La importancia de la segunda derivada a la hora de invertir
El filósofo griego Heráclito de Éfeso (540 a. C.), considerado uno de los pensadores más importantes de aquel tiempo, se hizo famoso por afirmar que el cambio incesante es el fundamento de todo. Representó esta idea a través del fuego, fenómeno que se encuentra en constante movimiento y transformación, estado análogo en el que, según decía, se encuentra nuestra realidad. Esta antigua doctrina puede conectarse muy bien con la teoría evolutiva que 23 siglos después Charles Darwin expuso en su obra El origen de las especies. Este naturalista inglés fundamentó precisamente que el hecho de que la naturaleza esté en constante cambio hace que “las especies que sobrevivan no sean las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor a ese cambio”.
Si echamos una mirada al mundo empresarial, veremos que sucede exactamente lo mismo. El contexto competitivo actual es rápidamente cambiante, y como resultado, tiene sentido pensar que en el largo plazo solo sobrevivirán aquellas empresas que son capaces de avanzar y adaptarse al medio de forma ágil, continuada y acertada. Por ello, a la hora de decidir en qué empresas invertir, es de vital importancia fijarse en las que encajan en este perfil.
¿Cómo medir esto? Intuitivamente, en un primer momento tendemos a fijarnos en empresas que estén inmersas en un proceso continuado de crecimiento de ingresos (medido tanto por volúmenes como por precios), expansión de márgenes, crecimiento de beneficios y/o de flujos de caja operativos. Si quisiéramos establecer una condición matemática para buscar las empresas que cumplan dichos criterios, podríamos determinarla como que la primera derivada de dichos atributos sea distinta y mayor de cero. Y por supuesto, cuanto mayor sea ese número, mejor.
Hasta aquí todo bien, pero realmente no todo es tan sencillo, pues creo que cometeríamos un error si esperásemos que dicho cambio fuera una constante. Si tomamos al pie de la letra el todo cambia de Heráclito, nos daremos cuenta de que incluso el cambio, cambia. La velocidad de cambio raramente es constante, sino que, por el contrario, varía.
Es esta realidad la que hace que de pronto cobre importancia la segunda derivada, el concepto de aceleración. Si miramos bien, veremos que la tasa de cambio del escenario competitivo efectivamente se ha acelerado en los últimos años debido a factores como la globalización, el nacimiento de internet, la digitalización, el comercio electrónico, la automatización, etc. Cada vez es más común hablar de nuevas tecnologías o modelos de negocio disruptivos, que han sido capaces de desafiar a los tradicionales líderes incluso en mercados maduros y con altas barreras de entrada. A esto además hay que sumarle que las compañías ganadoras han de adaptarse a unos cada vez más exigentes contextos regulatorios o criterios ESG. Y lo mejor de todo es que se espera que muy próximamente el ritmo de cambio se acelere aún más con la entrada en escena del 5G y el internet de las cosas, dado el nuevo escenario de oportunidades que estas tecnologías dibujan.
Por ello, si analizamos una empresa como potencial inversión, quizás no sea tan importante la velocidad actual de dicho cambio, sino más bien el hecho de que dicha empresa tenga la capacidad y esté en condiciones de acelerarlo. En esta línea diferentes estudios de investigación han demostrado que la aceleración de beneficios observada en recientes presentaciones de resultados es informativa a la hora de predecir futuros beneficios, y además, cuando esta se produce, los analistas son más propensos a revisar sus estimaciones al alza, apoyando el buen comportamiento de una acción. Dicha capacidad de aceleración es también la explicación de que compañías que hoy en día pierden dinero puedan revalorizarse con fuerza en Bolsa. Generalmente, esta situación suele suceder en las empresas que apuestan fuertemente por la I+D y además son efectivamente capaces de adaptar y flexibilizar sus estructuras corporativas y enfoques estratégicos.
Sin embargo, hay que tener también presente que es en la segunda derivada donde cobran más protagonismo algunos inconvenientes. El primero de ellos es que las hipótesis y estimaciones futuras pasan, en algunos casos, a sostener el 100% de la tesis de inversión en una empresa, jugándonoslo todo a la carta de que las expectativas finalmente se materialicen. El segundo es que, cuanto más rápido y de mayor calado sea el cambio, más difícil es atinar con esas expectativas. El motivo de ello es que ante escenarios en los que compiten diferentes tecnologías disruptivas, la incertidumbre de qué empresa será finalmente la ganadora se dispara.
Sabemos que, ante un nuevo paradigma o nicho de mercado, habrá alguna startup que se convertirá en unicornio (valor superior a 1.000 millones), pero al mismo tiempo habrá otras 100 que por el contrario acabarán quebrando. Y tercero y en mi opinión más importante, a pesar de que un primer momento acertemos con la compañía, ¿cómo de sostenibles son las capacidades de esa ganadora para seguir manteniéndose como ganadora?
Lucas Maruri es Gestor de Renta Variable Europea en Gesconsult