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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Comportamientos de racionalidad limitada en tiempos de Covid-19

El control de la pandemia pasa por la modificación de actitudes sociales, lo cual no es una tarea fácil

DPA vía Europa Press

Que el ser humano no se comporta de forma racional es algo estudiado por la psicología, la neurociencia y por la economía. No somos racionales porque nuestro análisis se ve afectado no solo por emociones (alegría, tristeza, temor, enfado...), sino por sesgos de distinta naturaleza. Los hábitos, o la costumbre, hace que tengamos un sesgo de statu quo, por el que nos cuesta cambiar y valoramos demasiado nuestra posición actual. El exceso de confianza en nosotros mismos sirve para no desanimarnos ante adversidades, pero también nos lleva a ignorar o minimizar riesgos que nos amenazan. También tendemos a creer o no creer en cosas, según seamos capaces de recordar un ejemplo o anécdota cercanas, dando por válido estos como representativos de una generalidad. Obviamente, damos más peso en su credibilidad a aquello que nos suena mucho, con lo que algo muy repetido en los medios de comunicación nos parece muy verídico. Además, podemos ignorar la información que nos señala que estamos equivocados, y solo ver aquella que creemos que confirma nuestras previas creencias.

Todos estos sesgos (y muchos más), nos hacen la vida más cómoda. Sirven de ayuda para la toma de decisiones de forma automática. Nuestro comportamiento se guía así por el llamado sistema 1 de nuestro cerebro, que responde a los estímulos externos, sintetizando de forma rápida la información que recibe. La alternativa sería tomar decisiones analizando las alternativas con un pensamiento más racional, usando el sistema 2 del cerebro, que llevaría a mejores resultados, con el coste de un mayor consumo de energía.

Que las personas nos guiamos por estos atajos de razonamiento (heurística) es algo conocido y utilizado por los departamentos de marketing y ventas. La elección de personas famosas para anunciar productos (perfumes, coches, calzado deportivo, etc.) que puede que nada tengan que ver con la razón de su fama se justifica porque ello nos hace recordar los productos más fácilmente. También se aprovechan de nuestros sesgos las compañías que ofrecen descuentos durante los tres primeros meses de un contrato y posteriormente a los mismos suben las tarifas; saben que las personas tendemos a la inercia y, aunque podamos anular el contrato, no solemos hacerlo.

Desde hace algún tiempo se están planteando políticas públicas que tienen en cuenta esta racionalidad limitada de los seres humanos. Más o menos, desde que el economista Richard Thaler acuñó el término empujón (nudge) para explicar algunas intervenciones públicas. Gran Bretaña y Estados Unidos han sido pioneros en su uso, pero también Francia, Australia o los países nórdicos. La OCDE o la Comisión Europea avalan su empleo y también la Organización Mundial de la Salud.

Organismos públicos y privados asesoran en la formulación de políticas, que se basan en el conocimiento de sesgos cognitivos o de comportamiento y que pretenden cambios en las elecciones de los individuos, de forma que se consigan mejoras en el bienestar privado y público. Toda política pública pretende cambiar los resultados que resultan del libre mercado, normalmente mediante leyes y regulaciones que acotan, condicionan, prohíben y, en ultima instancia, sancionan si se incumplen. Las políticas publicas que se apoyan en los sesgos de la racionalidad pretenden que las personas cambien voluntariamente su comportamiento; es lo que Richard Thaler denominó paternalismo libertario.

En la pandemia del Covid-19 que estamos viviendo está claro que su control pasa por la modificación de comportamientos. De lo que se conoce del virus, es fundamental evitar su transmisión entre personas, para lo cual, aparte de la higiene de manos, es necesario respetar una cierta distancia social y, si esta no es posible, usar mascarilla. Es más, dado que la transmisión se puede producir también por vía de aerosol, y que estas partículas pueden permanecer en el aire más tiempo y a mayor distancia de la persona infectada, el uso de mascarilla se hace más necesario.

Convencer a la gente de que sus comportamientos deben ser modificados no es sencillo. Los sesgos cognitivos y de comportamiento de exceso de confianza, de reafirmación de las propias creencias, de falta de visión de consecuencias futuras, de inercia para modificar hábitos, y otros varios, hacen que muchas personas se resistan a seguir las indicaciones de las autoridades sanitarias y políticas. El problema se centra especialmente en aquellos que no ven relación directa entre sus actos y las consecuencias, dado que estas no son solo personales, sino sociales. Las campañas se han centrado en mensajes sencillos de la actuación adecuada y en información de los conocimientos científicos sobre la transmisión y las consecuencias sobre la salud, además de datos sobre enfermos y muertes.

Modificar conductas persistentes no es una tarea fácil. Los grupos sociales más resistentes al cambio pueden ser diversos: jóvenes que no ven que ellos se puedan contagiar y/o que en todo caso les gusta desafiar las normas (especialmente si ello no conlleva sanción), negacionistas que tampoco parecen haber tenido un caso de contagio cercano y grupos de partidarios políticos opuestos a quien haya dictado las normas.

Todos ellos se caracterizan por una falta de sentido de sociedad. La limitación del individualismo cobra sentido cuando se pretende una mejora del bienestar social. Señalar que los comportamientos resistentes al cambio necesario para frenar el contagio son asociales y que merecen la reprobación social es un mensaje que las políticas públicas, basadas en el conocimiento de los sesgos humanos, deben resaltar.

También se debe señalar que la libertad de unos (de hacer caso omiso de las recomendaciones) implica la reducción de la libertad de otros (de actividades que no podrán tener lugar, de ancianos que verán reducidas las visitas...).

Y que la falta de racionalidad de no ver las consecuencias futuras incrementa la probabilidad que estas sean peores, tanto para la salud como para la economía.

Nieves García Santos es Economista y exdirectora de inversores de la CNMV

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