Paradojas financieras del año que se va
Este 2019 ha sido el año de Libra, de las ideas y venidas del Brexit y de la crisis de liderazgo de los bancos centrales, entre otras vertiginosas novedades
El mundo financiero pasa de la euforia al miedo (y de vuelta) con una velocidad pasmosa. Es una risa a veces histérica, a veces gozosa. Los fundamentales de mercado siguen en los libros de texto, pero no parecen aprehender la realidad de la banca y los mercados de estos nuevos tiempos. En 2019 hemos vivido amagos de irrupción de nuevos sistemas monetarios (Libra de Facebook). También idas y vueltas del Brexit hasta acabar casi celebrando la luctuosa salida de un miembro histórico de la UE. Se ha pasado de considerar a los bancos centrales héroes a, en muchos casos, cuestionar su liderazgo y pedir el reemplazo de sus políticas y sustentos teóricos. Sería bueno evitar que terminaran siendo el Cayo Marcio Coriolano de Shakespeare: primero amado, luego repudiado y de final posiblemente trágico.
El tiempo de cambios en la consideración de las finanzas –como disciplina y como profesión– ya empezó después de la crisis. Muchos economistas se fustigaron y emprendieron la revisión. Otros se agarraron al manual para sugerir que precisamente la excepcionalidad de los problemas y de las soluciones es lo que nos ha apartado del buen camino. Pero las paradojas se suceden día tras día. Evidencia aplastante de un nuevo mundo en el que las finanzas más que centralizar la economía, la centrifugan en un mareo de deuda y liquidez abundantes. La relación entre tipos de interés e inflación, entre esta última y el paro o entre el empleo y los factores de crecimiento y productividad se está transformando y el mundo financiero (aunque sigue dominando) necesita de la brújula de la economía real. No obstante, es difícil establecer cuáles son los puntos cardinales actuales.
Ha sido 2019 el año de Libra de Facebook. Es la primera singularidad, la de la historia de una revolución que pasó en pocos meses del “casi susto” para el sistema a la “casi muerte” de la propuesta. Aunque no es seguramente lo que Mark Zuckerberg esperaba, el debate sobre la nueva moneda ha tenido una extraordinaria utilidad social, la de mostrar los pros y contras de una propuesta de sistema de pagos o moneda privado alternativo a los oficiales. La abrumadora respuesta regulatoria –que ha frenado en seco la iniciativa– tuvo parte de precaución, por los problemas que la concentración de información y los posibles fallos en la protección de su privacidad pudieran generar. Pero hay otra parte también de berrinche por la amenaza de que una parte colaborativa de la economía proponga una nueva moneda en la que lo fiduciario es una red social. Parte también de la paradoja es que otros bancos centrales, como China, se han apresurado a lanzar su propia criptomoneda, no con la intención primaria de mejorar la eficiencia de su sistema de pagos (algo que podría ser loable) sino como herramienta de control de la información financiera, reducción considerable de la privacidad y expulsión de otras posibles iniciativas privadas más descentralizadas.
Otra cuestión llamativa de 2019 es que está en entredicho cuál es el verdadero mandato de los bancos centrales en la actualidad. Da la sensación de que más que el control de la inflación (combinada en algunos casos, como el de la Reserva Federal, con estímulos a la economía) han pasado a convertirse en garantes de la estabilidad financiera. Tal vez se deba a esa habitual convivencia –a veces conveniente y plenipotenciaria y, a veces, incómoda– de las funciones de supervisor bancario y de autoridad monetaria bajo el mismo techo. Algunos ya se revuelven contra las reglas establecidas. Por ejemplo, Riksbank sueco se ha convertido en el primer banco central entre los que actúan en terreno de tipos negativos en abandonarlos. Es insólita una subida de tipos en presencia de una desaceleración económica, pero puede convertirse en la primera asunción implícita de que los daños colaterales de los tipos negativos son mayores que los beneficios.
También nos han revelado los mercados estos ejercicios que siguen teniendo gafas precisas para ver a distancias más cortas pero extraordinaria miopía a más de unos meses vista. La positiva reacción bursátil a la previsible resolución del Brexit es un buen ejemplo. Se ha reducido la incertidumbre relativa a la eternización del conflicto –y se ha evitado la implementación de políticas del partido laborista que causaban importante incomodidad– pero ahora tenemos a Boris Johnson con un poder aumentado para negociar con el cuchillo entre los dientes el nuevo acuerdo comercial con la UE durante 2020. Todo huele a que a finales del próximo año podemos estar temiendo más cómo quede la relación entre las partes de lo que lo hemos hecho en los últimos años para la salida. El divorcio es traumático, pero lo que cuenta es la convivencia posterior.
Aunque podría haber muchos más, otro signo de tiempos cambiantes para las finanzas que se ha hecho palpable estos meses es cómo las tensiones sociales acaban pesando en los mercados. Hay una brecha en esta consideración entre Asia y Europa que ha parecido romperse en Hong Kong, que parece frontera entre dos mundos. El Banco de Inglaterra estima que los fondos han retirado ya más de 5.000 millones de dólares de Hong Kong desde que estallaron las revueltas en abril y ahora amenazan su posición como centro financiero.
Con las instrucciones en la mano, 2020 debería ser acomodaticio, previsor y precavido ante el menor crecimiento económico. Pero ya se sabe: ¿quién lee hoy las instrucciones?
Francisco Rodríguez Fernández es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas
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