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El textil puede afrontar el coste de evitar el trabajo forzoso

Un quinto de la producción mundial de algodón proviene de la región de los uigures, reprimidos por Pekín

Planta de procesado de algodón en Xinjiang (China).
Planta de procesado de algodón en Xinjiang (China).reuters

Las credenciales de trabajo justo de los fabricantes de ropa penden de un hilo, un hilo de algodón. Más del 80% de la cosecha de China proviene de la región natal de los uigures, Xinjiang. Pekín niega las acusaciones de los grupos activistas de que el trabajo forzado mancilla ese suministro. Aun así, podría afectar a los gigantes de la moda.

Hasta ahora, las marcas no son todas iguales en la forma de abordar el tema. Puma, una empresa de 10.000 millones de euros, dice que pidió a todos sus proveedores que solo utilizaran algodón certificado por la Iniciativa para un Mejor Algodón (BCI, por sus siglas en inglés), un plan de sostenibilidad que este año dejó de aprobar el algodón de Xinjiang. En cambio, Abercrombie & Fitch (575 millones), planea abastecerse a través de la BCI de solo una cuarta parte de su algodón, y solo desde 2025.

De los 10 minoristas cotizados a los que hemos preguntado, solo la matriz de Muji, Ryohin Keikaku (que admite abastecerse en Xinjiang) y Puma revelan de dónde proviene su algodón. Inditex afirma que ha “reforzado el compromiso con las partes interesadas en todos los niveles de la cadena de suministro para evitar cualquier tipo de trabajo forzoso”.

Adidas dice que sus proveedores se abastecen fuera de la región, pero no aclara si eso está verificado. Y la verificación, incluyendo los controles sorpresa, es crucial, como han aprendido las empresas de ropa que tratan de hacer cumplir las normas laborales.

Xinjiang no es la primera fuente de algodón controvertida. Desde que se inició una campaña en 2006, las empresas boicotean el algodón de Uzbekistán debido al uso de trabajo infantil forzoso, con bastante éxito; pero el algodón uzbeko es solo el 3% de la oferta mundial. Xinjiang produce más de un quinto. Evitarla será más difícil, pero no imposible. Y no tiene por qué aumentar demasiado el coste. Por ejemplo, bajo el modelo del comercio justo, que prohíbe el trabajo forzado o el de menores de 15 años e incluye una prima que se invierte en proyectos comunitarios o de producción, la certificación añade un 5%-10% al coste pagado por los minoristas por una camiseta de algodón.

Eso puede terminar siendo una ganga. China ha reconocido la existencia de lo que llama centros de formación profesional en Xinjiang, pero activistas como el Congreso Mundial Uigur dicen que estos campos implican trabajos forzados, incluso en campos de algodón. Esas alegaciones han atraído la atención negativa de los medios y los políticos occidentales. Londres y Washington han acusado a Pekín de abusos contra los derechos humanos.

Las ONG pueden utilizar ese tipo de publicidad para fomentar el boicot de los clientes, al que puede seguir la presión de los inversores con mandatos ambientales, sociales y de buen gobierno. La del minorista británico Boohoo es una historia con moraleja: ha perdido más de un cuarto de su valor de mercado desde el 30 de junio, tras las noticias de que los británicos que fabrican sus prendas recibían un pago inferior al salario mínimo.

A los directivos listos podría convenirles adelantarse a los medios y a las restricciones de los Gobiernos. Abastecerse de forma más ética puede suponerles una molestia ahora, pero hacer la vista gorda podría acabar siendo una manera errónea de ahorrar.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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