Las dificultades de la guerra contra un enemigo invisible
Aunque la crisis desencadenada por la lucha contra el Covid-19 es global, sus consecuencias no son simétricas y tampoco lo será la recuperación
Decía Albert Camus que “el mejor medio para conocer una población es averiguar cómo se trabaja en ella”. Por ello, cuando nos han demostrado lo mucho que están haciendo todas las personas que nos están cuidando tenemos que poner en valor la certeza de su honradez. El frenazo actual de la actividad económica y cese de una parte importante de la actividad productiva, junto con la limitación de la movilidad de las personas, es consecuencia de la crisis sanitaria para detener la propagación mundial de la enfermedad Covid-19.
No es una crisis financiera, ni siquiera una crisis de exceso de producción debido a la falta de demanda. Históricamente no tiene precedentes ni experiencia comparable. Hay quién dice que esta pandemia tiene semejanzas a una guerra pero no tiene nada que ver con ninguna referencia bélica. En su novela Moby Dick, Herman Melville reflexiona sobre la maldad a través de la metáfora de la ballena que representa el mal no intencionado, mientras que la guerra es un mal con intencionalidad y premeditación. Debemos ser conscientes de que no estamos ante una crisis esporádica que afecta a una región, sino frente a una crisis mundial cuya magnitud será muy pronunciada en el corto plazo.
Ello, está afectando a la actividad económica y al empleo de las economías más desarrolladas como a la de Estados Unidos. Su tasa de desempleo ha dado un salto del 3,5% al 14,7%, y en las últimas seis semanas ha experimentado un aumento de 30 millones de parados lo que constituye, de acuerdo con la BBC, la peor tasa de paro desde la Gran Depresión de 1929. La crisis económica no es exclusiva de los Estados Unidos, y aunque el shock es simétrico, pues afecta a todos los países por igual, no lo son sus consecuencias. Así, en Europa el impacto del coronavirus podría destruir más de 59 millones de empleos. En el Reino Unido, el Banco de Inglaterra advirtió sobre la recesión más aguda registrada en su historia y pronostica que la economía británica se contraerá un 14%. Un dato que, según algunas estimaciones, la puede convertir en la economía más golpeada de Europa por el coronavirus, lo que duplicaría el número de desempleados. En Francia, con una caída de la actividad de más del 33% y un impacto negativo en el PIB (-6 puntos porcentuales), se destruyeron 453.800 empleos, según el Instituto Nacional de Estadística (INSEE). En Alemania se espera que el PIB se reduzca en el -6,5%, según la Comisión Europea. España no es ajena a todo ello. Así, se adoptaron las medidas necesarias de contención de la movilidad y contracción de la economía, con repercusiones asimétricas sobre el empleo por CCAA y sectores en función del mayor o menor nivel de actividad turística.
Las previsiones de la Comisión Europea indican que el PIB se reducirá hasta el -9,4% y que la tasa de paro aumentará significativamente (18,9%). Asimismo, apunta a que la recuperación de España será más lenta que otros países debido al peso específico del sector turístico en nuestra economía pero, para ello, la movilidad resulta fundamental. Hay que tener en cuenta que la estructura productiva de nuestra economía está muy orientada hacia la industria turística que representa en torno al 15% del PIB y emplea a casi 3 millones de personas. Está bien que cada país se especialice en algo. Como decía el economista David Ricardo: las naciones deben centrarse en aquello que son capaces de hacer mejor que los demás. Históricamente dicho sector ha sido un paraguas protector en las distintas crisis económicas que hemos padecido, y ha contribuido a la recuperación económica, pero en esta ocasión es el que tiene más que perder. El deterioro de la actividad económica está teniendo una incidencia muy severa en la evolución del mercado de trabajo.
Según el Ministerio de Trabajo el comportamiento del paro, durante los meses de marzo y abril, refleja un aumento considerable, en más de 584.000 personas (+18%), hasta alcanzar una cifra en torno a 3,8 millones de desempleados. Las estadísticas revelan que en aquellas seis comunidades autónomas en las que se concentra el 75% del empleo del sector turístico han aglutinado las tres cuartas partes del aumento del paro. En concreto, se ha incrementado en Andalucía (21%), Baleares (26%), Canarias (23%), Cataluña (18%), C. Valenciana (20%), y, Madrid (15%) frente al 14% de media del resto de CC.AA. De ello se deduce claramente que existe una correlación entre la evolución de las variables del sector turístico y del mercado de trabajo.
Sin embargo, para tener una visión más adecuada de la evolución del mercado de trabajo los anteriores indicadores son insuficientes. Deberíamos considerar los ERTE (expedientes de regulación temporal de empleo) cuyo montante se situará en el 1,6% del PIB, según Funcas. Ello, ha permitido que un número elevado de trabajadores (3,4 millones) permanezcan en situación de alta en los registros de la Seguridad Social pero sin trabajar. De este modo, hasta el 30 de abril, las actividades más afectadas, en términos de empleo, han sido: alojamientos (-75%), agencia viajes (-75%), juegos de azar (-70%), comidas y bebidas (-62%), transporte aéreo (-48%). En cuanto a la recuperación, se prevé lenta, sobre todo en aquellos sectores vinculados al turismo, ya que solo la industria y la construcción comienzan su actividad con varios meses de adelanto sobre el resto. No todos los sectores van a recuperarse de forma simétrica, por lo que su aportación al PIB será diferente en cada caso y momento. Sin olvidar el sector de la automoción que ya arrastraba sus propios problemas con anterioridad a la crisis de la pandemia.
Vicente Castelló es Profesor Universidad Jaume I y miembro del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local