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Las empresas de EEUU se preparan para la vida en morado (azul+rojo)

Las tecnológicas, las infraestructuras, el transporte público y la energía verde marcarán la agenda

EFE

Las empresas estadounidenses han tenido tiempo de sobra para pensar en lo que supondrá para ellas la presidencia de Joe Biden, gracias en parte a múltiples sondeos que predecían una victoria por goleada que no acabó de concretarse. Pero los resultados de las elecciones, y la persistente incertidumbre sobre cuál de los partidos dominará el Senado, sirve de entrante para la paralización y para lo que nos aguarda más adelante.

El negocio del dinero esquivó la gran ola azul, pero una marejadilla morada (azul demócrata + rojo republicano) podría aún salpicar a los másteres del universo. Antes de las elecciones, el peor escenario posible para bancos como JPMorgan, Goldman Sachs o Citigroup era que los demócratas se hiciesen con el control de las dos cámaras. Eso habría supuesto una plataforma clara para ideas como la división de grandes bancos en otros más pequeños que propuso el senador Bernie Sanders, el nombramiento de Elizabeth Warren como secretaria del Tesoro, o propuestas para restringir las recompras de acciones e imponer impuestos a las operaciones financieras.

Estas posibilidades se van disipando por improbables. Aunque el presidente Biden podría poner a personas de su confianza al frente de los reguladores financieros, lo más probable es que tengan que ser del gusto de los moderados, incluso si los demócratas logran el control del Senado. Hay ejecutivos del sector financiero que podrían optar a esos puestos.

La otra cuestión delicada son los impuestos. Biden propone subir el impuesto de sociedades del 21% al 28%, lo cual afectaría a las entidades financieras y a la mayoría de las empresas en general. Pero su idea de elevar los tipos impositivos para los que más ganan y para las plusvalías golpearía duro al sector financiero, con toda la riqueza que acumula. También eso parece que tendrá que rebajarse sustancialmente.

Para las grandes empresas tecnológicas, lo que viene ahora es más cuestión de personas que de políticas. Google, que pertenece a Alphabet, Amazon.com, Apple y Facebook están siendo investigadas por el Departamento de Justicia o por la Comisión Federal de Comercio. La gran variable será a quién escogerá la administración de Biden para que lidere el procedimiento, y hasta qué nivel llega la agresión resultante.

El sector tecnológico ocupa el lugar poco envidiable del que tiene enemigos a diestra y siniestra. Pero el hecho de que un partido u otro controle el Senado por un margen muy estrecho beneficiará a las grandes compañías. Dificulta la aprobación de leyes antimonopolio que faciliten la división de empresas en unidades más pequeñas o que prohíban la compra de empresas rivales. El área que sí podría registrar un progreso significativo son las propuestas para reforzar la privacidad.

En materia de infraestructuras, Biden ha prometido un programa de 2 billones de dólares centrado en las energías limpias, trabajos bien remunerados, y equidad en cuanto a dónde y cómo se realizan las inversiones. Trump ha rebajado los trámites que podrían estrangular a los proyectos de infraestructuras del sector privado, algo esperanzador para las empresas que invierten en esto, como Brookfield Asset Management y Blackstone. Las exenciones fiscales y otros incentivos podrían propiciar las inversiones. Pero está el peligro de que esto suponga una pesada carga para el presupuesto federal.

Un análisis salido de Wharton indica que un mayor gasto federal en infraestructuras puede permitir a los estados y municipios gastar menos, pero esos proyectos impulsan la productividad, y por tanto los salarios y el PIB. Si quieren movilizar grandes reservas de dinero a la espera de su oportunidad, los estados y municipios quizá tengan que hacerse más amigos del sector privado. Si se hace bien, la inversión en infraestructuras trae cuenta.

El transporte público ha tenido un año muy duro, ya que los estadounidenses han evitado los autobuses y trenes, pero fue uno de los ganadores de la noche electoral. Votantes de todo el país aprobaron medidas recogidas en las papeletas para financiar mejores transportes. Biden es también un firme defensor de los trenes Amtrak, que usó casi a diario entre Delaware y Washington durante 36 años.

¿El impulso al transporte público perjudica al transporte privado? No necesariamente. Fabricantes automovilísticos punteros, como Ford Motor o General Motors, habrían seguido virando hacia los vehículos eléctricos independientemente de quién saliera elegido presidente. La administración de Biden podría significar unas normas sobre emisiones más duras, pero habrá menos preocupación sobre las divergencias entre las regulaciones en el gran estado liberal de California y el resto del país.

Da igual que el Gobierno estadounidense sea de color rojo, azul o morado: su energía va a ser más verde. Un cambio de administración no va a cambiar el rumbo, aunque sí afectará a la velocidad. Las reducciones de precio en la producción de energía verde son implacables, y vienen impulsadas más por la tecnología que por la acción política.

Incluso sin el respaldo del Senado, Biden podrá ejercer su influencia. Donde Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, Biden podría volver a unirse al mismo. Las empresas que ya se están alejando de los combustibles contaminantes, desde la NextEra Energy al fabricante de aerogeneradores General Electric, llevan el rumbo político apropiado. Y para quienes se aferran a los combustibles fósiles, como Exxon Mobil, el futuro ya está escrito.

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