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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa no puede repetir el fracaso en su segunda gran prueba de fuego

Hay herramientas suficientes para vencer la crisis, y deben ser proporcionadas con generosidad y utilizadas con responsabilidad

CINCO DÍAS

Europa afronta con esta crisis sanitaria y económica la segunda gran prueba de fuego que pone en cuestión su propia existencia. En la primera, la gran recesión de los años 2008-1012, fracasó estrepitosamente por varios motivos, y a punto estuvo de costarle la vida al más ilusionante de los proyectos políticos puestos en marcha desde la Segunda Guerra Mundial. Fracasó porque reaccionó tarde; porque buscó soluciones parciales; porque escenificó el egoismo de los nacionalismos pese a desenvolverse en tiempos de paz; porque planteó abiertamente el proyecto con un tren en marcha con viajeros de primera, de segunda y de tercera; y porque puso en alerta a los populismos, de izquierda y de derecha, que aprovechan cuaquier circunstancia, y ¡vaya si la aprovecharon!, para horadar la unidad de Europa. Ahora no puede permitirse la repetición de tal espectáculo político, cuando se trata de una crisis global, que afecta con más virulencia a un continente de población envejecida, y que exige, tras sesenta años de caminar juntos y veinte de compartir hasta moneda, señales y hechos modélicos. No peleas de pobres y ricos como las que escenifican el norte y el sur.

El Eurogrupo que gastó dieciséis horas el pasado martes, tras varios contactos en semanas pasadas, y que se enrolará en otra cumbre maratoniana hoy, debe salir con un acuerdo pleno de movilización de recursos suficientes como para que a nadie le quepa la duda de que se vencerá al virus y a su ahijada la crisis económica. Europa lleva diez largos años protegida por el BCE de las tensiones en los mercados de deuda, tras haber penado años y años al principio de la crisis; ahora Christine Lagarde, pese al titubeo inicial, se ha echado encima la responsabilidad para que los miembros de la moneda única sean capaces de movilizar un poderoso programa de estímulo fiscal que suture las heridas primero, y catapulte la actividad después, al menos, a los niveles en los que estaba antes de importar la epidemia de China.

Francia y Alemania, el eje sobre el que gira la zona euro, impulsan la puesta en marcha de tres frentes presupuestarios que deberían ser suficientes: préstamos del BEI, recursos del fondo de rescate sin condiciones y el presupuesto comunitario para un gran programa de reconstrucción del empleo y cobertura del paro. Mutualizar parte de la deuda parece que no está en los planes de todos, y nadie debe obsesionarse con ello como la gran panacea. Hay herramientas suficientes para vencer la crisis, y deben ser proporcionadas con generosidad y utilizadas con responsabilidad para reforzar el proyecto europeo. De nada sirve apelar a Europa si se escamotea la ayuda a quien la necesita o si se hace uso torticero de la generosidad ajena. El Eurogrupo no tiene ya excusa alguna para no ofrecer soluciones definitivas.

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