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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La indecisión alemana frente a la guerra: ni ángeles ni dioses

La respuesta de Berlín hasta ahora: sí a enviar armas, pero no embargar el gas, porque las consecuencias serían incalculables

No somos ángeles, ha reconocido Robert Habeck, el ministro verde de Economía alemán. Lo dice por el presente y por el pasado político y económico reciente. “¿Cómo movemos nuestros vehículos? ¿No es con combustible de Arabia Saudí? Sufrimos el drama ucraniano causado por Putin, pero nos paseamos en coche con energía saudí. Deberíamos saber que todo lo que hacemos tiene consecuencias.” Ucrania pide solidaridad total: armas pesadas y un bloqueo inmediato del gas y el petróleo rusos. Pero, ¿qué piensa la industria y la economía alemana sobre el eventual embargo? La economía está en estado de shock, admite su dependencia global y sus miedos, y reconoce que tiene que virar. Al mismo tiempo, la presión mediática sobre el Gobierno es enorme, se le acusa incluso de buscar una vía entre el genocidio y la recesión económica. Mientras Alemania disfruta de una Semana Santa soleada y tranquila, Ucrania está en una guerra como no había vivido Europa desde 1945. Esa ambivalencia se percibe en el rechazo del Gobierno ucranio al viaje previsto a Kiev del presidente federal alemán, Frank-Walter Steinmeier. A quien Ucrania espera es al canciller para que no solo hable, si no decida.

Berlín arriesga su bien más preciado: la estabilidad social y el consenso político. El prestigioso Süddeutsche Zeitung se pregunta: “¿Cuánto valor tiene la paz? ¿Quién se atreve a calcular los costes políticos y económicos que se derivan de las dudas alemanas?”. Berlín está entre la espada y la pared, sobre todo por su responsabilidad histórica. Incluso grandes figuras de la economía, como la presidenta de Trumpf, Nicola Leibinger-Kammüller, dicen que prefieren “renunciar al negocio que renunciar a la decencia”. La empresaria defiende la globalización y reconoce que el embargo total sería un desastre para la economía y para la población; pero defiende las sanciones a Rusia. Con ella está el 40% de las empresas alemanas, según un estudio representativo realizado por el German Business Panel, de la Universidad de Mannheim. El 80% cree que la guerra afectará muy negativamente a su negocio y que 2022 será peor que el de la pandemia 2021, aunque este no fuera un mal año para los 40 consorcios del índice Dax.

La respuesta alemana hasta ahora ha sido: sí al envío de armas, pero no al embargo de gas, porque las consecuencias serían incalculables. Además, Berlín argumenta que no hay una respuesta fácil a Putin, ya que los tanques que aplastan Ucrania y los misiles que lanzan los rusos se han financiado con los errores cometidos por Alemania y Europa en el pasado.

Habeck, quien tiene previsto que la economía crezca solo 1,4 % este año, se doctoró en Filosofía y está casado con una escritora. El ministro verde es un intelectual doctorado en la estética de la literatura, y eso se nota. El canciller socialdemócrata Scholz estudió Derecho laboral. Ambos, muy diferentes, se complementan ante una opinión pública que critica la complicidad de la política alemana con Putin en el pasado. Estos últimos días se han escuchado muchos lamentos... Varios políticos han expresado públicamente su arrepentimiento. Entre ellos, el presidente federal Steinmeier, quien fue ministro de Exteriores y modelador de la política rusa de Angela Merkel, y la presidenta de Mecklenburg- Vorpommern, Manuela Schwesig, por su apoyo al proyecto Nord Stream 2, el gasoducto ruso-alemán de gas natural que permitiría aumentar la influencia de Rusia en Europa. Ambos afirman que, desde el punto de vista de hoy, cometieron errores; sobre todo, considerar a Vladímir Putin un buen tipo con el que hacer buenos negocios. Volodímir Zelenski ha vetado la visita del presidente alemán por su negativa a dejar de depender del gas ruso. La cuestión es que ya en 2008 Putin marcó el regreso de una Rusia agresiva con el ataque bélico a Georgia, luego en 2014 se apoderó de la península de Crimea, respaldó a los ejércitos separatistas en el oeste de Ucrania y el pasado febrero invadió Dombás. A pesar de ello, Alemania apostó por el modelo de energía barata rusa, sin atender las advertencias expresadas por este europeo. El irlandés Simon Coveny ha avisado de que el próximo paso de la Comisión europea será un embargo parcial del gas y el petróleo ruso. Según el think tank Bruegel, la UE importa petróleo ruso por 450 millones de euros diarios.

A pesar de todo, la credibilidad del Gobierno rojiverde y liberal alemán es enorme. Quizás porque ni el canciller socialdemócrata ni los dos ministros responsables del dinero se andan con contemplaciones. Olaf Scholz dice que Alemania se empobrecerá; Christian Lindner, jefe de Finanzas, que vamos hacia tiempos más difíciles; y Robert Habeck, que los alemanes estaban viviendo en el limbo. El ministro verde de Economía ha explicado en un programa de debate televisivo que “los alemanes se habían creído que estaban al lado de los buenos, tanto si repostaban sus coches como si comían carne; pero, ¿cómo es la cría de cerdos en nuestro país (no ecológica) o de dónde viene el petróleo (de Arabia Saudí)?”. Su conclusión es brutal: “Con nuestra forma de vida estamos contribuyendo a la devastación del planeta”. Tras sus palabras, nadie le ha criticado por sermonear al país sobre cómo hay que vivir. Habeck se ha convertido en el segundo político mejor valorado por la población, reconociéndole su esfuerzo por compaginar la estabilidad económica con la lucha por desvincularse de la energía rusa y encauzar el cambio energético. Por ahora los ciudadanos están con él. Comunica contando la realidad, sin contemplaciones. Y expresa sus dudas personales y políticas. Cuando le entrevistó la televisión alemana en Qatar comentó: “Entiendo que este entorno de rascacielos impecables y de sol y cielo azul resulten disparatados teniendo en cuenta la guerra y los problemas en Alemania, pero he venido a buscar soluciones.” Habeck justificó su visita a Qatar porque trata de liberarse del gas de Putin. La primavera ha llegado y el país no necesita calefacción; pero cuando Putin cierre el grifo del gas o el precio del petróleo se dispare, Habeck tendrá un problema.

El embajador ucranio Andrij Melnyk reconoce que “los alemanes están ahora revisando sus supuestas verdades. Vivían en un mundo rosa y seguro, tanto desde el punto de vista militar como del energético." Pero Scholz no acaba de arrancar. Ni va por ahora a Ucrania ni suministra los tanques pedidos por Melnyk al Ejército alemán. Tampoco Angela Merkel ha respondido a las críticas por su decisión en 2015 a favor de Nord Stream 2. La guerra está ahora cambiando Alemania. Pero citando de nuevo al filósofo Habeck en el Gobierno: los alemanes no son ni ángeles ni dioses.

Lidia Conde es analista de economía alemana

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