Números grandes, letra pequeña
La Europa más agria y, en parte, más responsable aparentemente, estará vigilando y habrá que llegar con los deberes bien hechos
Me recordaba ayer un amigo una cita del Macbeth de Shakespeare que inspira lo sucedido durante la cumbre europea: “Aquí las sonrisas son puñales, y derraman sangre los que por la sangre están unidos”. Los grandes números del acuerdo presupuestario son incontestables y suponen un cambio importante respecto al pasado en términos de solidaridad entre estados de la UE. La letra pequeña, sin embargo, invita a pensar que ese cambio ha estado motivado por la covid-19 pero que no necesariamente implica una transformación permanente en las actitudes y cohesión europea. Se han dicho muchas cosas. Palabras que no se llevará el viento porque ilustran posturas muy enconadas.
No se puede negar lo histórico de las cifras. 750.000 millones de euros para los países más afectados por la pandemia, 390.000 de los cuales se instrumentan como transferencias directas. Los países del sur, con cierto apoyo latente de Francia y Alemania, querían un importe algo mayor a fondo perdido, pero se trata de unos fondos, finalmente, considerables. Opino que hay matices de orden temporal que son muy relevantes. En primer lugar, se trata de un fondo presupuestario para tres años. Esto implica que se luchará más con los efectos de la pandemia a medio y largo plazo que con carácter inmediato. Se piensa en la reconstrucción (palabra que inspiró el acuerdo) más que en la contención. En segundo lugar, el fondo se integra como parte de un presupuesto comunitario que ha menguado, tanto porque Reino Unido ya no participa como porque algunas partidas van a la baja. Entre ellas, las de la Política Agraria Común (PAC) y las de fondos de cohesión. Tal vez echaremos de menos algunas de ellas, sobre todo las referidas a agricultura, algo que una Europa que quiere ser más verde y sostenible no puede dejar de lado sino, tal vez, reforzar.
En tercer lugar, hay condicionalidad. Tiene su lógica. Que hay que hacer transformaciones estructurales es una obligación. Esta vez no habrá troika ni memorandos que pongan negro sobre blanco. Ni siquiera hay un poder de veto claro de país alguno. Pero algunos como Holanda van a dar mucha batalla para una responsabilidad fiscal más completa. Además, tras su papel en este acuerdo histórico como prestatarios netos, va a ser difícil convencerlos para que modifiquen su tratamiento fiscal a empresas de naturaleza muy anticompetitiva. En cuarto lugar, habrá que ver qué papel juegan Alemania y Francia a la hora de liberar los fondos y de hacer efectiva esa condicionalidad. En la cumbre han sido un importante pegamento. No obstante, la despedida de Merkel está cercana. Durante un tiempo se le acusó de imponer una austeridad que tuvo mucho más de responsabilidad que otra cosa. Ahora, cada vez son más los que saben cuánto la vamos a echar de menos.
En términos prácticos, hay que tener en cuenta que la UE va a financiar las ayudas directas financiándose muy a largo plazo en los mercados, con un calendario de pagos que se prolongará desde 2026 hasta 2058. Más deuda, aunque estirada para no comprometer demasiado futuros presupuestos. Pero con un calendario que ilustra que, si vuelven a venir mal dadas, va a ser difícil volver a articular en mucho tiempo un esquema de solidaridad del calibre del aprobado ahora.
Quedan detalles por pulir sobre las cantidades finales, pero España recibirá unos 140.000 millones, de los que 72.700 serán en transferencias. Esto no implica una elección libre del destino de los fondos. Cuestiones como la digitalización o la transición medioambiental hacia un modelo más verde serán importantes. Habrá que andar avispados porque muchos de los que ahora han jugado el papel de solidarios más al norte, llevan algún terreno ganado al sur. Han aprovechado la ventana de gasto que ha abierto la Comisión Europea para combatir la covid-19 para dar cuantiosas ayudas directas a gran parte de su tejido empresarial, lo que repercutirá artificial pero considerablemente en su competitividad dentro de la UE.
Quedan grandes preguntas sobre cómo debe actuar España. Considero que hay varias cuestiones esenciales para que los fondos tengan efectos significativos en los próximos años. En primer lugar, no tienen aplicación inmediata por lo que sería un error jugar a una estrategia de “esperar al maná”. Hay cuestiones muy urgentes que la UE no va a suplir y en las que cada estado miembro está combatiendo como puede. España necesita prorrogar algunos de sus programas de financiación y de asistencia a autónomos, empresas y hogares. Pero, por encima de ello, debe retomar una acción coordinada a escala estatal contra una pandemia que vuelve a arreciar. Demasiadas asimetrías en medidas preventivas, en detección y en información entre comunidades autónomas. Diferencias de afectación de la pandemia poco creíbles y una cierta pérdida de rumbo. Todo lo que no se haga ahora, reducirá el papel de cualquier ayuda después.
Por otro lado, cuando lleguen los fondos -y, aunque su destino esté en parte, condicionado y orientado- deben enmarcarse en una estrategia de reforma integral que ahora no existe. De hecho, que no existe hace mucho tiempo más allá de las buenas intenciones de varios gobiernos en materias como energía, digitalización o mercado de trabajo. Si no hay planes, el dinero se perderá en subvenciones y gastos poco coordinados. La Europa más agria (y, en parte, más responsable aparentemente) estará vigilando y habrá que llegar con los deberes muy bien hechos.
Santiago Carbó Valverde es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada, de Cunef y director de Estudios Financieros de Funcas