Los fondos de índices dejan las empresas aún más a la deriva
Los accionistas legalmente responsables suelen eludir responsabilidades y los otros grupos de poder hacen lo que quieren
Puede que los mercados de valores estén pasando de moda, pero se supone que los titulares de acciones cotizadas siguen siendo la autoridad final detrás de la mayoría de las empresas más grandes del mundo. Pocos están a la altura de esa responsabilidad.
Un nuevo informe de la OCDE esboza la situación. Diligentes investigadores de la Dirección de Asuntos Financieros y Empresariales del organismo intergubernamental examinaron las participaciones de 77.456 grandes inversores en las 10.000 principales empresas cotizadas del mundo. El grupo tenía una capitalización bursátil total de 76 billones de dólares a finales de 2017.
La OCDE dividió a los accionistas en cinco grupos: inversores institucionales, corporaciones privadas, individuos estratégicos, accionistas del sector público y otros. Los autores exploraron el enfoque de cada grupo respecto a la gobernabilidad. Para la gente a la que le gusta pensar en los accionistas como la última salvaguarda del capitalismo corporativo, los hallazgos son desalentadores.
El mayor grupo incluye instituciones que controlan el 41% de la capitalización bursátil en estudio, y una proporción mucho mayor en EE UU. Se trata de fondos de inversión, fondos de pensiones y todo tipo de gestores profesionales. Desde la perspectiva tradicional de la gobernanza, su preeminencia es básicamente un mal negocio.
En muchas jurisdicciones, las directrices legales y voluntarias obligan a estos fondos a votar sobre las mociones de los accionistas. Sin embargo, tienden a confiar en las listas de control o a subcontratar las decisiones a asesores especializados. La OCDE declara que sus esfuerzos “han tenido poco efecto en la calidad real de la propiedad”.
El crecimiento de los baratos fondos de seguimiento de índices ha disminuido aún más la atención hacia las responsabilidades de la propiedad. El análisis corporativo complejo es un lujo inasequible en una industria obsesionada con la reducción de costes. Además, los fondos pasivos a menudo no pueden comprar o vender acciones por razones comerciales o éticas, así que, ¿por qué molestarse?
Las empresas no cotizadas, que representan el 11% del universo estudiado por la OCDE, y los individuos estratégicos, con un 7%, son especialmente importantes en los mercados en desarrollo, donde los tres principales accionistas suelen controlar más de la mitad de las acciones. Los holdings y los líderes familiares rara vez se ven afectados por la indiferencia de los inversores institucionales, pero tienen sus propios problemas.
Por un lado, tienen pocas razones para preocuparse por los inversores minoritarios. El control mayoritario en mercados poco regulados es el entorno ideal para la autocontratación o las intrigas. Los consejos de administración, que son el lugar legal de autoridad para las corporaciones, son básicamente impotentes frente a los accionistas dominantes y a menudo dominadores. La experiencia de los chaebols de las familias coreanas sugiere una variación del viejo dicho: cuando son buenos, son muy, muy buenos, pero cuando son malos, son horribles.
El sector público, incluidos los Gobiernos, los fondos públicos de pensiones y los fondos soberanos, posee el 14% de las 10.000 principales empresas por valor de mercado, según la OCDE. Ese número probablemente subestima el grado real de la influencia política. Por ejemplo, el Instituto Mercator de Estudios Chinos señala que en todas las grandes empresas chinas “los cuadros del Partido Comunista no solo forman parte de los consejos laborales, sino que ocupan cada vez más puestos directivos en los departamentos de personal y de relaciones gubernamentales, hasta llegar a los consejos de administración y de supervisión”.
Las agendas corporativas de los Gobiernos a veces pueden ser amables con los accionistas. Pero otras cuestiones, desde el enriquecimiento personal hasta el apoyo a proyectos favorecidos políticamente, casi siempre salen ganando. Los resultados pueden afligir incluso a los defensores más entusiastas del capitalismo de los stakeholders (partes interesadas).
El 27% restante de las acciones pertenece a inversores privados. Si un número suficiente de ellos estuviera bien informado y especializado, podrían promover eficazmente los intereses de los accionistas. En la realidad, la mayoría de los accionistas privados no son ninguna de las dos cosas. Dejan las decisiones a los consejos de administración, cuyos miembros votan casi automáticamente, si es que votan.
Las responsabilidades legales de esos consejos varían, pero el consenso global es que los vagamente definidos intereses de los accionistas son lo primero la mayoría de las veces. Sin embargo, ese consenso se ha desdibujado. Este verano, 181 consejeros delegados estadounidenses, convocados por The Business Roundtable, prometieron dirigir sus empresas para los trabajadores, las comunidades, los proveedores y los clientes, así como para los accionistas.
En resumen, el gobierno corporativo global es un cierto caos. Los accionistas legalmente responsables suelen eludir sus responsabilidades y los otros grupos de poder básicamente hacen lo que quieren.
Es bastante fácil imaginar formas mejores de hacerlo. Las leyes y códigos de conducta podrían revisarse y exigir más de los accionistas o, alternativamente, incrementar la autoridad de los consejos para ignorar los limitados cálculos del valor para los accionistas.
En la práctica, sin embargo, es probable que los consejos sigan a la deriva entre corrientes cruzadas de fuerzas varias. La inercia persistirá hasta que algo grande cambie o salga mal. Los accionistas importantes continuarán saliéndose con la suya, y los consejeros casi siempre cederán ante la presión de los gobiernos. El afán de lucro seguirá siendo lo primero, más o menos moderado por la preocupación por la reputación y el bien común. Las contradicciones y las concesiones son frustrantes, pero la vida corporativa es inevitablemente complicada. En política se suele decir que la democracia es la peor forma de gobierno, quitando todas las demás. Cuando se trata de dirigir grandes empresas, la imperfecta democracia accionarial actual puede que también lo sea.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías