La desaceleración económica y la velocidad del empleo
Durante los últimos años la ocupación replicó al PIB por el abaratamiento de la fuerza laboral, pero el repunte actual de costes y el agotamiento del ciclo la frenan
En los dos últimos trimestres, pero especialmente en el último, el desempleo contabilizado de forma desestacionalizada por Estadística ha aumentado. Nada preocupante si tenemos en cuenta que se trata de una variable que es un simple resto o saldo condicionado por el comportamiento del número de los activos y de los ocupados. Pero muy peligroso si consideramos que esto sucede tras 24 trimestres (seis años) de descensos continuados y muy abultados del paro. Y hasta alarmante si tenemos en cuenta que en los dos últimos trimestres, pero especialmente en el último, la generación de empleo, medida también filtrando los efectos del calendario, se ha estancado. No se trata, ni más ni menos, que de que el enfriamiento de la economía, el frenazo del crecimiento, ha llegado al mercado de trabajo.
La cuestión es en qué intensidad se desacelerará el crecimiento de la economía, y en qué intensidad impactará en la generación de ocupación, sin duda la variable más sensible socialmente, dado que el ejército de reserva sigue por encima de los tres millones de efectivos y en tasas del 14%. Sabemos el desempeño que ha tenido la ocupación con la nueva legislación laboral aprobada en 2012 y un escenario de devaluación salarial como herramienta principal de salida de la pasada crisis en una fase alcista; pero no sabemos cómo se comportará el mercado en una fase recesiva, o cuanto menos, de desaceleración intensa de la actividad. Disponemos, eso sí, de un botón de muestra poco esperanzador: el empleo detectado por la Contabilidad Nacional en el tercer trimestre de este año solo avanzó un 0,1% (estancamiento en la práctica), y por debajo del 2% (1,8%) interanual por vez primera en un lustro.
La evolución histórica del PIB y del empleo demuestra que siempre que hay crecimiento de la actividad lo hay del empleo, y viceversa; pero demuestra también que la relación entre ambas variables, aunque mantiene una correlación mimética bastante disciplinada, puede alterarse con decisiones normativas y con políticas de costes específicas, y hacerlo a favor o en contra, como veremos ahora. Además, el concurso de políticas que influyen en otras variables de la economía, o en parte de ellas, como el coste de financiación, la relación de intercambio comercial o las cargas fiscales, determinan también el desempeño del empleo, aunque no siempre de la más sana de las maneras.
Tras entrar en la moneda única, sin el escudo de la devaluación de la divisa, y con una disciplina fiscal mejorable, pero con unos tipos de interés reales negativos y un embalsamiento de las ambiciones inversoras de los particulares, el mercado laboral tradicional y semirrígido de fin de siglo generó un crecimiento del empleo muy importante; lo hizo, eso sí, con un sesgado desequilibrio hacia la construcción y resto de actividades inmobiliarias, similar al registrado en el comportamiento del crédito bancario. Generó, llanamente, una burbuja dentro de otra burbuja, que terminarían multiplicando el efecto devastador de sus estampidas en 2008.
La ausencia de las tradicionales devaluaciones castizas que corregían desde antaño las desviaciones de inflación que generaban los costes desmedidos, y tras un descomunal y recurrente ajuste por cantidad (empleo) como era la norma para esquivar el ajuste por precio (salarios), obligó a una devaluación salarial que recompusiese la competitividad de la economía. La burbuja del paro tenía las apocalípticas dimensiones de la burbuja de crédito, y sin soluciones drásticas no parecía fácil desinflarla poco a poco y sin víctimas.
La herramienta que contribuyó a la reactivación del empleo y a un abaratamiento de su coste fue la intensa reforma laboral de 2012, tan útil para culminar el ajuste y estabilizar el mercado como para recuperar la ocupación. La combinación de mecanismos más flexibles para despedir y contratar contribuyó a que la determinación de qué cantidad de trabajo se utilizaba en la actividad económica funcionase como un mercado; no perfecto, pero como un mercado. Estas iniciativas trasladaron también a la sociedad la disposición a un cambio de actitud en el mercado de trabajo que intensificó la devaluación salarial; la presión de más de seis millones de parados en un entorno de endeudamiento récord de los hogares empujó a aceptar condiciones de empleo antes despreciadas. Y el resultado fue, con una recomposición de la competitividad, una enérgica recuperación de la ocupación.
En los primeros trimestres, años incluso, de la recuperación la variable del empleo (medida como número de personas con puestos de trabajo) superaba con relativa asiduidad al avance del PIB, dado que las empresas, además de conservar costes de financiación ridículamente bajos, tenían las plantillas muy estresadas tras el ajuste de los años previos, y disponían de una rebaja del coste laboral que afectaba tanto a salarios como a cotizaciones como a despidos. La Seguridad Social registraba incluso avances del número de cotizantes sensiblemente superiores al PIB de forma continuada, aunque en este ejercicio afloraba una transformación interna del mercado de trabajo, en parte facilitada por la propia reforma Báñez: la expansión del trabajo a tiempo parcial.
La velocidad del empleo medido como puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo por la Contabilidad Nacional ha ido siempre ligeramente por debajo del avance del PIB, pero bien es cierto que más cerca que antes de la reforma normativa. Lógicamente los cambios legales y la presión de un colectivo muy numeroso de parados y con presencia muy notable de inmigrantes procedentes de economías menos desarrolladas han cambiado la elasticidad del empleo sobre PIB, y si antes de la crisis la normalidad era que la generación de ocupación se activase cuando el PIB avanzaba al menos un 1% real, ahora se moviliza antes. No obstante, hay que recordar que las decisiones empresariales, como las particulares, dependen muchas veces más de las expectativas que del presente, aunque en materia del empleo funcionan como multiplicador del efecto expansivo y del recesivo.
La expansión de la ocupación a tiempo parcial, que ha inflado el número de empleos y deteriorado la productividad aparente del factor trabajo con contratación generosa en actividades de servicios de escaso valor añadido, prácticamente se ha duplicado desde el surgimiento de la crisis, y ha servido como refugio a empleado y empleador tanto en la crisis como en la recuperación. Si en 2003 el 7% de los asalariados lo era a tiempo parcial, ahora la tasa se sitúa por encima del 15%, con un avance repartido entre hombres y mujeres.
Una parte importante de este colectivo se alojaba en tales contrataciones por imposibilidad de encontrar trabajo a tiempo completo, por imposición del empleador, como es el caso del trabajo en plataformas y otras manifestaciones de la uberización del empleo en múltiples servicios. Si en 2005 había 750.000 asalariados a tiempo parcial no deseado, ahora la cifra llega a 1,56 millones, de los que 1,11 millones son mujeres.
¿Qué se puede esperar del empleo en la fase de desaceleración en la que ha entrado la economía por agotamiento del ciclo? Aunque el aserto de que si crece el producto lo hace el empleo, y viceversa, sigue valiendo, como decíamos al principio, los matices que incorporan el resto de condiciones del mercado (financiación, apertura comercial, tecnología) son muy importantes, como lo son los costes, como se ha demostrado en la fase de recuperación de los últimos años. Por tanto, el control de los costes laborales seguirá siendo clave para extremar la elasticidad del empleo, sobre todo en un momento en que su crecimiento podría llegar a paralizarse.
Los dos últimos trimestres en los que Estadística refleja un aumento del paro y una congelación del empleo revelan que una buena parte de la explicación está en la desaceleración del PIB, que por pasiva puede frenarse más si frena la ocupación. Pero hay otra parte importante basada en la evolución de los costes salariales y las cotizaciones, sobre todo en las actividades más intensivas en fuerza laboral, y que ha supuesto un repunte sostenido de los costes laborales por unidad de producto en los últimos meses.
El avance del coste laboral, reflejado también ya en una progresión más fuerte de la remuneración agregada de los asalariados que del excedente de explotación, se ha situado en los tres primeros trimestres del año en los valores más elevados desde que comenzó la recuperación. La subida vigorosa del salario mínimo (del 22,3%) y de las cotizaciones mínimas a la Seguridad Social está detrás del repunte, como lo está también la afloración súbita de horas extraordinarias y su remuneración tras la imposición del control de la jornada en las empresas. Es cierto que había consenso en la necesidad de mejorar el nivel de los salarios, que caminaban retrasados respecto a los beneficios durante los seis años de ciclo alcista, pero se ha desatado la subida justo en el momento en el que la actividad cambia de signo, y bien podría funcionar tal repunte como un freno adicional de la contratación, como ya en el tercer trimestre parece que ha sucedido, a juzgar por el estancamiento del empleo de la Contabilidad. Las expectativas, además, ahora no ayudan, pues cuando más crece la renta de los asalariados y mayores niveles de riqueza financiera tienen los hogares, más se refugian en el pesimismo, reduciendo el consumo y elevando el ahorro.