La guerra reparte cartas nuevas para la partida de la inversión
La guerra de Ucrania, como todas las guerras, cambia los escenarios político, social y económico, en este caso a nivel global, pero muy particularmente a nivel europeo. Es innegable que la globalización económica encaja un golpe duro con este conflicto, puesto que es muy difícil de practicar en términos económicos y financieros si se restituye la vieja geopolítica de bloques. La consecuencia más directa es una elevada barrera al comercio internacional y un encarecimiento de todas las transacciones, con el consiguiente castigo al crecimiento económico. Pero el conflicto de Ucrania pone a Europa ante el espejo para reconocer que carece de autonomía energética e incluso de autonomía defensiva, dos cuestiones que debe resolver en el mediano plazo para frenar tanto los caprichos económicos como los desafíos expansionistas del imperio ruso, cuestiones tan viejas como la historia.
Los fundamentos de la inversión están desde hace dos semanas en cuestión, porque el conflicto bélico ha repartido cartas nuevas, y los escenarios diseñados para este año deben ser renovados. Si tras superar la pandemia de Covid los gestores habían girado su apoyo hacia los valores tradicionales y hacia el value, dejando de lado la exuberancia de la tecnología en los últimos ejercicios, si se había recuperado el gusto por los valores cíclicos tras haberlos denostado, ahora el miedo escénico que la guerra genera sobre la economía por la debilidad de la confianza y la evaporación de las expectativas positivas ha devuelto el favor de los entendidos a los títulos defensivos y a las apuestas de crecimiento.
Las farmacéuticas, las alimentarias, las energéticas y hasta las tecnológicas aparecen de forma recurrente en las carteras de inversión, o bien por su demanda garantizada o bien por estar en mejor disposición de llegar a sus márgenes y precios finales las embestidas de la inflación desatada por el súbito repunte de la actividad tras el Covid y acelerada por la crisis energética actual. Los analistas siguen apuntando hacia las empresas que lideran sus mercados y tienen capacidad para dictar precios; a las que tienen niveles cómodos de endeudamiento y están al margen del riesgo de subida de los costes de financiación que la inflación parece que hará inevitable; a las que generan caja con regularidad y con la misma regularidad distribuyen sus beneficios a los accionistas. En todo caso, siguen identificando la renta variable como el mejor cauce para capturar rentabilidad, aunque siempre aparejada de un determinado nivel de riesgo. En el caso de la deuda, únicamente si se trata de mantener los títulos hasta vencimiento para cobrar cupones regulares más elevados que los del pasado tiene atractivo para el inversor particular.