiación, se va a analizar tu desempeño con criterios ESG. Si tu cliente es la administración, el filtro cada vez es más verde. Si quieres ser proveedor de una de esas empresas de gran tamaño, ya te obligan a cumplir determinados parámetros de sostenibilidad. Si tu cliente es el consumidor, aunque lentamente, evolucionamos hacia un consumo cada vez más consciente que demanda esas prácticas.
Ya no estamos hablando únicamente de la necesidad de ser sostenible, también hablamos de la urgencia de que la sostenibilidad sea rentable y, para eso, necesitamos más digitalización, más tecnología, más innovación, pero, sobre todo, más gestión responsable que analice por dónde empezar, qué retos abordar y desaprender lo suficiente para darse cuenta de que las olas o los tsunamis no se pueden parar ni obviar.
Raúl Mir es Fundador y CEO de Ângela Impact Economy