Más balas para la inflación
El conflicto ucraniano ya tiene un impacto en la subida de precios que puede aumentar todavía más. En muchas plazas surgirán riesgos de estanflación
La guerra es una enorme desgracia que viene acompañada de duras consecuencias económicas. Los consensos y estructuras institucionales se rompen. Ya decía Cicerón que “las leyes callan cuando las armas hablan.” No obstante, las consecuencias no guardan silencio. Son ya globales. Los problemas comerciales y de provisión de materias primas no van a ir a menos mientras este conflicto persista – de momento no ha hecho sino escalar–, pero el gran fantasma sigue siendo la inflación. En Rusia ya lo deben de tener claro en ese debate interno entre patriotismo y duras consecuencias económicas. El rublo por los suelos, los canales bancarios cortocircuitados y los problemas de suministros amenazando ya a buena parte de la población rusa. En Estados Unidos, muy lejos de la situación del eterno rival, tienen algo más que malestar con sus propias tensiones inflacionarias. En países como España, aunque los últimos datos no pueden reflejar todos los efectos de la guerra en Ucrania, la inflación se ha disparado al 7,4% en enero, su mayor nivel desde julio de 1989.
Uno de los grandes errores que podemos cometer los economistas es tirar simplemente de la apariencia de los números para evaluar el impacto económico del conflicto ucraniano. Rusia representa tan solo el 3% del comercio mundial. Sin embargo, las ramificaciones de la guerra son múltiples. No se puede considerar que este conflicto tiene límites bien marcados, sin capacidad de sorprender. Lo hace cada día. La contienda ya tiene un impacto en la subida de precios que puede subir de forma muy significativa. Si se acompaña de nuevas disrupciones en canales de suministros la recuperación económica estará algo más que amenazada. En muchas plazas lo que surgirá, más bien, serán riesgos de estanflación (escaso o negativo crecimiento del empleo acompañado de inflación).
No traten de mirar a los bancos centrales como solución infinita y permanente. Es una tentación que todos hemos cometido los últimos catorce años. La guerra en Ucrania solo acrecienta el dilema de las autoridades monetarias. Dado que la inflación puede irse más arriba de lo esperado, la reacción a una política monetaria más restrictiva de los banqueros centrales puede acelerarse o intensificarse. Muchos analistas ya consideran que la Reserva Federal podría actuar con subidas de tipos de interés de hasta medio punto. En la eurozona, Lagarde ha intentado una suerte de haré lo que sea necesario, al más puro estilo Draghi, pero parece que también se va a enfrentar a un duro dilema: no cambiar significativamente su estrategia o descarrilar la recuperación. En todo caso, en crisis inflacionarias por el lado de la oferta, la efectividad de las acciones de los bancos centrales es limitada.
Las primeras consecuencias han venido por la escalada de precios del crudo. Todos los importadores de petróleo (desde media Europa hasta casi toda Asia) están alarmados con los costes que se están asumiendo y que previsiblemente tendrán que asumirse durante un tiempo. Es preciso considerar la perspectiva actual de los mercados, incluidos los cambiarios. La salida de la crisis del Covid-19 está aún por producirse en numerosos emplazamientos globales y ya han existido no pocas complicaciones en el comercio y en las transacciones con commodities y materias primas. Desde Indonesia hasta India, las divisas asiáticas comienzan a sudar ante la previsión de estos problemas de suministros y el comercio global puede verse, una vez más dañado. No podemos olvidar que en Asia ha habido una lucha desigual contra el Covid-19 y que, ahora, se registran las consecuencias en importantes plazas como Hong-Kong o Singapur.
En este juego de a mí no me afecta sobre la escalada militar en Ucrania, tal vez el mayor riesgo es que Estados Unidos considere que la película no es del todo de su incumbencia. En apariencia no es del todo así, pero los especialistas en la materia consideran que la velocidad y sorpresa de las acciones rusas han superado, hasta ahora, ampliamente la respuesta occidental. No obstante, ha sido llamativo el anuncio de rearme e inversión militar de países como Alemania. Asimismo, es cierto que hay una batalla brutal de naturaleza económica vía sanciones, y hay que esperar a que surtan efecto. Sin embargo, los tanques siguen avanzando mucho más allá de donde se podía pensar hace pocas semanas.
Uno de los mayores costes –que se incorpora a la inflación– es el de la incertidumbre. Cuando Estados Unidos creía tener un plan para atajar los precios al alza (en máximos de 40 años) los cortocircuitos internacionales vuelven a amenazar la estrategia, obligando a su reformulación. La cadena de impulsos inflacionarios es larga. Desde el crudo al gas. Del gas al aluminio y otros metales y, de ahí, a las cadenas de suministros de chips y semiconductores. De nuevo. Otros canales afectados de importancia global son algunos de los que afectan a alimentos (como los cereales) y, por supuesto, al transporte. En este último caso, no solo por el precio del combustible, sino porque se venía de problemas alentados por la pandemia que ahora se retroalimentan. Inflación e incertidumbre son como gasolina y fuego.
Los mercados van a ser un termómetro estresado de la situación en Ucrania. La estimación promedio es que –a pesar de las subidas y bajadas recientes– la contienda se llevará un 10% del valor bursátil en las principales plazas globales en las próximas semanas. Si la horquilla se mueve hacia el 20% será por la anticipación de problemas globales mucho más agudos y, sobre todo, de una inflación que aún permanecerá con nosotros bastante tiempo.
Santiago Carbó es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada. Director de Estudios Financieros de Funcas. Colaborador de Cunef.